“Cómo luchamos por nuestras vidas” (“How We Fight For Our Lives”, 2019; Dos Bigotes, 2021) arranca en mayo de 1998 en Lewisville (Texas) y pone su punto y final en septiembre de 2011 en Barcelona (España). Lo que hay entre estas dos fechas y lugares es un diario personal en el que Saeed Jones (Memphis, 1985) parte del micro de su propia biografía para extrapolarlo a un macro mayestático que justifica totalmente el uso de “nuestras” en el título del libro. Que por algo se titula como se titula y no “Cómo lucho por mi vida”.
Su relación con una madre soltera comprensiva pero atrapada en la ley del silencio (es decir: acepto que seas gay, pero mejor no hablemos del tema) es un espejo en HD en el que se verán reflejados muchos otros padres con hijos queer. Lo mismo ocurre con una abuela que intenta con todas sus fuerzas hacer recaer sobre los hombros de un niño el peso de la moral cristiana obsesionada con el concepto de culpa. También con el miedo al sida que brota de forma poderosa cuando creces privado de información (“Como si fuera una secuencia lógica de acontecimientos, una fórmula matemática, un ciclo vital. Oruga, capullo, mariposa; chico gay, hombre gay, sida”, escribe Jones), con el amigo de la infancia que en la intimidad se muestra curioso pero frente al resto de niños te llama maricón, con el armariado cuya homofobia interiorizada acaba explotando en forma de violencia y con la promiscuidad como herramienta para pulir los contornos cortantes de una personalidad con la que abrir heridas en la carne de la misma sociedad que ha negado la posibilidad de tu existencia.
Jones se gana un puesto de honor en el linaje que va de James Baldwin hasta Brontez Purnell gracias a una habilidad afiladísima a la hora de conectar la experiencia personal con la conciencia social de una minoría necesitada de voces altas y claras. A tenor de los asesinatos de James Byrd Jr. (por motivos raciales) y Matthew Shepard (por su orientación sexual), el jovencísimo escritor aprende la lección: “Pueden matarte por ser negro. Pueden matarte por ser gay. Ser un chico negro y gay es una sentencia de muerte”. Así que decide somatizar toda la rabia e instrumentalizar su propio cuerpo para azotar la conciencia (y, a veces, el físico) de los hijos del heteropatriarcado blanco hetero: “Si mi país iba a odiarme por ser negro y gay, no tenía más remedio que hacer de mí mismo un arma”.
Poco a poco, sin embargo, va reconduciendo su pulsión (auto)destructiva hacia la escritura, arte que practica de forma frontal y honesta. Esta es la tabla de salvación que, en tiempos del #blacklivesmatter, lo ha convertido en un autor fundamental para entender la realidad de todos aquellos que crecen luchando contra la doble negación que toda su vida les ha inculcado que “negro y gay” es un binomio que no existe. ∎