El compositor, productor y activista Antonis Antoniou da un decidido paso al frente para convertirse en el Vinicio Capossela de Chipre. Desde su base en Nicosia y durante la pandemia, confeccionó este tratado de música mediterránea contemporánea, guisándoselo todo el solo con la puntual ayuda de algunos colaboradores a las voces.
Si bien ya tenía una merecida fama gracias a su trabajo con Monsieur Doumani y Trio Tekke, es con “Kkismettin” –destino, tanto en griego como en turco, las lenguas que hablan las dos comunidades de la disputada isla– con el que rompe moldes. En este álbum conceptual el lado político tiene un peso específico, ya que él se niega a aceptar el destino, con la romántica idea de tender puentes y eliminar “checkpoints”. No en vano tienen un papel destacado los barriles llenos de cemento que sirven de muros de separación.
Más que las intenciones, lo que importa es el sonido, urbano y descontextualizado, combinando percusión metálica con sintetizadores, el característico tzouras –instrumento de la familia del buzuki– y el stomp box o percusión de pie. La inicial “Livanin” sienta unas bases que beben de “Il ballo de San Vito” caposseliano y a la vez se expanden hacia horizontes orientales sin dejar de sonar chipriota, sobre todo en las voces. La abundancia de electrónica no esconde un folclore mestizo que suena anatolio y griego.
Tensión y melodía se palpan en “Ttappa Kato”, que es como si Dimitris Mystakidis se encontrara con Einstürzende Neubauten. Y el tema titular demuestra que se puede sonar folk e industrial. Para recuperarse nada mejor que “Angali”, con el tzouras marcando la pauta de un oleaje lisérgico que vuelve al final a un redil melódico, muy conectado con los nuevos sonidos que llegan de Turquía.
No hay desperdicio aquí. “Yelia je Ttelia” juega a la misma deconstrucción de Meridian Brothers, pero aplicándola al contexto de Xilouris White. “Baris” es un calambrazo eléctrico, con guitarras, sintetizadores, el indispensable martilleo de los barriles y unas voces entre enérgicas e implorantes. El tono litúrgico da paso a “Doulia”, otra andanada de retumbante folk futurista, con voces deformadas, secuencias ácidas y sonidos propios de la exótica. Cada canción es un mundo: “Varella” mezcla la sensación de mal viaje con apoteosis épica, en “Djinourkes Meres” vuelve la alargada sombra del autor de “Brucia Troia”, y el cierre, “Achtina”, en clave acid-folk, culmina de manera hechizante tan inesperado y sorprendente disco. ∎