Álbum

Arcade Fire

ReflektorMerge-Universal, 2013
Visualicemos los dos reflejos principales de U2 en el siglo XXI. A un lado del espejo, Coldplay se han quedado con el aspecto más comercial y obvio, para todos los públicos. En el otro, Arcade Fire nunca han dejado de abrazar la vertiente más inquieta y experimental. Comparación recurrente está siendo la de este “Reflektor” con “Achtung Baby” (1991), pero a mí, sin embargo, me recuerda más a “Pop” (1997), y no tanto por su intención de abrazar las bolas de espejos y los sonidos de baile al tiempo que la banda se disfraza como si fuese otra (que también), sino porque queda la impresión de que ha llegado un momento que parece estar tan a punto de alejarse de sí misma que acaba echando el freno para no perder su identidad. De hecho, lo produce James Murphy (y se nota su mano), pero también el habitual Markus Dravs.

Si la primera mitad del disco seduce con el predominio de ritmos negros y el folclore haitiano más festivo –algo que, en cualquier caso, siempre ha estado incubado en Arcade Fire, como se puede comprobar en temas como “Haiti” o el final estilo Motown de “Wake Up”–, así como con unos bajos saturadísimos que incluso incorporan algún punto de dub futurista, la segunda se empaña de una gravedad y una afectación que atenúan la catarsis hasta que esta es aplastada por la duda existencial y las grandes preguntas que siempre han caracterizado a Win Butler.

El segundo doble álbum consecutivo de los canadienses, cuarta obra conceptual de cuatro, posee un argumento complejo: en él intervienen el folclore haitiano, el mito de Orfeo filtrado por la película “Orfeo negro” (Marcel Camus, 1959), la dualidad, la vida después de la muerte, el ensayo “La época presente” de Søren Kierkegaard, una voz en off del musicólogo Jonathan Ross, David Bowie, el espíritu de Bob Marley, el sonido disco clásico neoyorquino, New Order y, por supuesto, LCD Soundsystem.

No hay humor ni ligereza, pero sí una transformación anti-rock. No se han desprendido de su pulsión épica, aunque la transmiten de otra manera –ya no queda nada de aquellos “oooos” para las masas de “Funeral” (2004) y “Neon Bible” (2007)–, y también pecan de un exceso de autoindulgencia a la hora de ahorrarse el control de calidad y entregar una obra en cuya densidad influye la abundancia de momentos olvidables. Se valora la valentía y el riesgo, pero se echan en falta las canciones. Solo hay tres memorables: “Here Comes The Night Time” (la más atrevida del lote), “Reflektor” y, sobre todo, “Afterlife”, el gran hit colocado (especialidad de la casa) en penúltimo lugar. ∎

Etiquetas
Compartir

Contenidos relacionados