Viñetas de exploración personal. Foto: Marina Tomàs
Viñetas de exploración personal. Foto: Marina Tomàs

Entrevista

Powerpaola: “Todo lo que me pregunto trato de resolverlo dibujando”

Apa-Apa edita en España una de las obras icónicas de Powerpaola, “Todo va a estar bien”, un trabajo fundamental dentro del cómic autobiográfico latinoamericano, donde la autora transforma su experiencia personal en una exploración artística sobre el amor, la pérdida y el paso del tiempo. Con un trazo íntimo y reflexivo, Powerpaola convierte lo cotidiano en una búsqueda espiritual y estética que sigue resonando una década después de su primera publicación. La entrevistamos durante su reciente visita a Barcelona.

Powerpaola (Quito, 1977) es una de las voces más personales e inquietas del cómic latinoamericano. Autora de Virus tropical” (2009; Sexto Piso, 2019), Todas las bicicletas que tuve” (2022; Sexto Piso, 2022) y Todo va a estar bien” (2015; Apa-Apa, 2025), regresa a las librerías con una reedición de esta última obra, publicada hace una década en Latinoamérica. En ella, la dibujante colombiana-ecuatoriana explora los vínculos entre memoria, deseo y pérdida a través de una mirada que combina lo íntimo y lo político, el humor y el duelo, la espiritualidad y la carne. Nos encontramos con la autora en uno de los iconos arquitectónicos de Barcelona, el Palau de la Música Catalana, donde conversa con serenidad, como si cada palabra se dibujara antes de ser dicha.

“Volver a estas páginas ha sido raro”, confiesa Paola Gaviria –ese es su nombre real– sobre “Todo va a estar bien”. “El título ya no tiene el mismo sentido. Ahora suena naíf, casi como una provocación. Pero sigue siendo un mantra para seguir adelante, una forma de resistir al desánimo colectivo”. El color violeta de la nueva edición, añade, le da una dimensión más espiritual, más trascendente. Es curioso cómo el tiempo reconfigura todo: lo que antes era cotidiano, ahora lo leo como una constante que se repite, una especie de ciclo vital.

“Todo va a estar bien” es también una reflexión sobre el amor y la pérdida. “Quería escribir un libro sobre el amor y me salió uno sobre el duelo”, dice sonriendo. Lo hice cuando murió mi padre, después entendí que el amor y la muerte son dos formas del mismo vacío. A veces uno se aferra al deseo para no sentir el dolor”. Muerte y amor siguen vertebrando los proyectos en los que se encuentra inmersa: una novela gráfica sobre fantasmas y una serie de retratos y entrevistas sobre el amor. “Pregunto a cien personas qué es el amor. Cada respuesta me hace repensar la mía”. Aunque, prosigue, ahora el duelo lo estoy afrontando desde otro lugar y el amor también, tal vez tengo menos hormonas. El amor pasa por otro lugar, antes quería vivirlo todo y contarlo todo, un espíritu muy noventero. Ahora tengo más precaución, más pudor, me tomo más tiempo”.

“Quería escribir un libro sobre el amor y me salió uno sobre el duelo. Lo hice cuando murió mi padre, después entendí que el amor y la muerte son dos formas del mismo vacío. A veces uno se aferra al deseo para no sentir el dolor”

