Entre los títulos de literatura pop más destacados del año encontramos “Reggaetón. Una revolución latina”, obra en la que Pablito Wilson ofrece muchas claves para entender las múltiples transformaciones que el género ha experimentado desde su nacimiento, así como su copiosa permeación en todas las capas del territorio pop.
Pablito Wilson descuelga el móvil en su casa de Armenia, la capital del departamento de Quindío, en la zona cafetera colombiana. El autor de “Reggaetón. Una revolución latina” (Liburuak, 2022) nació en Mar del Plata en 1985, pero lleva más de media vida en Colombia. De hecho, su primer libro es el manual “Rock colombiano. 100 discos, 50 años” (2013), nada que ver con esta nueva aventura editorial que, de alguna manera, es reflejo y producto de su propia evolución como aficionado a la música e investigador de la misma. Wilson autoeditó a finales de 2019 una primera versión del libro bajo el título “Reggaetón. Entre El General y ‘Despacito’” que durante los últimos tres años ha revisado y actualizado, incluyendo además dos nuevos capítulos, los dedicados al impacto de la pandemia en el género y a la huella que este último ha dejado en España.
Hablamos de un autor que empezó a alimentar su melomanía con guitarras eléctricas de sustrato blues tocadas por músicos blancos estadounidenses: “Comencé por Metallica, como mucha gente, pero digamos que la música más fuerte en mi adolescencia fue el nu metal: Korn, Limp Bizkit, Linkin Park y un montón de bandas más raras que desaparecieron por el camino”, recuerda. Aquellos años formativos no estuvieron exentos de prejuicios hacia géneros facturados de Río Grande para abajo, pero poco a poco fue descubriendo su interés por sonidos más cálidos, no necesariamente sometidos a la disciplina anglocéntrica: “Con el tiempo fui descubriendo mi cariño por la música latina y por la música caribeña. Empecé a escuchar reggae, escuché mucho a esa escena que llamaban ‘mestizaje’ en Barcelona, donde estaban Ojos de Brujo, La Kinky Beat, Che Sudaka… Empecé a escuchar mucho rock sobre todo con influencia autóctona y del folclor de los países donde se hacía”. Aunque oriundo de Argentina, país de larga tradición rockera, ha vivido mucho tiempo en un país bañado por el Caribe que además tiene un acervo musical potentísimo, que fue calando en él de manera natural: “En Colombia en las fiestas de Navidad y Año Nuevo se escucha mucho lo que acá se llama ‘música tropical’, sería la cumbia más pop, algunos merengues y algunas músicas de Cuba derivadas del son, una serie de canciones de distintos lados que ya la gente conoce y siempre baila en esas fechas. Me gustó mucho esa música, pero no tenía conocimiento de ella. En Argentina se baila con otro tipo de canciones, el reguetón no tiene tanta fuerza. Y empecé a conectarme mucho con toda esta música: Pastor López, de Venezuela; Los Hispanos, de Colombia; el Grupo Niche, de Colombia; Buena Vista Social Club, de Cuba. Empecé a conectarme más adelante con el reggae de Jamaica, el soca de Trinidad y Tobago… La montaña colombiana, que está tan cerca del Caribe, me hizo tener otra percepción sobre la música con sabor autóctono y latino”.
Parte de ese recorrido vital y sonoro cristaliza ahora en un libro que propone una aproximación seria y documentada a un género que, tal vez contra todo pronóstico y pese a ser denigrado durante años de manera sistemática, ocupa desde principios de este siglo un espacio indiscutible en la inestable galaxia de las músicas populares.
¿Recuerdas cómo descubres el reguetón? ¿Qué impresión te causó?
Descubrí el reguetón por “Gasolina” y no tuve una buena impresión; tenía una visión muy prejuiciosa. Con el tiempo, empecé a entender. El reguetón viene del dancehall. Empecé a entender y tuve otro tipo de aproximación. Por eso comencé a escucharlo desde una perspectiva más periodística; me dije: “Bueno, si lo quiero criticar entonces tengo que conocerlo”. Me meto a escuchar discos enteros de Daddy Yankee, Don Omar, Wisin & Yandel, y ahí es cuando mi percepción empieza a cambiar y empiezo a encontrar canciones que me gustan.
Dices que esa voluntad de aproximación periodística está desde el principio. Y creo que eso se nota en la forma que tiene el libro, que es más reportaje que ensayo. Se aprecian las ganas de explicar las cosas antes de articular tu propia tesis.
