Álbum

Alberto Montero

Ciudad dormidaBCore, 2024

Lo de Alberto Montero sigue siendo un punto y aparte dentro del pop (así, en sentido amplio, por entendernos) español. Ni su lugar de partida ni su recorrido ni su atraque son los habituales. Hasta sus desvíos pueden llegar a despistar: me decía en una entrevista hace seis años que no se ve capaz de completar un disco conceptual, que más bien se nutre de retales, ya que la única excepción a la regla era precisamente el audaz “La catedral sumergida” (2018), que presentaba entonces. En este séptimo álbum hay algo de retorno a sus orígenes pero también de recapitulación creativa: lo primero, porque es de nuevo la guitarra acústica la que hace de hilo conductor (y no el piano), y lo segundo, porque él mismo asume que ha tratado de integrar a todos los Monteros posibles. La espoleta argumental es la apelación al subconsciente, al terreno de lo onírico, de lo no evidente, de esas verdades tan inconfesables que ni siquiera llegamos a tener conciencia real de que existen, algo que permea en la gran mayoría de textos de este “Ciudad dormida”, que además lo constata desde su mismo título. Es el impulso que necesitaba el músico de Port de Sagunt, siempre exigente consigo mismo y consciente del precario entramado infraestructural sobre el que se mueve. No entra en un estudio si no está seguro de que necesita dar rienda suelta a una fuerza transformadora. Grabar por grabar, es tontería, que diría aquel. Se fue a una cabaña en Yeste (Albacete) a madurar las ideas que luego plasmó en el estudio de Xavi Muñoz en Vila-real, junto a la guitarra de Román Gil, la batería de Marcos Junquera, el teclado de Gilberto Aubán y el bajo y sintetizadores del propio Muñoz.

Así que aquí podéis encontrarlo en su versión más barroca: está en las exquisitas armonías vocales trenzadas en “La posibilidad”, en el desarrollo mutante –y reptante, casi post-rock al modo noventa– y el tránsito de un registro vocal muy hondo a otro muy alto en “Castillos en el aire” o en los requiebros melódicos y las palmas de esa ambrosía que es “La incomodidad”. También explayándose en su versión más pop: al aire a los Beatles crepusculares asoma en “Otro amanecer”, en la optimista “Dejemos todo atrás” (“deja de sufrir y dejemos todo atrás, de lo sueños puedes ver cuál es tu lugar”), en la dinámica “Tengo que empezar” y en una “El corazón de la flor de hielo” que se escora al soft rock setentero. El folk, espina dorsal de su argumentario desde que debutase en solitario –tras su paso por el cuarteto Shake– hace más de quince años, luce en la acústica “La campana” y en esa deliciosa alianza de tinte psicodélico con los peruanos Alejandro y María Laura (seguidlos si no los conocéis; viven desde hace poco tiempo en Paiporta y vieron su nueva casa devastada por la DANA, instrumentos incluidos) que es “Nube violeta”. Y es que es precisamente la psicodelia, como barniz más que como estricto leit motiv, lo que también decora parte de su contenido: la delicada y sucinta “Otra vez”, una florida “La obligación” que remite a Love y el pertinente, sutil y conciso cierre que es “Cae la noche”.

Quizá haya umbrales más agradecidos para penetrar en su universo, de gratificación más inmediata (pienso en “Arco Mediterráneo”, de 2015, o en “El desencanto”, de 2020), pero ninguno más completo y panorámico que este. ∎

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