Una de las pocas objeciones que pueden hacerse a esa obra cumbre del periodismo literario que es “No digas nada” (2019), de Patrick Radden Keefe, es que sea un autor foráneo quien explique “el conflicto norirlandés”. Cinco años después, llega su adaptación televisiva en formato de miniserie de nueve capítulos, una producción nuevamente estadounidense, con un creador también norteamericano: Joshua Zetumer, a quien algunos recordarán como guionista de la injustamente olvidada “Día de patriotas” (Peter Berg, 2016), sobre el atentado en la maratón de Boston.
El mayor desafío estructural de la serie radica, sin embargo, en dar voz a los protagonistas del conflicto, enmarcando la narración en el Proyecto Belfast del Boston College, una suerte de historia oral liderada por un investigador –sí, también estadounidense– que recopiló testimonios de figuras clave como Dolours Price, protagonista de esta historia, junto con otros miembros del IRA. Este proyecto fue, en esencia, un estudio sobre el peso de la memoria, las decisiones radicales y las cicatrices imborrables de un conflicto brutal.
“No digas nada” (2024), a su vez, toma su título de un poema de Seamus Heaney, “Whatever You Say, Say Nothing”, donde el autor señala los opresivos silencios de The Troubles, que reprimieron la libertad de expresión, al tiempo que critica la mirada indiscreta de los forasteros, en especial la de los medios de comunicación sensacionalistas. Esa tensión entre la palabra y el silencio constituye el núcleo del relato: historias que no se cuentan, secretos que condenan. Ejemplo de ello es el caso de Jean McConville, una madre de diez hijos que fue secuestrada, desaparecida y ejecutada por el IRA tras ser acusada de colaborar con las fuerzas británicas de ocupación. Este misterio, aún sin resolver, es el eje de la serie, aunque el verdadero motor narrativo lo proporcionan las hermanas Price: Dolours (Lola Petticrew) y Marian (Hazel Doupe). Con una energía punk rock y un humor mordaz, ellas muestran cuán seductora podía ser la rebelión.
Dolours Price, más que Jean McConville, es el corazón emocional de la serie. Criada en una familia profundamente comprometida con la causa republicana, su transición de estudiante de arte a operaria del IRA refleja tanto el atractivo romántico de la lucha revolucionaria como la devastación moral que esta acarrea. Sus primeras misiones, realizadas junto a su hermana, poseen un tono casi de película de aventuras, al punto de que podría parecer que hay una glorificación implícita. Sin embargo, la serie se enfoca más en mostrar cómo decisiones desesperadas terminaban dejando daños psicológicos irreparables, tanto en las víctimas como en los verdugos.