Libro

Miguel Marcos

Viaje hacia la canción perfectaLiburuak, 2025

La canción perfecta no existe, pero seguimos buscándola. Sin embargo, entre los millones de canciones que se han escrito, alguna habrá rozado esa idea imposible de perfección, entendida no como un valor absoluto, sino como el reflejo de los gustos y aspiraciones de una época. Lo que sí está claro es que cualquiera que prometa enseñar a escribirla no podría ser considerado más que un vendehumos. Miguel Marcos, sin embargo, parte justo del lado contrario: duda que exista un manual de instrucciones capaz de fabricar una obra así. “Viaje hacia la canción perfecta” no es un manual de autoayuda musical ni una receta milagrosa para escribir hits (por suerte), sino un recorrido lúcido, pedagógico y a ratos íntimo por el proceso de composición de canciones, a nivel tanto histórico como práctico. El músico, compositor y docente vigués, afincado en Madrid, lleva más de veinte años enseñando songwriting, y en estas más de 400 páginas condensa su experiencia entre aulas, escenarios y estudios de grabación. El resultado es un libro que funciona a la vez como ensayo divulgativo, guía práctica y carta de amor a la música.

A diferencia de los tratados técnicos que abundan en inglés, el texto de Marcos es una rara avis en castellano. De unas 150 referencias bibliográficas, apenas tres o cuatro están escritas en nuestro idioma. De ahí su doble vocación: acercar el conocimiento compositivo a quienes se inician en la escritura de canciones y ofrecer a los músicos experimentados una oportunidad para repensar su propio proceso creativo. El libro, como sugiere el título, no promete una meta, sino un método. Marcos disecciona la música en sus elementos esenciales (melodía, ritmo, armonía, letra, producción, etc.) a la vez que intercala ejemplos, anécdotas y ejercicios. Por el camino aparecen Bob Dylan (inevitable), Patti Smith, Björk, Thom Yorke, Billie Eilish, David Bowie o Zahara, entre muchos otros. El libro se abre con un prólogo de Guille Galván, guitarrista de Vetusta Morla, y se cierra con un epílogo en forma de “gimnasio creativo”: 500 ejercicios prácticos que buscan entrenar la constancia y la curiosidad del lector. Más que un manual, es un laboratorio en el que la tesis central es clara: la inspiración es un mito sobrevalorado. Si bien le dedica bastantes páginas, Marcos la sustituye por la rutina, la disciplina y la escucha activa. Por eso, más que enseñar a componer, el autor enseña a trabajar: a enfrentarse al folio en blanco, a establecer horarios, a compartir bocetos, a aprender de la repetición. La música, sugiere, es menos un acto divino que un hábito humano. Si eres de los que piensa que puede venir Dios a soplarte el nuevo “Himno a la alegría” en cualquier momento, probablemente este libro no sea para ti.

Uno de los mayores aciertos del libro está en su manera de explicar lo que, en teoría, debería ser de dominio común y, sin embargo, suena a jerga de iniciados: tono, timbre, ritmo, tonalidad. Conceptos elementales que todos escuchamos alguna vez en clase de música, pero que casi nadie sabría definir con soltura. Marcos los aborda con una claridad poco habitual, sin condescendencia ni tecnicismos innecesarios. Aun así, cabe preguntarse hasta qué punto un lector sin formación musical puede asimilarlos con la misma facilidad. Son nociones que le cuestan a cualquiera que empiece a estudiar armonía, y ese quizá sea el primer obstáculo para considerar este un libro realmente “para todos los públicos”. Y, sin embargo, no escribe solo para músicos: cualquiera que haya sentido curiosidad por el mecanismo íntimo de una canción encontrará aquí algo reconocible, un eco de su propia experiencia como oyente. Por ello, hay también espacio para la reflexión filosófica y semiótica: qué significa cada tonalidad según la tradición occidental, cómo asociamos determinados acordes a emociones concretas o hasta qué punto esas asociaciones son convenciones más que verdades universales.

Quizá lo más valioso de “Viaje hacia la canción perfecta” sea su capacidad para conectar lo técnico con lo emocional, lo práctico con lo teórico. Marcos escribe sobre acordes, sí, pero también sobre vulnerabilidad, disciplina y colaboración. Repite que “la música es una experiencia colectiva” y que ninguna canción cobra sentido hasta que se comparte. En tiempos de algoritmos y fórmulas de tres minutos, ese recordatorio suena casi subversivo, incluso viniendo de alguien que escribe desde una visión clásica de la canción. El autor habla de recursos que hoy apenas existen –como prestribillos o modulaciones ascendentes en el último estribillo– y muestra sin querer cómo lo que antes era norma hoy parece casi arqueología. Por ello, la importancia del texto no es tanto aprender a componer en torno a un canon volátil, la música de hoy no tiene nada que ver con la de hace cien años, sino encontrar herramientas, caminos, ejercicios y preguntas.

Así, no es un libro que prometa resultados inmediatos, sino uno que deja poso. Tal vez no lo usemos de forma consciente, pero probablemente algo de lo que enseña se quede dentro: una idea, una estructura, un modo de escuchar distinto. Y si, como dice el propio Marcos, no existe la canción perfecta, este libro demuestra que aprender a buscarla ya es una forma de escribir mejor. ∎

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