Para Powerpaola, el arte no es un oficio sino una forma de vida: “Es un dispositivo para entender la existencia, las relaciones con los otros, con uno mismo, con el propio dolor. Todo lo que me pregunto, filosófica o emocionalmente, trato de resolverlo dibujando”. A través de su trazo, busca el equilibrio entre lo visible y lo invisible, entre lo que se recuerda y lo que se imagina. “Dibujar es un modo de hacer visible lo que estaba oculto. A veces los dibujos revelan patrones o repeticiones de las que no eras consciente”. Y en el trazo busca siempre la forma y las herramientas adecuadas, el lenguaje emocional de cada obra. En “Virus tropical”, su primera novela gráfica larga, eligió trabajar con un Rotring 0.1, una herramienta que le resultaba cómoda y constante. Sabía que la historia sería extensa y exigía una línea firme y sostenida. “Era un trabajo de muchos años, y necesitaba un trazo que acompañara esa continuidad, recuerda. El resultado es un relato veloz, lleno de movimiento, casi como un flujo ininterrumpido de anécdotas y personajes. En “Todo va a estar bien”, sintió la necesidad de ir más despacio. Optó por un lápiz portaminas 0.3, que le permitía detenerse en cada viñeta, pensarla y dejar espacio para el silencio. “Me sentía muy inspirada por la literatura japonesa, quería un ritmo lento, que las sombras y los gestos hablaran por sí mismos”. En “Todas las bicicletas que tuve”, en cambio, buscó la soltura y la rapidez con aguadas. El pincel se convirtió en la herramienta ideal para lograr esa fluidez. Trabajó en una libreta con un papel difícil, que dejaba huellas y marcas imposibles de borrar. Esa resistencia material terminó por dar forma al tono del libro: un dibujo más plástico, pictórico y emocional. “Las páginas tienen tristeza, melancolía, un vacío existencial. Y eso también lo transmiten los materiales”, aclara.

Buscando nuevas formas de expresión. Foto: Marina Tomàs
Buscando nuevas formas de expresión. Foto: Marina Tomàs

Esta búsqueda de nuevas formas se opone a ciertas constantes presentes en sus obras. Por ejemplo, la vegetación, protagonista de portadas y abundantes viñetas. “La selva para mí es la noche oscura del alma: un espacio de transformación, de miedo y belleza. Todo está vivo, y tú eres una parte mínima de ese todo, ahí te sientes muy chiquito. Me gusta tratar de transmitir eso, como lo gótico tropical de la selva”. Otro elemento protagonista en sus cómics son las mujeres –madres, hermanas, amigas–, que construyen una genealogía femenina que mezcla ternura y crítica. Como autora gráfica desde hace dos décadas, implicada en dar visibilidad a través de colectivos como Chick On Comics o Las Piñas, recuerda que cuando empezó “no había tantas autoras en Latinoamérica. Hoy hay más voces, más estilos, más temas. Aunque en el mismo mundo del cómic, a veces siento que los hombres solo leen autores masculinos y las mujeres, autoras femeninas. Creo que sigue siendo un mundo masculino. Nosotras hemos tenido que inventar nuestro espacio”.

Paola cita a referentes como Julie Doucet, Aline Kominsky o la pintora Débora Arango, mujeres que “se atrevieron a contar lo que nadie contaba: el cuerpo, el deseo, la contradicción. Me fascinaba y me cuestionaba por qué no había referentes de mi cultura hablando sobre lo mismo. Ella, desde su lugar, busca narrar lo que no se decía de ciudades como Quito, Cali o Medellín: “Nadie hablaba de nosotras, ni de cómo era vivir ahí en los noventa. Yo quise hacerlo desde mi memoria. Su compromiso artístico también ha tenido consecuencias. En 2019, junto al artista Lucas Ospina, vivió una experiencia de censura tras pintar un mural en Bogotá que fue borrado por presión diplomática. “Fue intimidante”, recuerda. “Llevábamos semanas trabajando y de repente lo cubrieron de blanco. Pero los vecinos nos ayudaron a repintarlo. Al final, se convirtió en un espacio de protesta, un muro colectivo, vivo”.

“Hoy hay más voces, más estilos, más temas. Aunque en el mismo mundo del cómic, a veces siento que los hombres solo leen autores masculinos y las mujeres, autoras femeninas. Creo que sigue siendo un mundo masculino. Nosotras hemos tenido que inventar nuestro espacio”

Aunque reside desde hace años en Buenos Aires, Paola no olvida Colombia, un país al que añora pero al que nunca decide volver. “Es un país donde el victimario siempre cambia. Si no es la guerrilla, es el narcotráfico o los paramilitares. Esa violencia se naturaliza. En Argentina, a pesar de todo, la gente sigue saliendo a la calle, sigue luchando. Eso me da esperanza”. Sobre el presente político argentino, es clara: “Vivir en el país del psicoanálisis con un presidente como Milei es surrealista. Pero la gente es increíblemente solidaria. Hay crisis, pero también una creatividad para sobrevivir que me emociona.

