En “Ejercicios para ver a Dios” (2025), protagonizada por las integrantes de la compañía teatral barcelonesa Los Detectives, Miguel Ángel Blanca (Sabadell, 1982) propone una sátira-revisión punzante de los reality shows a partir de las pruebas que deben realizar tres mujeres con atributos místicos convertidas en concursantes de un programa de supervivencia. El punto de partida del filme es “Pienso casa, digo silla” (2019), la obra sobre diversas visionarias de la Edad Media, especialmente la abadesa, compositora, filósofa y poetisa alemana Hildegarda de Bingen (1098-1179), que crearon Los Detectives para hablar de la fe en un mundo tan desacralizado como el actual. “Improvisación pequeña” (2024) parte del material grabado por el alicantino Jesús Manresa Puche, una suerte de dietario audiovisual de supervivencia, material que Blanca organiza como si se tratara de un relato de ciencia ficción en el que se diluye la frontera entre la ficción y la realidad, la representación de un personaje y lo que este trata con sus imágenes.
Formado en ESCAC, Blanca ha optado por una línea cinematográfica que en nada se parece a la del grueso de directores y directoras surgidos de esta escuela. Ni al cine de J.A. Bayona o Kike Maíllo, ni al de Dani de la Orden o Javier Ruiz Caldera, ni al de Helena Trapé, Mar Coll, Nely Reguera, Belén Funes o Marçal Forés. Quizá el único cercano a su forma de encarar el cinematógrafo de los surgidos en ESCAC sea Jaime Puertas Castillo –director de “El canto de los estorninos” (2016) e “Historia de pastores” (2024)– en cuanto a su concepción de un lenguaje poco normativo que lo aparta, por voluntad propia, de la industria y del sistema. El cine y la música se dieron la mano en Blanca desde el principio. De 2007 es el cortometraje “Temporada 92-93”, dirigido por un compañero de estudios, Alejandro Marzoa, y escrito por él, y en el mismo año el sello barcelonés Sones lanzó “Ortopedias bonitas”, el primero de los cuatro álbumes de Manos de Topo, banda que había formado con más gente de ESCAC –Marzoa (teclados), Rafa de los Arcos (batería) y Pau Julià (bajo)– para interpretar canciones de fracasos y derivas amorosas con un estilo tan quirúrgico como inflamado.
La indagación en personajes y temas inesperados, así como la experimentación constante con diversos dispositivos audiovisuales, es innegociable, así como la idea del trabajo creativo en equipo. Así lo ha hecho desde su primer documental, “Your Lost Memories” (2012), codirigido con Marzoa, en el que ya demostraba su querencia por la imagen analógica y el cine como memoria: el filme está montado con películas caseras perdidas de 8mm. En la siguiente, “Después de la generación feliz” (2014), hablaría de una familia a través de sus vídeos domésticos. En su ya extensa filmografía se dan cita el turismo masificado, la ciencia ficción lo-fi –“Quiero lo eterno” (2017), relato de adolescentes en un mundo deshabitado que ha sido definido como “La naranja mecánica” de la generación trap–, el documental rock –“Un lloc on caure mort” (2014), filme codirigido con Raúl Cuevas sobre Càndid Coll, cantante de Autodestrucció, miembro de Zeidun y batería de Blood Quartet– o el retrato de una generación desubicada, la representada por las dos jóvenes protagonistas de la serie “Autodefensa” (2022), que se divierten y cruzan todos los límites en defensa propia. Blanca creó en 2012 Boogaloo Films, compañía con la que, además de sus películas, ha producido títulos como “Casa de nadie” (2017) –ensayo de Ingrid Guardiola sobre la despoblación, la globalización, el envejecimiento y la pérdida de la memoria colectiva–, “Nunca olvidaré esta noche” (2021) –documental de Rafa de los Arcos sobre la banda indie Niños Mutantes– y la reciente “La marsellesa de los borrachos” (2024) de Pablo Gil Rituerto.
