Serie

Nos vemos en otra vida

Alberto y Jorge Sánchez-Cabezudo(miniserie, Disney+)
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El pasado lunes 11 de marzo se cumplieron 20 años del atentado terrorista más mortífero en suelo español y europeo. La luctuosa efeméride coincide con la llegada de numeroso volcado de tinta reviviendo la fatídica fecha, así como de todo el sismo político y social que generó la manipulación de la autoría por parte del gabinete del por entonces presidente del gobierno, José María Aznar. Más inusual ha resultado la llegada de una miniserie que revisita zonas siniestras y poco presentes concernientes al preparativo de esa jornada del terror. Ha tenido que transcurrir un tiempo considerable para que la ficción española exhumara esa terrible jornada con un producto admirable. Con anterioridad, se habían dado acercamientos tangenciales en “No habrá paz para los malvados” (Enrique Urbizu, 2011), desde el punto de vista de las víctimas y el eco psicológico en “Alegría, tristeza” (Ibon Cormenzana, 2018), y recreaciones más directas como “Ilusiones rotas:11-M” (Alex Quiroga, 2005) u “11-M, para que nadie lo olvide” (Carlos López, 2011).

Ahora, dos décadas después, la responsabilidad cae sobre los hombros de los hermanos Alberto y Jorge Sánchez-Cabezudo, quienes impulsaron, con su plenamente vigente “Crematorio” (2011) –adaptar a Rafael Chirbes supuso otra gran responsabilidad para ellos–, un cambio de signo para el prestigio de la ficción televisiva patria. También la dupla puso la primera piedra de Movistar+ como factoría de la ficción serial española con la reivindicable La zona” (2017). Tras unos años de silencio, regresan por la puerta grande con “Nos vemos en otra vida” (2024), una producción de Disney+ respetuosa con esos acontecimientos que segaron la vida de tantos y que cambiaron el rumbo de esos años.

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Inspirada en el libro de no ficción del escritor y periodista Manuel Jabois –“Nos vemos en esta vida o en la otra” (2016)– y en el sumario del macrojuicio del 11-M, la miniserie española de seis capítulos pone el foco en las andanzas criminales del “Baby”, también conocido como Gabriel Montoya Vidal. Por entonces un adolescente de 16 años que se convirtió, junto a su mentor y protector José Emilio Suárez Trashorras (este cumpliendo aún pena de prisión), en el pilar de la trama delictiva asturiana del complot terrorista. El esfuerzo de los dos hermanos no se centra en recrear con rigor histórico la gestación y la posterior matanza yihadista –la cual se invoca a través de los noticiarios–, sino en aproximarse a la delincuencia común española que actuó como imprescindible enlace para los terroristas. Ese objetivo se desarrolla a caballo de tres períodos históricos. Por un lado, la juventud descarriada del Baby –fruto de una familia desestructurada, con un padre cumpliendo pena en prisión– y el contexto deprimido y asfixiante de ese Avilés excluido del ascensor social. Por otro lado, hay varios flashbacks que señalan el crecimiento de cierta semilla delictiva en el Gabriel niño, cuando acompaña a su progenitor a cometer algunas fechorías. Y por último, se presenta en un tercer arco temporal, ya salido del centro de detención juvenil donde cumplió condena, bajo el difícil proceso de reinserción en una sociedad que lo percibe como un apestado, un demonio. En esa fase donde recupera la libertad y, después de varios intentos infructuosos, cuando se presta a ser entrevistado por Jabois. Encuentros que supondrán el germen del libro en que se basa el serial.

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El relato se orienta así principalmente –en el último episodio, a través del juicio, se cede también un espacio a las víctimas y a sus dolorosos testimonios– a cubrir los avatares del Baby. Y muy cerca de este, un Trashorras que actúa como cabecilla intelectual y habilidoso manipulador. No obstante, los responsables de “Crematorio” no optan por someter a sus personajes a un juicio moral, ni tampoco por una mirada condescendiente que justifique de algún modo los repudiables actos que cometieron. Simplemente prefieren narrar bajo cierto distanciamiento, con un celo absoluto por el verismo, el clima precario que marcó a ese chaval captado por promesas de dinero, drogas y desenfreno. Aunque las zonas de interés de la miniserie son precisamente las que proyectan la ambigüedad moral que acarrean los dos implicados clave de la trama asturiana. Su falta de remordimiento inicial y su culpa atenuante suponen las sombras más siniestras del relato.

El mismo que es guiado en todo momento por resultar lo más respetuoso con los acontecimientos que lo promueven, y por el esmero de todo el elenco creativo por reproducirlos con un alto grado de veracidad. Desde los diálogos –gran trabajo de léxico y en los acentos–, el casting –mezcla entre actores no profesionales y profesionales– y las interpretaciones –el siempre fiable Pol López en la piel de Trashorras, aunque suponen un gran descubrimiento tanto el trabajo de Quim Ávila (el Baby adolescente) como el de Roberto Gutiérrez (el Baby adulto)–, la sólida realización –Borja Soler echa una mano a los hermanos Cabezudo–, los alientos sórdidos de la barriada que captura la fotografía arisca y el excelente trabajo en dirección de arte, vestuario, localización (escenarios reales) y diseño de producción.

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En ese sentido, “Nos vemos en otra vida” se distingue junto a esa producción española que puede alardear del verismo aplicado a su puesta en escena, alineándose con otros dramas nacionales de carácter histórico que también reviven otras heridas terroristas, como “Patria” (Aitor Gabilondo, 2020) o “La línea invisible” (Abel García Roure, 2020). Porque si por algo sobresale el producto (y perdonen la reiteración) es por lograr plasmar en pantalla, y contagiar al espectador con ello, esos ambientes deprimentes y asfixiantes sin posibilidad de escape. Las tardes muertas en bancos con exceso de costo y sueños desvalijados, las minúsculas viviendas de distribución calcada y sin respiraderos, las escapadas hedonistas en tugurios poblados por malhechores habituales, los bares de barrio con cubata en vaso de tubo, paupérrimas lluvias de níquel y taburetes orientados al vacío existencial.

“Nos vemos en otra vida” se edifica como una ficción sobre ese submundo criminal que actuó como primordial proveedor para el día de la infamia. Un trabajo mayúsculo que no es interferido por juicios morales ni busca el encarrile cómodo en géneros concretos, simplemente se vuelca en la vigorosa crónica de los pormenores que condujeron a ese adolescente de barrio humilde al peor de los destinos. Sin faltar a la verdad de los hechos, y con la máxima delicadeza para los que lo sufrieron más de cerca. ∎

La reconstrucción de una tragedia.
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