Molesta un poco recordarlo, pero nuestra visión de lo que nos rodea está moldeada por el concepto de civilización. La civilización que nos envuelve y la ciencia que nos protege a la vez acota nuestras miras. El mismo efecto que si hubiéramos nacido en una aldea de la montaña y jamás hubiéramos salido de ahí. Nuestra visión del mundo, guionizada por “civilizacionistas” desde tiempos inmemoriales.
Menos mal que existen el cómic, la literatura y el cine de autor para sacarnos en ocasiones de ese agujero de percepción.
Sí, no he mencionado viajar como desencadenante de una transformación del punto de vista. Se aprende mucho viajando. Desata el instinto de comprender lo que es nuevo, pero muy poca gente consigue abstraerse de su propia idea de civilización viajando. Ni del sentido de pertenencia a un grupo.
Es la verdad que refleja esta novela gráfica, que está basada en un viaje en el que el gobierno español envió a un grupo de cineastas y fotógrafos a Guinea Ecuatorial con el fin de documentar la vida en la colonia española. Fue en 1944.
Ngono Mbá, porteador en aquella expedición liderada por un cineasta, Manuel Hernández-Sanjuán, reflexiona sobre lo que supuso para su pueblo la llegada del hombre blanco a su tierra en aquel lejano 1944. Ahora, con la distancia del tiempo, analiza qué hubiera sido de aquellos intrusos si los guineanos no les hubieran protegido de aquel entorno que les era, a los españoles, completamente hostil. Manuel Hernández-Sanjuán estuvo trabajando durante dos años en Guinea y acumuló un archivo colosal del que podemos observar una muestra a lo largo de la narración. Ngono Mbá trabó amistad con Manuel.
El visitante y el visitado, el colonizador y el colonizado. A pesar del espíritu soñador del protagonista colono, Hernández-Sanjuán, que en cierta medida le permite respetar lo que observa, paladeamos la opresión de la ignorancia que proporcionan las certezas heredadas de la propia cultura frente al otro, a través de la mirada de Ngono Mbá, el protagonista colonizado. Este último es uno de los testigos directos del acontecimiento atroz que supuso la colonización europea, una desgracia prácticamente inmediata a la aberración que padeció el continente africano con la trata de esclavos.
Menos mal que el periodista Pere Ortín (Sagunto, 1968), autor del guion, y el dibujante guineano Nzé Esono Ebalé (Micomeseng, 1977) han hecho “Diez mil elefantes”, aire húmedo cargado de química vegetal que te permite disfrutar de Guinea y dejar de concentrarte en los árboles para observar un rato el bosque.
Solo hay un inconveniente: tras atravesar la selva guineana por el verdor de los dibujos de Nzé Esono Ebalé, ágiles como el sonido de los ríos de la jungla, en un viaje hipnótico al pasado, cierras el cómic y te quedas reflexionando sobre el orden del mundo. ∎