Película

Origen

Christopher Nolan

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“Origen” es la película más grande de 2010 y quizá de lo que llevamos de siglo XXI. Grande en un sentido fílmico, pues estamos ante un opus tan audaz como admirable, pero también en un sentido estrictamente físico, entendido como algo catedralicio o, incluso, elefantiásico. El peso de “Origen” es tan apabullante que uno corre el riesgo de caer aplastado bajo quintales de tramas y subtramas, de universos físicos y mentales, de intrincadas geografías de sueños dentro de sueños, de sueños dentro de sueños que están dentro de otros sueños.

Vía crucis de redención de un hombre atosigado por los fantasmas de la culpa, “Origen” ofrece momentos fascinantes, como ese París replegándose sobre sí mismo, esa hipnótica pelea en el pasillo de un hotel ingrávido o, sobre todo, esa emotiva historia de amor que viven Cobb (Leonardo DiCaprio) y Mal (Marion Cotillard) en un espectral sueño infinito. Al filme, sin embargo, le falta corazón y le sobra cerebro: Christopher Nolan rehúye el surrealismo propio de lo onírico y se vuelca en un solemne sentido del realismo que lo obliga a explicarse una y otra vez para evitar que el espectador se pierda entre los pliegues de algún sueño. 

Las ambiciones elefantiásicas de Nolan.
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