Libro

Nick Soulsby

Swans. Sacrificio y trascendencia. La historia oralAurora Dorada, 2024

Michael Gira ha vivido y vive la trayectoria de Swans como la entrega incondicional a una devoción artística para la que nunca han valido las medias tintas. Con todos sus pros (la excelencia) y sus contras (la inestabilidad económica durante muchísimos años), el esfuerzo titánico por mantener encendida la llama Swans fue lo que dio (y sigue dando: el 30 de mayo se publicará “Birthing”, el disco número 17 de su historia) valor y sentido a su existencia. Algo que queda claro leyendo las páginas de este libro, pormenorizado texto sobre el grupo que reafirma lo que ya intuíamos: Swans fueron/son el todo o la nada para Gira.

Porque Michael Gira tenía un objetivo sagrado ungido por él mismo. Y, contra viento y marea, lo llevó a la práctica. Pese a todos los pesares –y exponiendo su salud mental y física, y alterado su hábitat siempre que fuese necesario por el bien del grupo–, acomodó sus necesidades vitales a una autoimpuesta precarización que salvase y dignificase esa gran obra, siendo capaz de moldear una idea tan salvaje y fiera como adusta: la evolución del magmático mundo Swans, extensión –insisto– de su propia vida (es lo que se interpreta leyendo las dispares declaraciones cruzadas que desbordan estas 400 páginas).

Este magnífico libro del inglés Nick Soulsby (publicado en su versión inglesa en 2018, llegó a España a finales de 2024; traducción de Carlos M. Pla), autor de otros títulos “oscuros” sobre Coil, Lydia Lunch, Thurston Moore, Kurt Cobain y Nirvana, vehicula en una rigurosa historia oral todos los pasos dados por la maquinaria Swans en sus dos etapas (1982-1997 y, después, a partir de 2010: “Así que tuve que aceptar los fracasos del pasado –todos sus problemas y daños psíquicos– e integrarlos en lo que yo era en aquel momento. Trece años antes, dije que nunca volvería atrás, pero me di cuenta de que era lo que era, así que tuve que aceptarlo y seguir adelante”). Es el guion minuciosamente detallado de la obstinación extrema de Gira: un ejercicio de sacrificio y trascendencia que compartió con un gran surtido de músicos diletantes que, alternándose a lo largo de cuatro décadas, cooperaron para hacer del camino trazado por Swans una aventura indómita y única, especial y romántica, indefectiblemente basada en el puro amor al arte.

Por supuesto, hubo muchas bajas colaterales en esta guerra cruenta por sobrevivir bajo mínimos, espléndidos músicos que se quedaron en el discurrir de ese esfuerzo titánico, y seguramente imposible, por acercarse a la perfección sonora que siempre imaginaba la mente de un Gira obstinadamente inconformista: “Después de tantos cambios de formación, de gente que duraba un disco o una gira –si acaso–, me resigné a que así eran las cosas. Iba a ser cosa mía, y yo metería o sacaría a la gente. Por aquel entonces no lo hacía muy bien, gritaba más que convencía, pero así eran las cosas”.

Primera etapa Swans: Michael Gira, 1989.
Primera etapa Swans: Michael Gira, 1989.

Este “Swans. Sacrifico y trascendencia. La historia oral” (“Swans. Sacrifice And Trascendence. The Oral History”, 2018; Aura Dorada, 2024) es un relato cronológico narrado por los protagonistas, directos e indirectos, que se pliegan al espíritu creativo de un iluminado que irradia magnetismo desde su afán perseverante, predicando con el ejemplo. Aquí hablan sin tapujos quienes lo siguieron y lo respetaron hasta lo indecible (exparejas incluidas), a pesar de las frecuentes luchas internas, fruto muchas veces de las ofensas de un carácter destructivo, y las constantes penurias económicas, consecuencia de una música sin claudicaciones.

Un total de 123 personas, si no he contado mal, intervienen en este relato, cediéndose el testigo –gran trabajo de Soulsby en la reconstrucción contextual de un puzle con tantas declaraciones diversas– para profundizar en una historia coral que tiene la paradoja de ser una historia unipersonal, la de Michael Gira y todo lo que pivotaba a su alrededor. Nunca lo comunitario, porque su labor necesitaba de otros, sonó tan individual. Hay una sumisión no forzada ante el líder porque los músicos que lo envolvían sabían que con él, al estar obligados a mejorar sus aptitudes según el radar que imponía Gira, conseguirían trascender más allá de sus habilidades técnicas. Esta historia de Swans es la conjunción de un ejército de incorruptibles quijotes luchando contra los molinos de viento del pragmatismo de la industria de la música y todas sus circunstancias.

