Pola Oloixarac (Buenos Aires, 1977) se ha coronado. Ha hecho lo que ninguno parecíamos preparados para ver, dando alas a la imaginación más lisérgica. ¡Ha dudado! ¡Ha tenido los ovarios de interrogarse, la tipa, cuestionando el relato oficial sin catetismos! Sin querer apagar el fuego con gasofa. Despiojada de la inquina reaccionaria. Con el simple deseo, viejo, empírico, detectivesco, de desvelar la verdad husmeando bajo la supuesta roña. Levantando la intocable roca, para así estudiar el oculto universo de los cortapichas, escarabajos y demás fauna silvestre que sale escopeteada, temerosa, porque pocos se atreven a arrojarles luz.
De esa curiosidad por encima del prejuicio, nace su última novela: “Bad hombre” (2024). Una obra donde, resumiendo, Oloixarac cuestiona el encaprichamiento de los escraches digitales por usar ideas nobles (en este caso, el feminismo) para cometer barbaridades acusatorias. ¿Saben esa paranoia cuñada de las denuncias falsas y el terror a la histeria femenina? ¿Ese diarreico speach de los machos ensimismados, que dicen temer ligar con una mujer por miedo a ser denunciados? Pues Oloixarac, sin aplausos, sin reverencias, más bien dominada por la intriga, ha querido escarbar en su argumentario.
“Bad hombre”, un término que la autora reconoce le birló a Donald Trump, quien se refirió a los hispanohablantes indeseables en los Estados Unidos de ese modo, es una memoria, a medio camino entre la realidad y la ficción, donde se desgranan los mecanismos de venganza puestos en marcha por ciertas mujeres con las herramientas de la cancelación. Con esto, la escritora no pretende denostar la existencia de una violencia machista repugnante, a todas luces judicializable. A lo largo de la novela, vemos que su objetivo solo es señalar cómo una victimización arsénica puede satisfacer sanguinariamente el despecho o la rabia, aun en ausencia de crimen.
Consumiendo a los macho-man galanes, a los latinos dandis de hábitos casquivanos protagonistas de la investigación, como si se tratara de una historia, “guardando cierta distancia, como ante una bestia”, dirá la autora, Oloixarac logra vestirse de objetividad. Consciente de que una mentira bien contada, repetida y sacralizada, puede convertirse en verdad, su trabajo a lo largo de las páginas consiste en dar voz a todas las partes, buscando patinazos en los correspondientes relatos. Una tarea a la que debería rendirse cualquiera con pretensiones absolutistas, sin importar la bancada que ocupe su argumento. Porque en las lides de alcoba, en todo lo relativo al Eros, las fronteras de la cordura y la civilización se derriten sometiendo los gestos al impulso y la visceralidad. Nada hay más ciego que el odio. Hombres o mujeres, da igual, la ojeriza invita a cargar en ristre cualquier cosa que esté a mano con tal de infligir castigo. Es una condición humana. Nuestro instinto troglodita no sabe de honradez, y conviene que nos hagamos cargo de ello cuando presuponemos la pureza de todo cuanto pueda albergarlo detrás.
Pola Oloixarac se careó al escribir este libro contra quienes la azuzaron para arruinar la vida de varios hombres, aun sin tener ella otra prueba que la emponzoñada palabra de quien se lo solicitó. Con prosa fresca, sin impostura, ni careta, la escritora ha demostrado que se puede hacer buena literatura comprometida con la realidad, por muy impopular que el argumento parezca a priori. Y por eso, como decía, se ha coronado de verdad. ∎