¿Qué hay más estable en la existencia que la idea de cambio? La transformación es la única certeza que rige nuestras vidas, decía cierto filósofo griego, y a ese fenómeno está dedicado este “Orlando, mi biografía política” (2023, se estrena hoy) del pensador y ensayista Paul B. Preciado (Burgos, 1970), que, tomando el icónico libro de Virginia Woolf, aborda la experiencia trans y, por extensión, la del cambio. El cambio, eso sí, entendido como acto político y poético. O a la inversa, porque para Preciado lo uno no se entiende sin lo otro: “La primera metamorfosis revolucionaria es la poesía, la posibilidad de cambiar el nombre de todas las cosas”, dice en un momento del filme.
La novela de Woolf ejerce en “Orlando, mi biografía política” no solo de brújula narrativa, sino también moral –confesa– con la que Preciado despliega un viaje de transformación, en todos los sentidos. El primero, el de la voz del relato, que si al principio parte del yo desde el que habla el filósofo, enseguida se declina en el nosotros con la aspiración de alcanzar el vosotros, es decir, al público al otro lado de la pantalla.
Para ello, se convoca hasta a veintiséis voces e intérpretes a la hora de encarnar al personaje de Orlando en sus diferentes etapas y vicisitudes mientras, en paralelo, cada une de elles describe su historia y su experiencia como sujeto trans. Es cierto que esta articulación múltiple de un solo personaje no es una novedad en materia de narración fílmica –Todd Haynes recurrió a este tipo de modulación en su imprescindible “I’m Not There” (2007), biopic sui generis de Bob Dylan–, pero en “Orlando, mi biografía política” el recurso no funciona para escudriñar la personalidad de una figura escurridiza, sino para dar cabida en un solo cuerpo a todo un colectivo.
En esa multiplicidad que permite el Orlando de Woolf y que dibuja Preciado resuena el “soy inmenso/contengo multitudes” y, como el poema de Walt Whitman, la película aspira a ejercer de punto de inflexión poético de una inminente revolución de la identidad. No obstante, antes de la metamorfosis social que está por venir –nos cuenta el filósofo en el documental– cabe mirar hacia atrás y comprender de dónde venimos. Así, la exploración genealógica de lo trans a partir del estudio de cómo las instituciones jurídicas y psiquiátricas han abordado, penalizando y medicalizando una cuestión que han temido y siguen temiendo, es en ocasiones más pedagógica que experimental –en contra de lo que se podría presuponer de un pensador como Preciado–, pero funciona en tanto que logra hilvanar un discurso atravesado por el afecto –además de por el intelecto– repleto de optimismo.
Porque si algo sorprende de “Orlando, mi biografía política” es la ternura que desprende la película en su conjunto, de principio a fin. A diferencia de su corpus literario y académico, la brillante retórica de Preciado, entre la zalamería y la contundencia, se pone al servicio ya no tanto de la causa, sino de las personas que la sostienen y que, literalmente, ponen su cuerpo para que su deseo sea una realidad.
Quizá el exceso explicativo lastre las expectativas de quien espere encontrar al Preciado más estricto, porque “Orlando, mi biografía política” es todo lo contrario y funciona como un manifiesto sobre la esperanza y no tanto como instrumento de combate. Es, en pocas palabras, una película alegre sobre el porvenir y, a diferencia del futuro que muchos pintan, se agradece que alguien lo imagine colectivo, colaborativo y feliz. ∎