El cine de Jonás Trueba está atravesado por la música: las canciones acompañan y persiguen a sus personajes, y los músicos comparecen en pantalla como discretos comentaristas de sus devaneos vitales. Coincidiendo con el estreno de “Quién lo impide”, hablamos con el director sobre su nada disimulada melomanía.
El título de la primera película de Jonás Trueba (Madrid, 1981), “Todas las canciones hablan de mí” (2010), ya parece una declaración de intenciones de toda su filmografía, y se podría voltear como “Todas mis películas hablan de canciones”. O se enraízan en ellas, reinventando el concepto habitual de banda sonora. Las canciones no solo están en la génesis de muchos de sus filmes, de “Los ilusos” (2013) y “Los exiliados románticos” (2015), con fugas musicales a cargo de Tulsa, a “La reconquista” (2016), donde aparecía Rafael Berrio, y “La virgen de agosto” (2019), sino que entrelazan su vida y su cine a través de insólitos azares e intuiciones.
En “Quién lo impide” (2021), Jonás Trueba multiplica sus carambolas vitales y musicales con un proyecto que toma el título y el impulso optimista de una canción de juventud de Rafael Berrio (cuando militaba en Amor a Traición) que ya aparecía en “La reconquista” para depositarlos en un grupo de jóvenes a modo de semilla emocional y ver qué pasa entre todos, los chavales y sus preocupaciones y el cineasta capaz de organizar sutil y libremente una narrativa entre la improvisación y la realidad ficcionada para esas vidas por hacer.
Un proyecto que primero tomó forma de cuatro películas simultáneas que se proyectaron únicamente en unos pocos centros culturales a modo de happening, y que ahora, con nuevas aportaciones sobre el tiempo transcurrido y marcado por algo tan fuerte como la pandemia, se reorganiza como largometraje en casi cuatro horas apasionantes, que fluyen con una naturalidad pasmosa. Adolescentes tirando a jóvenes, en un proceso de cinco años de aprendizaje vital, o de enseñanza, porque tienen mucho que transmitir sobre sus formas de pensar y sentir, y sobre el mundo que van a protagonizar. Jonás Trueba con estos chicos y chicas, o ellos con él, logran un filme insólito y cautivador, deslumbrante y emocionante, sobre una generación y un cine palpitantes. ¿Y las canciones? También, casi todas, las ponen ellos.
El concepto de canción parece guiar toda tu obra, pero en tu ópera prima el uso de la música se acerca más a la idea de banda sonora como acompañamiento de la acción.
De todas las películas que he hecho, es seguramente la que más música contiene, y tenía una escritura más de guion, y aunque la música funcionaba a varios niveles, una de ellas era más narrativa en el sentido clásico. En las siguientes, creo que el uso de la música ha sido más concreto, más profundo, trabajando lo diegético, la canción que se produce en el sitio y se escucha. Pero en realidad eso estaba ya en “Todas las canciones hablan de mí”. En la escena en la que el protagonista escucha “La estación de los amores” de Franco Battiato, que es algo que pertenece a mi infancia, como se refleja en la película, ya estaba esta cuestión, que es la que más me interesa: qué pasa cuando la película se para y un personaje se detiene a escuchar una canción. Es una situación muy propia de la vida y muy poco frecuente en el cine, donde habitualmente la música hace de cemento para unir escenas o planos.
Además, el protagonista está de espaldas, mirando hacia el reproductor de CD, ni siquiera se le ve la expresión de la cara. Sin embargo, hay una narrativa ahí…
Totalmente, parece que la película se detiene, pero es una sensación falsa, porque esas canciones siempre transmiten cosas y producen movimiento. Parece que si un personaje no se mueve, la película no avanza, pero las canciones van haciendo un trabajo. Hay un filme que admiro mucho porque es algo monumental y bestial, y que hace mucho eso, que es “La maman et la putain” (1973) de Jean Eustache. Una de las cosas más bellas que tiene son las canciones que los personajes escuchan, casi siempre en una habitación, sentados en un colchón en el suelo, con un tocadiscos. Las escuchan, las tararean, se ríen y lloran con ellas. Eso para mí fue paradigmático. También está presente en “L’Atalante” (1934) de Jean Vigo. Y una de las cosas que más me gusta de Carlos Saura es el momento de “Cría cuervos” (1976) en que Ana Torrent pone en el tocadiscos “Porque te vas” de Jeanette.
