Libro

Peter Shapiro con Dean Budnick

La música nunca deja de sonarLiburuak, 2025
Peter Shapiro (Nueva York, 1972) no busca el chisporroteo de las malas lenguas, el chiste fácil o la anécdota repetida mil veces. El promotor de espacios y conciertos neoyorquino se abre a la posibilidad de ser feliz, con el estrés que comporta, haciendo lo que le gusta. No cabe duda de que es un melómano. De ahí que no todo se reduzca al rock de estadio. Su fuerte es la gestión de conciertos de música improvisada. Le gusta mezclar en las jams que programa músicos de géneros y estilos diferentes, como Questlove, Bernie Worrell, John Scofield, Warren Hayes, Talib Kweli, DJ Logic, Disco Biscuits, Neal Casal, Susan Tedeschi, Vernon Reid, Marcus King, Steve Jordan, Amy Helm, Luther Dickinson, Jennifer Hartswick, Eric Kresno, Jason Crosby, Blind Boys Of Alabama, Joe Russo, Drive-By Truckers o Phish, entre otros muchos. En la construcción de una narrativa basada en el posibilismo, es responsable de la actividad de diversas salas como Wetlands, Capitol Theatre y Brooklyn Bowl, todas en Nueva York. Esta última ha tenido réplicas en Las Vegas, Nashville y Filadelfia. Y en Londres, aunque no funcionó como se esperaba.

Shapiro es editor, y su colega de aventuras y coautor Dean Budnick, director de la revista ‘Relix’, que da amplia cobertura a la americana y las músicas improvisadas. Ambos cabalgan en “La música nunca deja de sonar” (“The Music Never Stops. What Putting On 10,000 Shows Has Taught Me About Life, Liberty And The Pursuit Of Magic”, 2022; Liburuak, 2025; traducción de Patricia P. González-Barreda), subtitulado “Lo que he aprendido sobre la vida, la libertad y la búsqueda de la magia después de montar 10.000 conciertos”, a lomos de la estela del éxito de la música improvisada. Shapiro es un promotor independiente que convive con multimillonarios que le suelen financiar algunos de sus proyectos, viviendo a menudo en el filo del riesgo financiero. Es un relato amable, cuyo vértice principal es uno de los paradigmas de la cultura norteamericana: en el fracaso se halla el inicio del éxito. Asimismo, quedan claros sus estímulos. “También hay un momento de liberación cuando te das cuenta de que las cosas están fuera de tu control inmediato. Tienes que confiar en todo lo que has hecho para ponerlo en marcha y estar preparado para afrontar los imprevistos previstos”.

Por todo ello, la narrativa se muestra sólida, y el ritmo, ligero. El neoyorquino no oculta que convive con el lujo. El lujo de estar un jueves en su club de Londres, tomar un vuelo nocturno para llegar a tiempo a Las Vegas donde tiene otro. De nuevo, otro vuelo el domingo por la noche para desplazarse hasta Nueva York y llegar a tiempo el lunes para llevar a sus hijos al colegio. Como cualquier emprendedor, debe pedir dinero ajeno para costear sus ideas. Le gusta trabajar con amigos y su familia. Presume de rodearse de personas capaces de hacer posible lo imposible. En los ejes discursivos del texto –50 capítulos desplegados en más de 400 páginas– se aprecian una energía y capacidad de liderazgo innatos, junto a ciertas dosis de autobombo que oscilan entre la honestidad y la vanidad.

Cumplidos los 50, con miles de conciertos y aventuras financieras –solo hay que leer los consejos financieros de B.B. King– que carga en sus espaldas, sigue incólume. La actividad profesional de Shapiro tal vez no tendría mucho sentido si no se hubiese interesado en seguir unos cursos de dirección de documentales sobre música en la Northwestern University de Chicago. Su especialidad era observar y grabar a la audiencia y mostrar el porqué de la asistencia a conciertos y la experiencia que supone. Tenía 21 años. Se convirtió en director de documentales y luego en director musical de los mismos. Todo ello lo condujo a ser promotor musical. También le gusta producir y grabar grandes conciertos para emitirlos en streaming en sus locales, plataformas y redes sociales. Además creó los premios Jammy, otorgados entre 2002 y 2008, centrados en la música improvisada.

Su prestigio también le ha permitido trabajar, entre otros, con Bob Dylan, Dave Matthews Band, Al Green, Lauryn Hill, Jason Isbell, Preservation Hall Jazz Band, The Roots. Y con Phil Lesh, ya octogenario, o Bob Weir, siempre en su agenda. Uno de sus hitos empresariales fue la gira del quincuagésimo aniversario de Grateful Dead, “Fare Thee Well”. El impacto del repertorio y el legado musical de los californianos surge en “La música nunca deja de sonar” de manera recurrente. Las canciones del grupo “se revelan constantemente de un modo novedoso cuando músicos expertos las abordan con mentes, corazones y tempos abiertos”. Todo empezó en 1993. Para una mejor comprensión lectora, y atendiendo al cúmulo de las referencias cruzadas, al libro le habría sentado bien contar con un índice analítico. ∎

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