En la presentación de “Ejercicios para ver a Dios” en el D’A dijiste que su elaboración te había supuesto un martirio y que todo el equipo tenía una gran fe en ti y en el proyecto. ¿Puedes desarrollar un poco más estos conceptos teniendo en cuenta el lado místico de la propuesta?
La película va de lo que va, hay referencias a santos y místicos. El sacrificio está bien presente en un filme cuando lo ruedas con muy bajo presupuesto. Solo tuvimos la ayuda de un ICAA experimental, en 2021. Luego atraviesas por mil fases y hay momentos en que parece que la película no va a existir. Es el resultado del atrevimiento de rodar a lo loco, sin un plan de rodaje y salvando escollos: de repente nos falla un actor e introducimos a alguien del equipo para que haga el papel. Es puro cine de guerrilla. Todo el mundo confiaba en mí y lo que me emociona es la familia que hemos creado durante la realización del filme. Había gente en el equipo que hace cosas en la industria y que “Ejercicios para ver a Dios” le ha ayudado “a limpiar sus pecados”. Hemos tardado cinco años en hacerla.
“Ejercicios para ver a Dios” surge después de que veas un espectáculo en torno a Hildegarda de Bingen realizado por la compañía de teatro Los Detectives, formada por María García Vera, Marina Colomina y Mariona Naudin, que se convierten en las tres protagonistas de tu filme.
La implicación de las tres ha sido total, con una generosidad brutal. Habían realizado una aproximación muy personal a la figura de Hildegard von Bingen. No son actrices al uso. Tienen que entender por qué dicen todo lo que dicen en el filme, pero para comprender la moral de cada situación hay que rodarla y montarla. Quería hablar de la fe, la espiritualidad, el martirio, explorando todas las contradicciones.
Tu estudiaste en ESCAC, una escuela de cine que, curiosamente, también ha sido el punto de partida de bastantes músicos, como Roger Padilla (Manel), Jens Neumaier (12twelve), tú mismo y los demás integrantes de Manos de Topo.
De ESCAC han salido muchos grupos de música, ha sido un constante caldo de cultivo. Allí me encontré con mucha gente imprudente. Pero con Manos de Topo nunca quisimos dedicarnos a la música, me cansaban los protocolos de las giras, las pruebas de sonido… Lo que sí echo de menos es la parte de los ensayos. Ahora tengo un grupo que se llama Les Eminències (formado en 2024 con Enric Farrés Duran e Ingrid Picanyol).
¿Estableces paralelismos entre el hecho musical y el cinematográfico? ¿Tu trabajo como músico ha influenciado en tu cine, y al revés?
Sí, es un trabajo en equipo. Para mí es igual de importante que las actrices sugieran cosas como que lo hagan el sonidista o la directora de arte. Yo propongo directamente la colaboración. En un momento del rodaje de “Magaluf Ghost Town” (2021), por ejemplo, el sonidista cogió la cámara. Con Manos de Topo no podíamos crecer más a nivel de lenguaje. “Ejercicios para ver a Dios”, por el contrario, representa la libertad total.
Con todo, hiciste la banda sonora para el filme de Virginia García del Pino “Basilio Martín Patino. La décima carta” (2014).
La conocí en el festival Punto de Vista. Allí también conocí a Kikol Grau, a Andrés Duque. Fue el primer choque, cuando entendí que se podían hacer otras cosas fuera de la propuesta de ESCAC. Con Virginia somos amigos. Entonces tenía un proyecto de música industrial que se llamaba Medievo (con David Medina). Le gustó y me pidió que hiciera la música de su película.
En tu filmografía aparece un tema bastante recurrente: el turismo masivo. Lo has tratado en “La extranjera” (2015), sobre la masificación turística en Barcelona; en “Magaluf Ghost Town”, en torno al turismo balear, y en “Invasión pequeña”, sobre el turismo alicantino.