Sueles dejar que las canciones suenen enteras, hay una especie de respeto o dedicación a la importancia trascendental que pueda tener una canción. En “Los ilusos”, la interpretación de “Cabalgar” por El Hijo, con sus ocho minutos ininterrumpidos, en un concierto en el salón de una casa, acaba siendo el momento clave del filme.
Sí, había gente que decía que esa escena se podría quitar y no pasaría nada. Yo creo que la película se caería. A partir de esa canción, la película cambia, hay un tránsito a través de la canción.
Esta forma de hacer, que se multiplica en “La reconquista”, ¿surge porque tienes un concepto de la música más basado en canciones concretas que en LPs o en la obra completa de un artista?
No sé qué decirte, soy de mi época, y me sigo poniendo en mi casa un CD entero y cuando un artista que me gusta saca un disco, me lo escucho bien de principio a fin. Y me gusta considerar los discos como una obra, que empieza con una canción concreta y termina con otra, y en medio hay una evolución. Lo que pasa es que las canciones que he utilizado en mis películas estaban ahí desde antes, y de hecho van insertas en la situación, no es una canción que se añade en el montaje porque queda bien. Casi siempre construyo la estructura y la forma de las películas a través de esas canciones. Me pasé meses escuchando “Cabalgar” de El Hijo, y “Los ilusos” nace en mí con esa canción dentro. Y lo mismo me pasa con las canciones de Rafael Berrio en “La reconquista”, son canciones que me ayudan a entender la película que me propongo hacer. De una manera natural, acabo construyendo un espacio grande en la película para ellas, porque estaban desde el principio.
¿Los artistas que van sonando en tus películas tienen siempre relación directa con lo que escuchas en ese momento?
En “Todas las canciones hablan de mí” también había canciones de Nacho Vegas y de Aroah, que eran autores que estaba oyendo mucho en ese momento, y los incorporo a la película igual que incorporo a los actores, los espacios, los objetos… Para mí una película es como una caja con cosas dentro, las cosas que quieres guardar para el futuro, y entre ellas están las canciones.
Cuando hacías “Los exiliados románticos”, ¿estabas prendado de las canciones de Tulsa?
Con Miren Iza pasa lo mismo, porque ella llegó antes. Fue muy bonito, porque vio “Los ilusos”, y apareció en una presentación de un libro, creo que ella acababa de llegar a Madrid y me dijo que le gustaba la película. Empezamos una correspondencia y me mandaba las canciones que estaba creando en ese momento. Y un día me envía “Oda al amor efímero” y es a partir de esa maqueta cuando yo empiezo a imaginar la película, que acaba siendo un poco la puesta en escena de esa canción. Y acaban entrando más canciones, y ella misma, en la película. Efectivamente, obedece a un momento sentimental de la vida a diferentes niveles, como luego ocurre con Rafael Berrio o Soleá Morente.
La relación con Rafael Berrio es la culminación de todo esto, ¿no?
El cuelgue con Rafa empieza en 2010. Le conocí cuando presenté “Todas las canciones hablan de mí” en San Sebastián y nos fuimos haciendo amigos. Y acaba participando en “La reconquista”. Es gracioso porque yo le cuento la película que estoy intentando hacer, y él me habla de canciones suyas de los años 90, me pone en la pista de “Somos siempre principiantes” y “Quién lo impide”, y termino de construir la película gracias a ellas.
Y Berrio acaba creando una nueva canción para la película, “Arcadia en flor”...
Sí, porque casi antes de saber la película que quiero hacer, sé que quiero que él esté a varios niveles, y que esté su cara, y todo se construye alrededor de esa escena en la que van a verlo a él tocando. También había un deseo de darlo a conocer, y cuando alguien me dice que descubrió a Rafael Berrio al ver “La reconquista”, siento que ya por eso merece la pena haberme dedicado a esto.
Todo esto va aún un paso más allá cuando la canción de Berrio que aparecía en “La reconquista” da título, inspiración e impulso a un proyecto tan abierto, audaz y juvenil como “Quién lo impide”…
Fue muy bonito, porque cuando estábamos acabando las mezclas de “La reconquista” vino Rafa a meter unas notas de guitarra que necesitábamos, y era el día que Candela (Recio, que participa en ambas películas) cumplía quince años. Se me ocurrió que Rafa le grabara allí mismo una versión de “Quién lo impide” para enviársela como regalo de cumpleaños. Improvisamos con un micro en el estudio y le enviamos por la noche la grabación. Y creo que ese momento de Candela a los quince años recibiendo una canción con el significado de “Quién lo impide”, cosa que le emocionó muchísimo porque ya admiraba a Rafa y lo había visto en directo desde los catorce años, fue determinante para que surgiera “Quién lo impide” como película.
