Lo malo de “Memorias de África” (Sydney Pollack, 1985) es que apenas adaptaba unas treinta páginas de las cuatrocientas (aproximadamente) que tiene “Memorias de África”, el libro de Isak Dinesen. Se quedó con el único lance, el romántico, que podía encajar en Hollywood. Todo el resto, páginas maestras sobre la extrañeza, la ansiedad, los fantasmas y, en general, la especial relación con el entorno de una dama europea en el continente negro no parecía apto para un filme yanqui orientado al público masivo. Aunque si la adaptación hubiera sido europea, habría sido como
“Tabú” (2012; en España, 2013).
No es que el portugués
Miguel Gomes –uno de los más grandes realizadores jóvenes de la actualidad; recomendable su anterior
“Aquele querido mês de agosto” (2008)– haya adaptado explícitamente a Isak Dinesen, pero casi. La parte africana de su película es todo lo que había dentro y todo lo que se le quedó fuera a Pollack.
Poseído por los espíritus de Robert Flaherty, Jean Rouch o Claire Denis, Gomes arma su película como si fuera Apichatpong Weerasethakul: utiliza la estructura de dos historias contrastadas tan querida por el cine de la modernidad de estos tiempos. Y el resultado es deslumbrante. Porque la vecina del piso de arriba del primer relato, esa anciana que lleva una vida tan ordinaria, pudo haber tenido (¿lo tuvo?) un pasado tan extraordinario como el de Isak Dinesen. ∎