Bien conocida es la gigantesca importancia del sello Stax Records en el desarrollo y culminación de la música soul de los años sesenta y primeros setenta. Lo sabemos por las evidencias: el descubrimiento y fulgurante conversión en mito de Otis Redding, las revelaciones de Booker T. & The M.G.’s y Sam & Dave, los éxitos de Carla Thomas y su padre Rufus tan fundamentales para echar a andar la empresa, las maravillosas canciones que dejaron William Bell, Johnny Taylor o Shirley Brown, o el renacimiento con un nuevo moisés setentero, Isaac Hayes.
Pero lo que va aflorando en la serie documental en cuatro capítulos “Stax. Soulsville U.S.A.” (2024) es un milagro a pie de calle, un microcosmos de integración natural y franca entre blancos y negros cuando fuera azotaba aún la segregación racial, un impulso irrefrenable de liderar musicalmente el levantamiento de la cultura negra y la explosión mundial de la black music. Todo por la iniciativa de un hombre blanco que en 1957 solo quería grabar sus canciones country, Jim Stewart, y su hermana Stelle Axton, que montó una pequeña tienda de discos al sur de Memphis, donde invitaba a los jóvenes negros del barrio a entrar en su establecimiento para escuchar música o bailar.
Y no es que esta miniserie apasionante de principio a fin de la directora Jamila Wignot, especializada en documentales sobre la cultura afroamericana, busque forzadamente las connotaciones sociales o las cuotas de diversidad en una historia que es sobre todo la historia de un sello discográfico en tradicional orden cronológico. Pero la realidad histórica de ese pequeño edificio de cornisa triangular anexo a la tienda de discos Satellite Records de Stelle Axton donde Jim montó el estudio de Stax es tan fabulosa en sí misma, y está tan bien contada y documentada, que la creación musical en el interior del estudio y la revolución social de los Estados Unidos de los sesenta caminan de la mano. Una se explica a través de la otra en este relato coral y vigoroso. Y por momentos parece que en ese pequeño laboratorio de compañerismo y musicalidad interracial se adelantaron a los acontecimientos, aunque solo estuvieran centrados en grabar veloz y apasionadamente canciones legendarias.
Resulta muy pertinente que el formato sea de serie en cuatro capítulos porque, sin cargar las tintas en lo dramático o en los golpes de efecto, la intensidad de los triunfos y los reveses del destino a lo largo de los aproximadamente quince años que duró el sello desde su primer éxito –“Green Onions”, de Booker T. & The M.G.’s, en 1962– es tan impactante y está tan llena por sí misma de cliffhangers emocionales que solo cabe seguir y seguir hasta vivir las casi cuatro horas de metraje sin desperdicio.
Utilizando los elementos más comunes –entrevistas a quienes vivieron todo aquello, una documentación apabullante con muchas fotos y filmaciones inéditas y reveladoras, y la catalogación de la impresionante cantidad y calidad de canciones y discos grabados y llevados al éxito en todo el mundo–, “Stax. Soulsville U.S.A.” consigue un resultado excepcional. No hay más secreto que un pulso milimétrico en el montaje, una cadencia siempre respetuosa con los artistas y el espectador, una perspicacia total para contar las anécdotas y pequeñas o grandes historias en su justa medida de claridad y suspense. Y así se generan unas emociones tan honestas como intensas.
En la banda matriz que creó y grabó el apoyo musical a casi todos los artistas que fue grabando el sello en su primera época, además de actuar bajo su propio nombre, Booker T. & The M.G.’s, había negros y blancos. Y no daban más importancia a ese hecho, aunque tuvieran que enfrentarse a más de una situación incómoda cuando aún estaba mal vista esa convivencia en las calles y establecimientos de Memphis (“vivíamos juntos en una ciudad dividida”). El teclista negro Booker T. y el guitarrista blanco Steve Cropper, entre otros músicos, crearon una maquinaria para desarrollar el rhythm’n’blues en múltiples direcciones. Una banda de estudio que fue un auténtico laboratorio funcionando casi las 24 horas del día y con resultados deslumbrantes, que pronto dio en la diana del éxito y marcó incontables pautas para el soul y el pop de los sesenta, y para las primeras grandes figuras de Stax, como Carla Thomas, Sam & Dave o Eddie Floyd. El documental detalla la creación musical en sí, sin frases hechas ni declaraciones grandilocuentes, y ese es otro de sus valores.
Luego apareció un chico que se quedaba en un rincón del estudio hasta que consiguió que le dejaran grabar sus canciones, y así empezó el estallido del mito Otis Redding. Cuando los primeros valores de Stax fueron a Inglaterra, para presentarse en directo, no se creían la popularidad que habían alcanzado allí: se consideraban aún unos jóvenes rurales tratando de hacer su música, pero en el Londres de 1967 la modernidad del momento enloquecía con ellos.
El segundo capítulo contiene todo el compendio de ilusión, éxtasis, tragedia y derrota que marcó al sello en un solo año: el triunfo total de Otis Redding y su inmediata muerte en el accidente de su avioneta, junto a varios miembros de The Bar-Keys, el otro grupo de músicos que se había convertido en el sustento de los artistas del sello; el asesinato de Martin Luther King en el mismo Lorraine Motel donde los músicos de Stax se reunían habitualmente, y la pérdida de casi todo su catálogo a manos de Atlantic Records, a causa de un contrato con Jerry Wexler firmado inocentemente por Jim Stewart.
El tercer capítulo relata el renacimiento desde la bancarrota gracias al emprendimiento sin límites del que fue casi desde el principio el agudo jefe de promoción del sello representado por el chasquido de unos dedos, Al Bell; la confirmación de Isaac Hayes como símbolo del black power, también económico, cosa importante, y la representación masiva de todo lo que significó el sello social y musicalmente en el concierto con más de cien mil personas, y tantísimo significado para la comunidad negra, que fue Wattstax. El cuarto episodio documenta la terrible maniobra económica y empresarial, e ideológica, y el tristísimo final.
Todo está contado de maravilla. Cada frase, casi cada palabra, tiene su correspondencia exacta en imágenes sin que el montaje sea nunca frenético. Las declaraciones no contienen palabras vacuas, todo es esencial y está articulado perfectamente para hacer crecer cada historia, relacionar las ramificaciones, dar cuenta de todo lo importante, sin grandilocuencias ni sentimentalismos extra. Como documento musical, social y humano, “Stax. Soulsville U.S.A.” no tiene precio. ∎