¡Sí, hay amigos que hablan de la trilogía del turismo! En el primer caso, yo vivía entonces en la calle Nou de la Rambla de Barcelona, cogí la cámara y salí a filmar. Con “Magaluf Ghost Town” me quedé enamorado de la gente que vive en esta ciudad mallorquina. En el caso de “Invasión pequeña”, Jesús Manresa Puche tenía grabado todo el material que aparece en la película, yo llevé la historia al terreno de la ciencia ficción. Ahora ya no vivo en la gran ciudad, me he mudado a Salt, Girona, y me parece totalmente normal el interés por estas formas de turismo masivo.
Varios de tus filmes están hechos en codirección, con Alejandro Marzoa, Jordi Díaz Fernández, Raúl Cuevas y Jesús Manresa Puche.
Me parece algo natural dialogar con otros mundos. En “Invasión pequeña” el guion lo hice hablando con Jaume. Yo lo siento como una codirección.
Para ti resulta muy importante al hacer cine esta naturalidad en el trabajo en equipo, en la codirección, fuera de la imagen absolutista del director-autor.
El autor ha vuelto a crear sus jerarquías, el cine pasa por la idea de que en una película solo puede haber una voz, no la voz coral. Yo no quiero saber nada más de mí, estoy aburridísimo, lo que quiero es explorar el universo de otros. No somos tan extraordinarios como para hacer autoficción de nosotros mismos. Lo interesante de “Magaluf Ghost Town” o “Invasión pequeña” es el concepto de grabar de ese modo, sin pasar por la academia. Con Los Detectives ha sido lo mismo, es buenísimo lo que han hecho con Hildegard von Bingen, la necesidad de la espiritualidad que se produce en los últimos años. Me interesa hablar del universo que define a otros creadores.
Muchos directores de la serie B estadounidense de los años cuarenta y cincuenta, como Jacques Tourneur, se sentían cómodos con ese sistema de producción, no aspiraban a hacer películas A en Hollywood. Rodar con bajo presupuesto tenía la ventaja de que los productores interferían menos. En tu caso, y en el de otros cineastas fuera del sistema, la situación es similar.
Al venir del documental puro y duro, la filosofía es esta: los que cabemos en un coche somos los que hacemos la película. Me siento bien con este dispositivo. Un referente para mí es Marc Ferrer –se refiere al director de “La maldita primavera” (2017), “Puta y amada” (2018) o “¡Corten!” (2021)–, alguien que hace las películas con sus amigos, su método y un estilo propio.
Volviendo a tu época de Manos de Topo, los conceptos visuales ya eran muy importantes. El videoclip de la canción “Es feo” (2007), que dirigió Kike Maíllo, otro alumno de ESCAC, resulta muy original.
El concepto fue de Kike. Él resultó esencial para construir todo el mundo audiovisual del grupo.
Hace tres años creaste tu primera serie, “Autodefensa”, con Berta Prieto y Belén Barenys. ¿Cómo fue la experiencia?
Vi un vídeo en Instagram de ellas, me pareció muy potente, quedamos, hicimos una improvisación grabada y nos pusimos a trabajar juntos. Tenía claro que debía entender lo que le pasaba a la gente de su generación, comprender de qué va esto. Había similitudes con aspectos de mi juventud. Filmin nos dio libertad total. Ahora tengo otro proyecto con Berta Prieto y Víctor Diago (el montador de “Autodefensa”) para hablar de mitología.
Y una curiosidad: ¿cómo habéis hecho el efecto visual, parecido a un aura, en las escenas del plató del reality show en “Ejercicios para ver a Dios”?
Pues alguien puso mal la óptica, queríamos una especie de falso zum, un halo de sueño, y fue una equivocación que le acabó dando un look concreto a la película. Lo mismo con los planos de las tres protagonistas pasando frente a las cámaras de seguridad, la imagen de los infrarrojos nocturnos fue recogida por las cámaras de una forma que no esperábamos. Es lo que dijo Orson Welles sobre los errores divinos, cuando alguien se equivoca y decides tirar por ahí, rentabilizar esa equivocación. ∎