Libro

Tamara Tenenbaum

Un millón de cuartos propiosPaidós, 2025

“Los ensayos que vienen a continuación provienen de una lectura del texto de Woolf, pero quieren ser, sobre todo, igual que ‘Un cuarto propio’ es para mí, una propuesta de contramundo plebeya y feminista basada en la importancia de la belleza y el trabajo como ejes identitarios y factores emancipadores, productores de igualdad y libertad”. Con estas palabras explica Tamara Tenenbaum (Buenos Aires, 1989) la génesis de este “Un millón de cuartos propios” que no es una respuesta directa a “Una habitación propia” de Virginia Woolf, sino un diálogo entre la autora y una voz invocada desde la ultratumba. De forma parecida a las conversaciones con Elsa Schiaparelli que le permitieron a Miuccia Prada explicar el futuro (de la moda) al hacer dialogar el presente (el suyo) con el pasado (el de Elsa), Tenenbaum consigue abrir la puerta hacia el futuro (del diálogo alrededor del feminismo) al hacer dialogar el presente (el suyo) con el pasado (el de Virginia).

La misma Tamara afirma en cierto momento de este ensayo ganador del Premio Paidós 2025 que resignificar “Una habitación propia” también tiene un poco de acto de resistencia. Mientras que la derecha y la ultraderecha basan parte de sus discursos rancios en la recuperación de textos antiguos en los que sustentan su visión de “el pasado era mejor”, “Un millón de cuartos propios” hace justo lo contrario: huye de la nostalgia del pasado pero refuerza su visión de futuro usando un texto como el de Woolf, apuntando sus contradicciones pero, sobre todo, aprovechando la vigencia de gran parte de su discurso.

Eso sí, esto lo hace Tenenbaum precisamente cuestionando el papel del ensayo en la sociedad actual como contenedor de verdad absoluta: “Utilicé hace un rato la expresión autoridad de la primera persona; lo hice en un sentido negativo, contraponiéndola a lo que creo que es su contrario, el ensayo personal: uso aquí la palabra ‘ensayo’ en su doble acepción, como texto expositivo, pero también como prueba, el ensayo como un espacio al que una no viene a defender una idea que ya tiene, sino a probarla como se prueba un par de zapatos o una receta de cocina de internet, sabiendo que puede no funcionar”.

De esta forma, “Un millón de cuartos propios” sienta al paladar lector como ese vasito de agua que te dan junto a un buen café para limpiar tu memoria gustativa. Y a fe que eso es lo que se necesita después de una temporada en la que el ensayo feminista parece haber alienado a muchos aliados (no lo digo yo, lo dice Tamara Tenenbaum) precisamente debido a un exceso de sentimentalismo y autoridad: “El problema de esos ensayos sentimentales con demasiada autoridad, pensé, esos ensayos que hasta me animaría a llamar autoritarios por el modo en que presentan los descubrimientos de sus autoras -como blindados a la crítica y el cuestionamiento, por el hecho de que si yo lo siento así es porque es así-, es que también parecen decirme que, si yo no lo viví, no puedo entender de qué me hablan. No puedo cuestionarlo porque no puedo entrar, y entonces no hay conversación posible”.

Estos son los cimientos sobre los que Tenenbaum erige el ambicioso e imponente armazón de “Un millón de cuartos propios”, donde se dedica a abordar capítulo a capítulos todas las grandes cuestiones que ya sublimaron “Una habitación propia” de Virginia Woolf. El cuestionamiento del papel del ensayo en pleno año 2025 aparece, de hecho, en el episodio de apertura titulado “Sobre la autoridad de la primera persona”. Pero a este le siguen otros tan elocuentes como “Sobre el dinero”, donde la teoría primigenia de Woolf (es decir: tener un cuarto propio y unos ingresos suficientes te proporciona la libertad necesaria para escribir) se enfrenta a un presente que Virginia nunca pudo imaginar en el que la obsesión por el dinero transmutaría en materialismo y mercantilización y en el que el “feminismo de la elección” acabaría apostando por volver a unos valores en los que la mujer decide perder libertadas de manera deliberada.

En “Sobre la comida”, Tenenbaum se apoya en Simone de Beauvoir y Nora Ephron para reivindicar la cocina no como trabajo reproductivo obligado que convierte a la mujer en mano de obra gratis, sino como una tarea que puede contener enseñanzas de vida cuando se realiza por elección propia (algo que yo mismo intento hacer comprender a todos mis amigos cuando les explico que, para mí, que curro en casa, reservarme una hora en la cocina al mediodía solo para cocinar es una forma de darme espacio mental y conservar la cordura). Por su parte, en “Sobre el trabajo”, la autora intenta buscarle una solución al hecho de que, en tan solo una década, hayamos pasado del “trabaja en lo que amas y no tendrás que trabajar ni un solo día” a un desdén absoluto por parte de una nueva generación cuya máxima aspiración es ganar dinero sin trabajar. El inmortal pez que se muerde la cola cuando hablamos de un hecho, el trabajo, que absorbe tiempo y energía para disfrutar de lo que te gusta pero que, a la vez, te da dinero, que es la llave hacia la libertad que necesitas para disfrutar de lo que te gusta.

Tenenbaum cierra el ensayo con dos capítulos especialmente lúcidos. En “Sobre el resentimiento”, Tamara diserta sobre este sentimiento, tan capitalizado actualmente por la derecha y lo masculino, como algo no necesariamente negativo, sino como algo que puede ser progresista (nos mueve a la acción) o envidioso (nos carcome) dependiendo de cómo lo enfoquemos. Y, para acabar, en “Sobre la nostalgia y la tradición”, se impulsa en el trampolín de la nostalgia por unas ruinas que son símbolo de ese pasado mejor que siempre nos canta reconfortantes cantos de sirena al oído. Desde ese trampolín, salta hacia la “retrotopía” de Zygmunt Bauman y la perplejidad ante la constatación de que, cada vez que el algoritmo que regula nuestro consumo cultural nos ofrece algo estimulante y desconocido, algo que nos pueda enriquecer, acabamos cayendo en lo seguro, en lo que ya hemos consumido mil veces antes.

Pero, un momento, ¿cómo hemos acabado hablando del algoritmo si supuestamente habíamos venido aquí a hablar de posibles futuros para el feminismo? Pues porque en eso está el apasionante acierto de Tamara Tenenbaum en “Un millón de cuartos propios”: en que no es un texto que excluya desde la autoridad de la primera persona, sino que más bien abre las puertas para que incluso un hombre blanco privilegiado como yo pueda no solo gozar con su diálogo abierto, sino también sacar un buen puñado de esas reflexiones que te siguen acompañando mucho tiempo después de la lectura. ∎

Etiquetas
Compartir

Contenidos relacionados