Define el batería Greg Errico a Sly & The Family Stone en este “Sly Lives! (aka The Burden Of Black Genius)” (2025; disponible en Disney+) como “una anomalía”. Qué duda cabe de que lo fue: ahí queda ese grupo integrador, multirracial y multigénero que, propulsando su funk cósmico hacia el siglo XXI, sincronizó con la utopía en una América convulsa que distaba de estar preparada para ella. Como catalizador de aquel cúmulo, Sly Stone, músico prodigioso, frontman atómico, compositor visionario que escapó del nicho de la música negra al que parecía destinado para adentrarse en un territorio inexplorado donde los cauces marcados por Stax y Motown se entreveraban con la British Invasion, la naciente psicodelia y hasta el pathos del Dylan más mercurial. Y todo ello mientras se erigía en epítome del artista torturado marcado por la insatisfacción, perdido en un laberinto que terminaría abocándolo a un proceso de autodestrucción en el que la droga jugó un papel capital. Es en esta encrucijada, en calibrar ese genio negro y su “burden” –entendido como responsabilidad, pero también como lastre–, donde la película dirigida por Questlove realiza su apuesta más ambiciosa. Por la pantalla desfila la aristocracia de la música afroamericana: Chaka Khan, Neil Rodgers, D’Angelo, Q-Tip, André 3000, encargados de codificar la dificultad añadida que conlleva el monstruo de la fama para un artista salido de la comunidad. Incógnita sin resolver: el empeño termina resultando inconsistente y no alcanza a estructurar un discurso coherente por mucho que la cinta anhele encontrar ahí su hecho diferencial frente a intentos previos por acercarse al personaje. Pero el recurso forzado termina encontrando involuntariamente una función alternativa: servir de respiro al desarrollo de esa otra película que devora su estructura mollar, un documental de planteamiento mucho más convencional pero no por ello menos disfrutable.
Pesa ahí como garantía la firma de Questlove, el hiperactivo miembro de The Roots responsable de aquel prodigio que fue condensar en dos las cincuenta horas de imágenes del Harlem Cultural Festival 1969 para su vibrante “Summer Of Soul” (2021), de la que “Sly Lives!” se erige en cierto modo spin-off. Y es aquí, apartada de cualquier justificación conceptual, donde la película suelta lastre y se lanza sin prejuicios a trazar un apabullante recorrido siguiendo los cánones ya clásicos del rockumentary en una historia de auge, caída, redención y, ejem, bustos parlantes para dar espacio a los restantes miembros de la banda, capaces, ellos sí, de desplegar sustanciosas reflexiones sobre aquella prodigiosa década de vida común.
El resultado es una cinta construida por avalancha, una concatenación arrolladora de imágenes de archivo y soluciones visuales milimétricamente engranadas por un montaje hipermusculado capaz de comunicar fluidamente todos los materiales. Un festín tan cegador como la sucesión de outfits desquiciados exhibidos por Sly en su metraje, que termina dando en gran tragedia americana. Sin esquivar aristas por el camino, sean estas los años en que, como desgastado a fuerza de diseminar talento entre tantos sucesores voraces por hurtar su corona, Sly se fue desvaneciendo en la irrelevancia, sean las décadas vividas entre montañas de crack, farlopa y polvo de ángel que conforman su leyenda más negra. Lejos de esquivar este caramelo envenenado, es fácil suponer que, desbocada en su orgía visual, la película lo mastica con disfrute. El cambio de ritmo no juega siempre a favor de la obra, pero valga el contrapeso de no acompañarlo con ninguna moralina redentora. Y también el de mostrarnos a George Clinton contando cómo Sly y el Dr. Funkenstein acabaron enchironados, que no es poco contar.
Añadamos un último acierto: el despliegue visual puede resultar abrumador, pero ni en sus momentos más confusos pierde su voluntad de apuntalar el continuo cuerpo central de la película, la puesta en valor de una discografía colosal. La aparición de músicos desarrollando aciertos compositivos y ecos –tantísimos– en artistas posteriores así lo confirma. Y, venga, a estas alturas de texto lancémonos sin miedo al spóiler: no, Sly no está y si se asoma a la epopeya es solo vía imágenes de archivo. Pero poco importa porque, como bien indica su título, esta película no es sino una celebración de que sigue vivo, limpio y luciendo un legado con valor de piedra de Rosetta para la música negra medio siglo después de su deserción. ∎