Y la frase “Quién lo impide” ya se ha convertido en una expresión de impulso y entusiasmo para una generación muy joven, y muy posterior a la de su autor, a través de la película.
Es bonito cómo esa canción de la juventud de Rafa se está resignificando ahora. Y es curioso cómo una canción que parece de una etapa más ligera de Rafa está hablando del paso de descubrir tu propia identidad, sin miedo a explorar tu ser. Para mí hay un verso clave que es “acabar con tu linaje de una vez por todas”. Es una canción optimista en el sentido de la confianza que uno tiene en hacer su propio camino.
Esa influencia subterránea de la canción se sublima cuando Berrio aparece fugazmente como espectador en el concierto en el que los chavales hacen sus canciones y también su versión de “Quién lo impide”.
Sí, es como una imagen fantasmal de Rafa, como uno de esos mensajes en una botella que nos manda. Estaba ahí viendo a gente muy joven reunida y su canción había servido para provocar todo eso, había algo de justicia poética en ese momento.
Es una película en la que los jóvenes provocan la evolución del proyecto y en la que se escucha a esa generación como casi nunca se ha hecho. ¿Te planteaste la utilización de las canciones en el mismo sentido?
Sí, yo solo les pedí a algunos que hicieran versiones de la canción de Berrio, aunque no he incluido todas en la película, pero todo lo demás que tocan en el concierto final es porque ellos lo decidieron y quisieron prestar esas canciones a la película. Y la música que usamos en algunos momentos específicos, como los intermedios, son composiciones de diferentes chavales que participan, la música que les gusta hacer, que está más cerca de la electrónica. Y a mí me ha gustado mucho atreverme a meter esas músicas que de entrada me quedan más lejos, pero ahora son de mis momentos favoritos de la película.
¿Al utilizar en “La virgen de agosto” las canciones de Soleá Morente querías ir hacia algo más popular, porque la película también lo exigía?
Pues de nuevo es una historia bastante increíble. Digamos que los dos venimos de un linaje con apellido, con un padre con mucho peso, pero curiosamente no la conozco hasta que Enrique Morente muere. Ella se pone en contacto conmigo porque yo era muy fan de Enrique, porque el “Omega” (1996) me pegó muy fuerte en la cabeza siendo adolescente. En esa época me pasó una cosa muy loca, me tenía que dormir escuchando canciones de Paco Ibáñez, era como si me cantara nanas. Tendría dieciséis años y empecé a imaginar un disco en el que Enrique Morente cantase canciones de Paco Ibáñez, que en realidad son ya versiones de poemas. Me obsesioné tanto con esa idea que mi padre me animó a que le enviará una carta a Morente contándole esa idea. Y lo hice, le grabé un CD con las diez canciones de Paco Ibáñez que había elegido y se lo mandé diciéndole “pienso que usted debería hacer sus versiones de estas canciones”. Años después, mi padre conoció a Enrique y salió en la conversación lo que yo le había enviado, y le dijo que le había gustado mucho la idea y que no descartaba hacerlo. Perdona que te cuente todo esto…
Sigue, sigue, que estoy absorto…
Enrique muere en 2010, y al cabo de un tiempo Soléa Morente me escribe diciendo que su padre les había hablado alguna vez de aquella idea, pero que no encontraba el disco que yo le grabé. Le vuelvo a grabar el CD a Soleá, y mantenemos una correspondencia. Al cabo de un tiempo ella escribe una canción titulada “Todavía” y me la envía, pero yo estoy liado en un rodaje y no le contesto hasta tiempo más tarde, cuando ella ya ha hecho el videoclip. Pasan unos años y cuando estoy empezando a pensar y a escribir “La virgen de agosto” con Itsaso (Arana, protagonista del filme), empezamos a escuchar mucho aquella “Todavía” que Soleá me había mandado, y de la que yo me había olvidado. Y de nuevo nos damos cuenta de que esta canción es la película que queremos hacer. Y, azares de la vida, en el verano de 2019, cuando íbamos a rodar “La virgen de agosto”, veo en el programa de las fiestas de La Paloma en Madrid que está programada Soleá. Así que la llamo y le digo que vamos a grabar su concierto real como si estuviera dentro de la ficción. Y la canción que me envió para que hiciera el videoclip acaba en otra película de esta manera tan loca. La canción habla de tomarse ese tiempo que a veces nos quitamos a nosotros mismos. Y la película trata de eso.
