Las expectativas eran grandes. Los primeros adelantos habían dejado claro que Alexandra Levy, alias Ada Lea, estaba a punto de firmar algo distinto, quizá más ligero y juguetón que su disco anterior, “one hand on the steering wheel the other sewing a garden” (2021). Lo que un día la hizo reconocible –aquel tema del debut, “damn”– fue un desahogo íntimo que la sacó de Montreal y la puso en el mapa de la crítica indie. Aquí, en cambio, Levy escribe desde otro lugar: la pausa de cuatro años, la pintura, la poesía, las clases de composición, el trabajo comunitario, entendiendo la música como un proceso y no tanto como un producto. No es casual que haya escrito más de 200 canciones para acabar seleccionando estas 16. Estamos ante una artista que ha aprendido a dejar espacio para que la música crezca.
Su voz camaleónica es la guía de este disco. Una voz que puede recordar a Regina Spektor en sus quiebres, o a la ternura desarmante de Zooey Deschanel (She & Him) en los pasajes más sencillos. “baby blue frigidaire mini fridge”, que destacamos aquí, había funcionado como adelanto perfecto: indie-folk-pop con destellos eléctricos y esa forma de convertir una lista de objetos en un inventario sentimental. “snowglobe” la lleva aún más lejos, atrapando una escena de una fiesta en un detalle minucioso hasta que todo se congela, literalmente, en una bola de cristal. Y luego está “bob dylan’s 115th haircut”, donde Levy se atreve a escribir un himno que Dylan jamás podría firmar, riéndose y homenajeándolo al mismo tiempo.
El álbum se mueve como una película de episodios, con piezas de transición que funcionan como viñetas. “midnight magic” parece sacada de un cuento infantil con voces cruzadas y ese estribillo a modo de conjuro: “Mystic eagle over the horizon / Stranger than our hearts colliding / Walk the path reaching higher”. En “something in the wind”, la guitarra distorsionada intenta robarle el protagonismo al canto, pero lo que termina brillando es la versatilidad estilística: un folk-pop que se desliza con naturalidad hacia un terreno más alternativo. Y “down under the van horne overpass” demuestra que Levy puede rozar el country-folk más accesible y, aun así, cerrarlo con un giro hermoso, y “hermoso” es quedarse corto.
En “everything under the sun”, Levy convierte lo cotidiano en trascendente: un mensaje de ruptura escrito en el móvil, una vuelta a la manzana, un paseo hasta la valla del barrio se entrelaza con versos que miran al sol y hablan de igualdad esencial (“if I am no more and no less than you / you are no more and no less than me”). Un montaje entre lo banal y lo sublime que termina levantando una memoria común. Y, el cierre, “somebody is walking into the water”, recoge todo lo sembrado: la paciencia, la calma y esa emoción que de repente rompe en el primer minuto y te deja el corazón ventilando a la intemperie. Mejor dicho, hiperventilando.
Se escucha, se vuelve, se regresa a ciertos versos. Este es uno de esos álbumes que marcan un año entero y terminan quedándose en la cabeza antes que ningún otro. No sobra ningún tema, ni la apertura instrumental “death phase of 2024 (rainlight)”. “when i paint my masterpiece” es la obra maestra prometida en el título, donde caben el folk, el pop doméstico, la ensoñación shoegaze y la confesión íntima. Levy pinta con brochazos largos y con garabatos pequeños, y ambos tienen valor. Ha construido un disco que, contra todo pronóstico, encanta por su dispersión y perfección. Se convirtió en el milagro doméstico de este agosto. ∎