Sí, total. Tiene que ver también que yo quería que fuera lo contrario a mi primer libro. En ese libro tenía la idea de que si quería que me escucharan tenía que hablar con grandes metáforas, de forma grandilocuente. La forma de hacer periodismo era jugar con ciertos recursos discursivos para que no pasara desapercibido lo que decía. Ahora tengo una mirada que siento más honesta. Cuando articulas bien y eres muy sincero con lo que quieres contar y lo que dicen otras personas, el lector saca sus propias conclusiones y por lo menos va a decir: “Bueno, yo disiento, pero lo que Pablo dice es esto, estoy de acuerdo en esto o en aquello”. Pero al menos hay una aproximación más sincera al texto. Me parece tramposo lo que hacen algunos periodistas e incluso algunos artistas que dicen cosas muy grandilocuentes que suenan muy bonitas, pero que cuando las empiezas a desarticular son falsas o imprecisas.
En cualquier caso, aquí tampoco te privas de dar tu opinión cuando lo estimas oportuno.
No, totalmente, sí tengo que reconocer que hay una visión de ser un poco más duro con otros géneros musicales que con el reguetón, porque ya hay mucho pelotudo atacando al reguetón, entonces no tiene sentido que yo haga lo mismo. Pero además tiene que ver con el hecho de que, en el ánimo de intentar entenderlo, entiendo que hoy en día la transgresión en la música, diría que de los pocos espacios de transgresión posibles que nos quedan, está en el reguetón. Porque el rock ya no es mainstream, porque hay artistas de rock que están envejeciendo y ya no son tan frenteros como hace algunos años. Por todo eso traté de ver qué mensajes positivos hay en el reguetón que se puedan rescatar y alimentar.
Entonces, sí que había un objetivo por tu parte, una intención primera con la que vas dando cuerpo al trabajo. Una intención de otorgarle un sitio que hasta ahora no se ha sabido o querido reconocer.
En realidad, siempre que uno hace una investigación hay una intención. El tema es cómo de sincero vas a ser si la investigación te demuestra que estás completamente equivocado. Si la investigación me hubiera llevado por otro lado no habría tenido problema en desechar mi tesis y en decir que es totalmente diferente a cómo lo imagino. A medida que fui investigando, fui encontrando que naturalmente el reguetón tiene errores como puede tener cualquier otro género musical, pero me parece que eran mucho más grandes las virtudes. Y esos errores no son exclusivos del reguetón, están en el rock, estuvieron en la música disco, estuvieron en el bolero, en el tango… Si vamos a hablar de ellos, hablemos de ellos en la música en general, no solo en el reguetón.
La conclusión de que el reguetón, en sus más de veinte años de historia, ha supuesto una revolución global está ya en el subtítulo. ¿Era algo que sospechabas antes de empezar el trabajo?
Esto sí lo fui descubriendo en el camino y creo que una de las primeras razones fue ver todo el revuelo que causaron las declaraciones de Pitbull contra Donald Trump. Ahí fue cuando verdaderamente empecé a pensarlo en serio. Eso por un lado. Y por el otro, también, una frase de un antropólogo que dice que el reguetón en Cuba fue muy fuerte porque era una forma con la que la gente se podía rebelar contra los ideales del gobierno diciéndole que su cuerpo no lo iba a poder controlar. Creo que ese tipo de declaraciones, más allá de donde se para uno, en la izquierda, derecha o en el centro, no pueden pasar inadvertidas. Nos estamos dando cuenta de que el sexo incluso es político. Y hoy en día es complejo hablar de eso porque hay muchos prejuicios todavía a la hora de hablar de sexo y naturalmente hay muchos espacios en los que se habla de sexo de manera muy irresponsable. Pero si tratamos de hacer un análisis un poco más serio, es fundamental entenderlo. Por más que haya artistas que están tratando de hacer un reguetón limpio, un reguetón no tan explícito, los jóvenes están buscando cada vez más un reguetón más sexual.
Al hilo de lo que comentas sobre esa posible carga contrarrevolucionaria respecto a la penetración del reguetón en Cuba, o de ese componente sexual del género que no solo es propio de él, ¿crees que la llegada al gran público del reguetón tiene que ver con que está hablando el mismo idioma que hablan las generaciones de oyentes más jóvenes?
En parte, sí. Hoy en día una canción puede decir “le pedí un Uber y la invité a follar a mi casa”, una frase que nos puede parecer banal, pero resulta que hay chicos que se identifican con eso. Hay una serie de preguntas que nos tenemos que hacer. El reguetón es simplemente un reflejo de la sociedad, no es que los chicos estén hablando como hablan, o se expresen como se expresan, o follando como follan porque lo escucharon en el reguetón. Hay un mundo donde hay cine, periodismo, un montón de noticias que se sacan pensando en el clickbait, no en construir una opinión, que están formando ese tipo de pensamiento en los jóvenes y no tan jóvenes. El reguetón está sabiendo leer eso, la música pop mainstream en general, ya sea reguetón, dembow, trap, EDM está sabiendo leer muchas cosas que están pasando en la actualidad, tanto buenas como malas. Y la libertad implica que se cante de todo eso.
Que el reguetón haya pasado de pantalla en el juego de la música mayoritaria, ¿cómo lo valoras?