Entre los libros que siempre la acompañan menciona “Amy And Jordan” (1997), de Mark Beyer, “Beca Ratón” (2021), de Anna Haifisch, o “Diario de Nueva York” (1999), de Julie Doucet, tres cómics que –como su propio trabajo– mezclan humor, melancolía y observación aguda de la vida cotidiana. Y, como en su dibujo, en su vida el ritmo importa. La música, afirma, la acompaña en cada proceso creativo. Escucho de todo: salsa, punk, cumbia, ambient… Cada obra tiene su banda sonora. A veces encuentro una canción perdida y me transporta a una época o a una emoción. La música es memoria viva. Últimamente, confiesa estar fascinada con la artista trans mexicana Luisa Almaguer: “Me encanta su voz, las letras de sus canciones”. Además, colabora con la emisora argentina La Tribu, en el programa “Cosas lindas”, donde comparte música de artistas y disidencias latinoamericanas poco conocidas. En Powerpaola, el arte no es un refugio, sino una manera de habitar el mundo. ∎

La vida en el retrovisor, un acto de fe en el título

“Todo va a estar bien”
Apa-Apa, 2025

“Todo va a estar bien” (2015; Apa-Apa, 2025) comienza con un salto al vacío. Paola, la protagonista, se lanza a un precipicio: una imagen que condensa el tono de la obra, entre el vértigo y la búsqueda. En sus páginas, la colombiano-ecuatoriana construye un relato íntimo y fragmentario, hecho de viajes, encuentros y despedidas: un recorrido por distintas etapas vitales, entre Bogotá, Medellín, Lima o La Habana. Un relato con un dibujo igual de expresivo que su predecesor Virus tropical” (2009; Sexto Piso, 2019), pero con un ritmo más pausado que acude a las texturas del lápiz antes que a la tinta.

Los escenarios cambian –una casa con fantasmas compartida con su amiga Violeta, un viaje con Mara a Perú, una estancia en Cuba junto a su prima Gloria, la vida en Medellín cerca de su padre– pero todos se conectan por un mismo hilo: la búsqueda de sentido a través del amor y la creación. “Imaginaba que el día que tuviera una relación más cercana con mi padre tendría novios más normales”, escribe con humor y melancolía.

Los amores están tan presentes como la creación; quedar para dibujar es un acto cotidiano para Powerpaola. Hay una fisicidad constante en la manera de experimentar el arte. Paola dibuja, pinta, posa como modelo, asiste a clases de arte en la madrugada donde la pintura adquiere un carácter onírico. “No tengas miedo de la mancha, la mancha tiene poder”, le dice un profesor de dibujo, que también le aconseja “tener muchos novios, no embarazarse y dibujar”. Detrás de la ironía del consejo late una idea que atraviesa toda la obra: el arte como experiencia vital, como forma de libertad y de conocimiento.

En el libro, que transita entre el diario personal, la crónica de aprendizaje y el cuaderno de viajes, la memoria personal se mezcla con el contexto político: los secuestros, el miedo, la violencia que impregna la vida cotidiana. “Siempre que escucho los truenos en Medellín pienso que son bombas”, escribe en una viñeta. La autora convierte el trauma colectivo en experiencia íntima, sin dramatismo, con la serenidad de quien observa el dolor desde la distancia del tiempo.

A medida que avanza, el cómic revela su verdadera naturaleza: un libro sobre el duelo. La muerte del padre articula el relato y le da profundidad emocional. La autora ha explicado que comenzó con la intención de escribir una historia sobre el amor, pero terminó haciendo una sobre la pérdida. En ese tránsito comprendió que ambas fuerzas se alimentan mutuamente. “Cuando empecé quería hacer un libro sobre el amor”, explicaba durante la entrevista. “En el proceso me fui dando cuenta de que mis amores no eran los que yo pensaba. Eran mis amigos, relaciones esporádicas, momentos compartidos que cambiaron el ritmo de mi vida. Pero justo se acababa de morir mi padre…”.

Como ocurría en “Virus tropical”, “Todo va a estar bien” marca el cierre de una etapa y el inicio de otra. Un libro donde el amor, el arte y la muerte se entrelazan como formas de resistencia. Su tono es íntimo y, al final, el título ya no suena ingenuo, sino como acto de fe: una manera de seguir mirando el mundo, incluso cuando todo parece tambalearse. ∎

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