El nuevo disco de Adele empieza con tres versos demoledores: “Llevaré flores al cementerio de mi corazón / Para todos mis amantes del pasado y en la oscuridad / Cada aniversario, presentaré mis respetos y diré lo siento”. A partir de ese momento, la artista británica más exitosa del siglo XXI se mantiene en los cielos sin descender nunca por debajo de las nubes en un trabajo que registra la disolución de su matrimonio con Simon Konecki, aunque también aborda temáticas como la maternidad y la mirada escudriñadora que le supone la fama. “30” es su primer álbum en seis años y, aunque la hoja de créditos podría sugerir un proyecto continuista –el núcleo duro de “25” (2015) se mantiene: Greg Kurstin, Tobias Jesso Jr., Max Martin y Shellback–, la diva londinense se permite coquetear con el jazz, el reggae, el casi disco y el R&B contemporáneo (no tanto en cuanto a sonido, sino en cuanto a ethos).
“30” es un disco de ruptura de manual que explora las distintas fases del duelo de manera cronológica (una narrativa tan importante para la londinense que consiguió que Spotify reprodujese los álbumes en su orden establecido, no en aleatorio por defecto). En la inicial “Strangers By Nature”, un homenaje a las grandes canciones de Judy Garland y su particular visión camp de “La muerte os sienta tan bien” con la producción del compositor del momento Ludwig Göransson (“Black Panther”, “Tenet”), Adele está barriendo los escombros de su corazón. Tras el éxito de la balada al piano “Easy On Me”, donde echa la vista al pasado para hablar de su difícil infancia, de lecciones aprendidas y errores cometidos, llega uno de los momentos más atrevidos del disco, “My Little Love”.
Esta epístola a su hijo Angelo inspirada en las notas vocales de Tyler, The Creator y Skepta incluye conversaciones grabadas con su retoño y el mejor buzón de voz desde el de Drake en “Marvins Room”. Además de imágenes como la de Adele sorbiéndose los mocos tras llorar ríos de lágrimas, echa un ovillo en la cama y justificando la peor de las resacas, es también una absoluta joya en lo musical con una orquestación de la que no extrañaría que el Kanye West de “My Beautiful Dark Twisted Fantasy” (2010) extrajese un sample.
Mucho se ha hablado de la influencia de Amy Winehouse en “30” y nunca suena tan evidente como en la mitad reggae-mitad Motown “Cry Your Heart Out”, una oda a llorar las penas de manera desacomplejada que anticipa a una Adele que empieza a tomar las riendas de su vida nuevamente. Se confirma ese cambio en “Oh My God”, la mejor postulada para actuar como segundo sencillo de un disco que, por otro lado, no lo necesita (“Easy On Me” ha batido ya muchos récords y “30” solo ha necesitado tres días para convertirse en el álbum más vendido de 2021). A ritmo de un R&B-disco, es la primera vez que la londinense se da cuenta de que ya no es una reciente divorciada, sino que está soltera y con ganas de volverlo a pasar bien. Las hostias, con todo, no tardan en llegar. El interludio “All Night Parking” sorprende tanto por incluir el primer artista acreditado de su discografía (el pianista jazz Erroll Garner a título póstumo) como por su crónica de la primera relación que tuvo posruptura, condenada desde el principio por las largas distancias.
Antes de ese interludio aparecen un par de canciones que muestran lo peor y lo mejor que puede ofrecer Adele, respectivamente. “Can I Get It” es pop formulaico firmado por Max Martin y Shellback que repite casi todos los peores clichés del género durante la década pasada (incluido un muy odioso silbido). Mejor es, afortunadamente, su continuación, “I Drink Wine”. Empieza como una de esas baladas al piano que haría Elton John en su etapa dorada, para luego elevarse con unos coros góspel. Pero más que el vino de misa de domingos, es el que te acompaña en una copa de cristal de Baviera mientras te lees la última novela de Jonathan Franzen en la bañera de tu apartamento de siete cifras soltando perlas como “Cuando era una cría, cada cosa me podía volar la mente / Empapándolo todo de diversión, ahora lo único que empapo es el vino”.
Después de mucha introspección y de mucho echarse las culpas, Adele tiene su momento empoderado en “Woman Like Me”. Suena a algo que podrían haber hecho Portishead, pero nuevamente lo importante es lo que dice la diva: aquí la tenemos en su momento más afilado, en un diss track de manual que repasa los últimos compases de su relación con su ex y le echa toda la caballería encima con la clase de la mejor de las damas. A partir de ahí, el tramo final incluye una sucesión de clímax emocionales que ya querría para sí Christopher Nolan. “To Be Loved”, con el muy añorado Tobias Jesso Jr., lleva la voz de Adele –una de las más privilegiadas del panorama– a cotas inalcanzadas. Una de esas canciones, en definitiva, que le abre las puertas de par en par del panteón de las más grandes. Todo ello para allanar el camino a “Love Is A Game”, que Adele describe como la canción final que merecía “Desayuno con diamantes”, donde finalmente se reconcilia consigo misma, con su carácter de romántica empedernida. Se va a volver a enamorar pese a todo, y lo hará sin pestañear. ∎