A mí, naturalmente, el triunfo del reguetón me parece positivo. Sobre todo el hecho de que ahora sea un medio de transgresión, que pueda considerarse una revolución, que tenga implicaciones políticas siempre me va a parecer positivo. Lo que sí me parece triste es la pérdida del rock, de la salsa, de otros géneros, en los espacios. Creo que eso tiene que ver con el cambio de modelo en la industria. Características de la industria que eran rentables hace años, como la venta de CDs, han dejado de serlo. En el mundo de la industria musical ha entrado un montón de gente que no viene del mundo de las empresas culturales, sino de otros espacios, que viene solo a colocar dinero. Y eso genera un cambio en cómo se promociona la música y en qué tipo de música se promociona. Hoy en día lo que dice Bad Bunny tiene más impacto que lo que dice Metallica, y es increíble porque Metallica es una banda que sigue vigente, llenando estadios y diciendo cosas valiosas con las que los jóvenes se identifican. Me gustaría que existiera espacio para todos.
Quizá una de las cosas que estamos viendo es que la nostalgia es el posible camino para el rock’n’roll. Me da por pensar en el binomio reciente: “Master Of Puppets” y “Stranger Things”.
Sí, pero no olvidemos que la música es cíclica. Creo que “Rompan todo”, el documental de Gustavo Santaolalla, demostró que hay suficiente público para que el rock vuelva a ser mainstream. El tema es si va a pasar, porque eso está sujeto a un montón de detalles. Pero el público sigue existiendo y el rock se sigue reinventando. Creo que el rock está más preocupado en atacar a artistas de pop y de reguetón que en ver cómo van a superar esta coyuntura y ganar más espacios.
Me sorprendió que la estructura de la narración no sea estrictamente cronológica o lineal. Está muy bien hilada, incluso reservando para el final los capítulos dedicados al origen del género. ¿Estaba pensado así desde el principio?
No. Los últimos capítulos iban a ser los primeros, pero tan solo explicar el origen del reguetón y del sonido que llamamos hoy dembow y toda esta historia con el pounder y demás era supercomplejo. Me daba cuenta de que cuando se lo quería contar a amigos en una charla de café era difícil de explicar. Entonces dije que tenían que ser los últimos, porque si van a ser los primeros el lector agarra el libro y lo tira al carajo inmediatamente comienza. Por eso preferí comenzar con la historia de Yankee en la película “Talento de barrio” (2008) y esas cosas con las que la gente puede sentir más empatía. Cuando escribes un libro, tienes que encontrar una forma muy amena de contarlo. Todo producto cultural es un juego de lo que quieres contar y lo que el lector o el oyente en el caso de la música quiere encontrar.
Desde que terminaste de escribir, ¿qué es lo que más te ha sorprendido de todo lo sucedido en este ámbito de las músicas urbanas? Porque esto va muy rápido.
Que la gente todavía no se dé cuenta de que nos han anulado los espacios de transgresión y que la música más transgresora es el pop, ya sea pop latino, EDM, reguetón, pop urbano… Es mucho más importante tener un canal masivo de difusión que tener un mensaje superpolítico, supertransgresor, pero que llega a poca cantidad de público. En este mundo en que se habla tanto de la posverdad, que hay tanta mentira, que hay tanto youtuber irresponsable diciendo cualquier cosa, si no nos apropiamos de los espacios de transgresión que podamos lo vamos a pasar muy mal con respecto a las personas que gobiernan nuestros países. Si no aprovechamos los recursos que tenemos, digamos que para luchar, nos van a comer vivos. ∎

Fruto de una labor de tres años, el libro de Pablito Wilson, edición revisada y ampliada de “Reggaetón. Entre El General y ‘Despacito’” (2019), ofrece una nítida panorámica sobre el género musical más controvertido del presente siglo. El periodista argentino esgrime una prosa amena que nunca atenúa el rigor documental de su propuesta, advirtiendo sobre la dimensión política y social del reguetón desde los primeros capítulos de un volumen en el que se recuerda la labor de los pioneros –y de pioneras como Ivy Queen–, se analiza su estigmatización sin caer en la complacencia, se subraya la versatilidad creativa e interpretativa de algunas de sus estrellas y, cómo no, se establece una genealogía bastante más compleja de lo que cabía sospechar.
Asuntos como la progresiva conquista de espacio en el género por parte de las mujeres, la asimilación del estilo y posterior dilución del mismo en algunas propuestas de la corriente principal, el paralelismo de la trayectoria del perreo respecto al de estilos clásicos como el rock’n’roll o el hip hop, la voluntad de adaptación de sus astros a las exigencias del mercado y el doble rasero implícito en estos peajes creativos, la paulatina permeación de sonidos como el trap y el establecimiento de vías de doble sentido en ese recorrido que lo confirma como forma de expresión mayoritaria en el contexto de la música pop contemporánea ocupan estas trescientas y pico páginas sin duda muy bien aprovechadas. ∎