El cine de terror adolescente de los años noventa del siglo pasado se saturó de ironía con el advenimiento de “Scream” (1996-). La saga creada por el guionista Kevin Williamson y el realizador Wes Craven estuvo marcada desde el principio por su talante referencial: no solo guiñaba el ojo a clásicos como “Halloween”, sino que se guiñaba el ojo a sí misma en unas secuelas donde los personajes tenían que convivir con la producción de películas exploitation inspiradas en su propio drama. “Scream VI” (Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett, 2023) incluso incorporaba una especie de musealización de lo sucedido en las entregas previas. El guiño encajaba con la autoironía sobre el reciclaje que las grandes corporaciones del audiovisual lleva a cabo con sus catálogos, véase “Star Wars. Episodio VII. El despertar de la fuerza” (J. J. Abrams, 2015), donde la futura heroína Rey saquea los restos tecnológicos del antiguo Imperio Galáctico.
Los responsables de la nueva “Sé lo que hicisteis el último verano” (2025; se estrena hoy) han optado por un tratamiento del pasado algo diferente. Quizá han asumido que la obra original fue un éxito comercial, sí, pero que siempre tuvo algo de pariente pobre de la otra saga guionizada por Kevin Williamson. Los supervivientes del filme de 1997 no son leyendas ni celebridades, como sucede en las secuelas de “Scream”, sino un incómodo recordatorio del pasado de un lugar ahora gentrificado. Cuando vuelven los crímenes, las fuerzas de seguridad parecen más interesadas en eliminar la publicidad negativa –el pueblo acoge unas fiestas en plena escalada asesina– que en proteger al grupo de jóvenes en riesgo. El contexto puede recordar a una versión de “Tiburón” (Steven Spielberg, 1975) donde el monstruo que pone en riesgo el progreso económico no es un pez, sino un pescador homicida.
Por lo demás, la nueva “Sé lo que hicisteis el último verano” es una secuela tardía que recupera a personajes de las películas pasadas y los sitúa en emplazamientos aparentemente periféricos de la trama. No faltan los consabidos elementos de remake –las situaciones calcadas del original son constantes y conscientes– y reboot –la abundancia y preeminencia de caras nuevas escenifica un relanzamiento posible– de esa manera confusa que comienza a ser muy característica de un Hollywood rentista, ávido de rentabilizar propiedades intelectuales de todas las maneras posibles. Sus responsables apuestan por un divertimento cómodo de ver, no demasiado intenso, cuyo único riesgo recae en alguna decisión de guion potencialmente polémica. Las escenas de terror son desiguales, a veces más inquietantes –e incluso dotadas de humor negro– y otras veces más reminiscentes de un thriller de acción vulgar. La atmósfera de misterio con diversos sospechosos no se cultiva demasiado, como suele suceder en el cine slasher con vagos toques de misterio whodunit.
Como en el primer filme, el grupo de personajes destinados a apelar a la audiencia juvenil no son personajes particularmente modélicos, pero tampoco se contemplan a través de la mirada muy condenatoria de la corrosiva versión televisiva de la franquicia. A medida que avanza la trama, se incrustan las apariciones de los supervivientes de la película inicial: Julie (Jennifer Love Hewitt) y Ray (Freddie Prinze Jr.). La disminuida iconicidad de sus reapariciones puede resultar interesante, porque se aleja de la nostalgia más gesticulada y mitificadora, pero a la vez evidencia el escaso potencial del conjunto para devenir memorable. Quizá la trilogía “Halloween” (2018-2022) de David Gordon Green fue dispar y caprichosa, pero se podía ver en ella algunos hallazgos y tentativas, mientras que el filme de Jennifer Kaytin Robinson parece plano y un tanto inercial. Se percibe una competencia profesional básica por parte de los implicados, pero poco que nos recuerde que el cine comercial es comercial, pero también puede tener algo o mucho de expresión artística, o de astucia narrativa, o de hallazgo estético.