Propietario de una portentosa trayectoria que se extendió durante casi seis décadas y más de un centenar de álbumes, la figura del canadiense Oscar Peterson (1925-2007) desbordó con creces el perfil de virtuoso del piano, que en ocasiones incluso jugó en su contra, para instalarse con comodidad en la galería de pesos pesados del clasicismo jazzístico.
Editado originalmente en colaboración con el periodista Richard Palmer y estructurado en cuatro apartados y 92 capítulos clausurados con un código QR que dirige al recopilatorio “A Jazz Odyssey”, “Mi vida en el jazz. Memorias” (A Jazz Odyssey. The Life Of Oscar Peterson”, 2002; Libros del Kultrum, 2025) llega ahora a nuestros escaparates a modo de celebración del centenario del músico. Traducidas por Antonio Padilla, sus 320 páginas abarcan un recorrido vital y profesional que otorga generoso espacio a los muchos colegas que lo compartieron. Y ahí surgen el despreocupado Stuff Smith, el bromista Coleman Hawkins –también detallado con pesar en su decadencia– o la controvertida Billie Holiday, casi siempre en términos de admiración y amistad, salpimentados por alguna que otra poesía y con retratos reforzados por las aclaratorias notas del editor.
Una infancia en Montreal definida por sus raíces caribeñas y el entorno musical de su familia, el descubrimiento del jazz a través de Teddy Wilson y Art Tatum, un crucial encuentro con el productor Norman Granz en 1949 y las accidentadas giras con su Jazz At The Philharmonic, el exitoso trío junto a Ray Brown y Herb Ellis y una productiva carrera en la marca Verve y, más tarde, MPS, jalonada de numerosos reconocimientos, marcaron hitos en un impecable itinerario musical que incluso se extendió a la parrilla televisiva. Más allá de la crónica, digamos, canónica, lo más jugoso de estas memorias se encuentra en un rosario de anécdotas, crónicas y bromas en el que se intercalan reflexiones más formales acerca del rol cultural del jazz, el racismo o la industria musical, además de aficiones personales y técnicas o de referencias familiares encarnadas por cuatro matrimonios y siete hijos.
Pero, ojo, no todo discurre aquí por un camino de rosas: el pianista canadiense no oculta sus fobias hacia otros colegas como Bud Powell o Charles Mingus, a la vez que rechaza las nuevas tendencias, reprochando la falta de relevos y el “circo global de los festivales”. Opiniones de un gigante reacio a comulgar con el signo de los tiempos. ∎