Fragmentado en 15 capítulos rigurosamente datados, personalidades del underground más selecto contribuyen con sus recuerdos a construir el castillo de Michael Gira y sus Swans. Cada uno con su somera ficha técnica explicativa –al final del libro–, ahí figuran, por ejemplo, Devendra Banhart (“Le estoy muy agradecido porque aprendí a tocar la guitarra gracias a él”), Siobhan Duffy (“Michael ve las cosas en blanco y negro: o sobrevive haciendo lo que va a hacer, o se marchitará y morirá. Esa no es una opción, así que sobrevive”), Brandon Eggleston (“El volumen de Swans provoca daños auditivos permanentes en pocos minutos. A 126 decibelios, o lo que fuera en su punto álgido, un especialista en audición nos dijo: ‘Tres minutos es todo lo que tienes antes de que el daño sea permanente’. Michael me decía: ‘Quiero proteger lo que me queda. Quiero poder hablar con mis hijos, quiero oír para siempre’. Pero decidió que no podía hacer lo que necesitaba con protección auditiva”), Daniel Gira (“¿Quién iba a pensar que, a diferencia del joven rockero aguerrido que gana todo su dinero a los 25 años y luego lo despilfarra todo, Michael se esforzaría en las trincheras trabajando más duro que nadie durante más de 30 años para finalmente alcanzar el éxito económico a los 60?”), Joe Goldring (“Swans es algo violento. También puede ser intensamente bello, pero la música es fundamentalmente violenta”), Thor Harris (“Nunca se me había acercado tanta gente a decirme: ‘Ha sido el espectáculo más increíble que he visto en toda mi vida’. En esa banda, varias veces a la semana, la gente me decía eso. Me sentía muy honrado de ser un Cisne”), John Hood (“Creamos una vorágine en la que la aurora boreal se arremolinaba de tal manera que podías tocarla. Tal vez fuera solo el volumen, que alcanzamos el pináculo donde el sonido se convierte en luz”), Jarboe (“Te endurece y te hace más fuerte, así que cuando miro atrás no me siento como una víctima, siento que fue una especie de campo de entrenamiento. Me apunté para formar parte de la banda más ruidosa de Nueva York, quería formar parte de ella”), Algis Kizys (“Me desgarré los músculos y tendones de los pulgares; empecé a tener que pegarme las manos con cinta adhesiva para poder aguantar esas largas giras con ese estilo tan brutal de tocar. Mi cuerpo se resentía, pero así era como tenía que tocar. La naturaleza física era parte de lo que me gustaba”), Lydia Lunch (“Swans eran un concepto inmaculado: brutales, insoportablemrnte ruidosos, una tortura auditiva de lo más magnífica. Sus conciertos eran los más intensos y hermosos. Aprecio eso en la música, cuando puedes combinar esos elementos y además te adentras en la emoción”), Larry Mullins (“Había visto la destrucción que Michael dejaba a su paso, relaciones rotas por todas partes; su reputación le precedía allá donde iba”), Edwin Pouncey (“La primera vez que vi a Swans en directo fue en la Universidad de Londres en 1986. Swans hacían un ruido de locos; fue entonces cuando sentí esa sensación, esa sensación de ‘trascendencia a través del ruido’ en la que te elevaban”), Bill Rieflin (“Hubo un momento durante la actuación en el que, básicamente, la experiencia fue un momento presente extendido. Uno de esos momentos en los que el mundo se abre, o el tiempo se detiene, y tu experiencia personal se expande: el mundo se vuelve más grande de lo que normalmente percibes”) o Norman Westberg (“La fórmula de Swans consistía en tocar una cosa durante un rato y luego pasar a otra parte, sin estrofa ni estribillo. Me gustaba porque parecía libre”), entre otros muchos (unos cuantos más: Sonda Andersson, Bob Bert, Jehnny Beth, Martin Bisi, Chris Bohn, Rob Collins, Michael Evans, Dele Fadele, Fred Frith, Alexander Hacke, Little Annie, Thurston Moore, Nicky Skopelitis o Paul Wallfisch), para aportar argumentos en primera persona a una historia más grande que la vida.

Segunda etapa Swans: Michael Gira, 2014. Foto: Óscar García
Segunda etapa Swans: Michael Gira, 2014. Foto: Óscar García

Porque esta vez el tópico cinematográfico vale para explicar apropiadamente el esfuerzo y el sacrificio de una misión artística. Porque quien haya visto a Swans en directo sabrá del poder sanador de sus rituales paganos envueltos en una especie de mística mágica que obnubila los sentidos y embelesa el ánimo. Expandir el estrépito y pulir la calma configuraban las dos caras del mismo mensaje redentor, el del mantra de la repetición, con ruido o sin él; una capa que hay que atravesar para despejar la batalla y toparse con la belleza sin adornos superfluos: la pureza que pacifica la sensibilidad. Es una catarsis regeneradora que percute contra la superficialidad y la banalidad de las cosas mundanas.

Entrar en el mundo de Swans es franquear una puerta que nos aleja de la intrascendencia y de la fealdad. Y, aspirando a una suerte de divinidad a través del sonido, Swans consiguieron alcanzar la posteridad. ¿Exagerado? No para Michel Gira (“El deseo de hacer música, para mí, viene del deseo de encontrar algo de verdad en ella. No lo digo en el sentido más profundo, pero tiene que haber algo que sea real, y verdadero, y que te guíe”). Y no para sus fans. Porque como dice Vudi (ex American Music Club y músico de Swans, uno de tantos): “Nunca podrías tener una banda de versiones de Swans. Dentro de 50 años, no podrías hacerlo, es imposible. No hay nadie como Michael y no hay nadie como un verdadero fan de Swans. Eso es parte de ello. Amas a Swans, lo que hacen, el mensaje es como una religión revelada, y quieres entrar en esa órbita, ver al grupo, y te destrozan. Y eso es satisfactorio para mucha gente”. Amén a eso. ∎

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