El uso de la sátira y el humor negro para poner en tela de juicio la institución familiar es una práctica común en el cine, incluso en el más accesible y comercial. Son muchos los directores y guionistas que utilizan la exageración, el disparate y la comicidad con mordiente para cuestionar los roles dentro de la familia y sacar a la luz sus trapos sucios. Pero, esté llevada a cabo con más o menos ingenio, gracia o mala leche, esa práctica pocas veces trasciende la fórmula. Son pocos los autores que arriesgan y buscan nuevas vías para desvestir al clan y, a partir de su desnudez, plantear temas como la inercia con la que se adoptan los roles en una comunidad, la diferencia entre educación y saber o el doble filo de la costumbre y las rutinas.
Pues bien, el cineasta griego
Yorgos Lanthimos, que firma el guión de
“Canino” (2009) al alimón con Efthimis Filippou, es uno de ellos. En una película inclasificable que tontea con el cine experimental, encuentra mecanismos extraordinarios para armar su sátira letal. Los más interesantes son una representación inesperada –agresiva, absurda, a ratos de belleza desquiciada– de la violencia física y psicológica y un juego fascinante con el lenguaje, con la palabra. ∎