¿Hasta qué punto hay influencia de tu padre, Fernando Trueba, en tus gustos musicales? En “Todas las canciones hablan de mí” sí se detecta algo de eso, por la inclusión de Bill Evans o Bola de Nieve en la banda sonora…
Sí me ha influido, la música que suena en casa cuando eres pequeño te marca siempre, y a mi padre le dio esa fiebre por Battiato en los 80, como a muchos españoles. En la película intentaba ironizar con la idea de que cuando escuchaba esas canciones que ponía mi padre me parecían ridículas, pero cuando las vuelvo a escuchar por mí mismo ya de adulto, me emocionan, también por ese vínculo con la infancia. Mi padre es un gran cinéfilo, pero sobre todo es un gran amante de la música, específicamente del jazz, y Bill Evans sonaba todo el rato en mi casa. También George Brassens. A mi padre le debo una educación musical muy importante, también por ejemplo con Bruce Springsteen, que es fundamental en mi vida. Hay gente que me dice que es raro que en “Quién lo impide” los chavales lleven camisetas de Nirvana o de Siniestro Total. Pero eso tiene que ver con la herencia de la música que siempre llega a través de padres, hermanos mayores o amigos. Por eso los chavales de ahora pueden estar descubriendo a Nirvana o a Los Planetas. Y en mi primera película había esa transición entre la música que he heredado de mi padre y la que he descubierto por mí mismo, como Nacho Vegas, que también es muy importante para mí.
¿Eso ha provocado que durante un tiempo se identificara tus gustos musicales con el indie?
Cuando me engancho a un artista, lo hago de una manera muy fiel y muy profunda. No estoy obsesionado por descubrir lo que mola en cada momento ni muy atento a la novedad; si mola ya me llegará, y en este sentido el indie como tal más bien me lo perdí. Me ha ido gustando lo que me ha parecido que merecía la pena o lo que me ha transmitido un amigo.
De Bruce Springsteen, ¿por qué has elegido “Bobby Jean” para la playlist?
Es una de mis muchas favoritas de él, pero cuando rodamos “La reconquista” se la ponía a Itsaso y Francesco Carril y les decía que esta canción habla perfectamente de esa sensación de haberse separado de alguien y recordarlo tiempo después, y la idea del recuerdo ya es suficiente. Da la impresión de que es una canción de amor, pero se ve que era en realidad una canción de amistad, que se la escribió a Steve Van Zandt, que había dejado la E Street Band, pero se interpreta de muchas maneras. Qué bueno que una canción así, tan directa, pueda reproducir tan bien esa sensación de alegría más allá de la melancolía que te puede producir el recuerdo de alguien. Springsteen siempre ha sido muy importante para mí también a nivel energético. Cuando escribió sus memorias me interesó mucho cómo habla de la forma de gestionar un grupo. Tiene una forma de liderazgo muy especial. Springsteen siempre me ha dado muchas vitaminas.
También incluyes una canción de Bill Fay…
Su disco “Life Is People” (2012) me marcó mucho, y esa canción también podría haber acabado generándome una película. Además, en mi labor de editor en Caballo de Troya descubrí un libro que se llama “La parcela” de Alejandro Simón Partal, y curiosamente empieza con un personaje que va escuchando “Life Is People” y hace de ese disco una cuestión vital. Ya solo por eso tenía que publicar la novela.
Me ha sorprendido la inclusión de “Thinking Of A Place”, de The War On Drugs.
Curiosamente, fue mi padre el que me dijo “esto es un grupazo, escúchalo”. A veces no le hago caso, o tardo mucho, pero esta canción me pareció tan cinematográfica y tan brutal… Si te fijas, tiene algo torrencial, de canción-río, de canción-vida, que tiene que ver con Springsteen o Dylan, y con el tratamiento de guitarras de Daniel Lanois. Esta canción me la pongo mucho, es algo muy vital.
¿Y Françoiz Breut?
El disco que ha sacado este año, “Flux flou de la foule”, lo estoy escuchando obsesivamente. Llegué a ella a través de Dominique A, porque siempre he sido muy fan de él. Este verano fui a verla en Madrid y fue un concierto tan increíble, con un sonido tan elegante, y unos músicos con tanta energía y a la vez tan contenidos… Y esta canción creo que entronca con lo mejor de la chanson francesa y tiene una sensualidad muy sofisticada. ∎