Los argentinos Bestia Bebé no saben lo felices que nos hacen. Si hay una banda que da gusto escuchar en directo –y ahora, por fin, en disco–, son ellos. Trece años tocando, mutando, sudando en salas pequeñas y festivales, y todavía se nota que lo suyo empieza cuando suben al escenario. Lo que pasa ahí no lo empata ni la computadora –como ellos dirían– ni el videoclip ni el manual de la industria. “Siempre escucho las mismas canciones” es eso: un disco grabado en una noche de verano en el Patio del Konex de Buenos Aires, con la ciudad ardiendo de fondo y la hinchada gritando las letras como en una tribuna llena.
No vienen del canon dorado del rock nacional. Les incomoda Fito, les resbala Charly y nunca se emocionaron con Spinetta. Su linaje afectivo pasa más bien por Iorio, Flema, Pappo o Hermética. También han mencionado a Metallica, Ramones o los Stones. Reivindican algo esencial: la honestidad brutal, la necesidad de no disfrazarse de nada. Y la fórmula sigue intacta: familia, amigos, rocanrol y un setlist de 21 canciones que atraviesa todas sus etapas: cinco temas de “Bestia Bebé” (2013), el debut con corazón de potrero, cinco de “Jungla de metal 2” (2015) –varios de ellos regrabados y repensados en el EP “Jungla de metal 3” (2017)–, tres de “Gracias por nada” (2020) y seis de “Vamos a destruir” (2023), construido sobre todo lo anterior. A todo eso se suman dos piezas clave para dar el pistoletazo de salida: “Intro jugadores”, sacada del corazón de la tribuna del Racing –“Jugadores, la concha de su madre / a ver si ponen huevo, que no juegan con nadie”–, y un rescate fundacional, el tema “Yo me la aguanto”, que viene desde el Tom Quintans solista de 2009, con guitarra y tripa. Es una forma original de empezar el círculo. Esta canción fue rescatada y regrabada en “Las pruebas destructivas” (2017).
A Tom Quintans, Chicho Guisolfi, Polaco Ocorso y Marcos Canosa, que forman el núcleo de Bestia Bebé, se les suman Nina Carrara en teclados y percusión, y el Tucu Caballero con guitarra acústica. La primera pista propiamente de Bestia Bebé en esta entrega es “Luchador de Boedo”, escrita en honor a un supuesto boxeador del barrio que quizá existió o quizá no, pero que igualmente se ganó su tema. El público corea cada verso, mientras las guitarras y la batería hacen lo suyo, filosas y gloriosas. Los aplausos revientan en “Antártida Argentina”, con ese carácter tan Bestia Bebé de que no pasa nada… aunque todo vaya mal.
Con “Montevideo”, ya estás dentro del todo. Se te puede escapar hasta una lagrimita si recuerdas alguno de sus conciertos. “Al fin fui feliz”, y no hace falta decir mucho más. El disco no pierde energía nunca, ni siquiera cuando el mensaje se pone más oscuro y Tom grita “ni el gobierno tampoco”, después de “La policía no te va a ayudar”, en su mítica canción “Cangrejal”. El cruce entre potencia y sensibilidad de las cuerdas de “Sabés!”, que funciona como una descarga de más de seis minutos, es totalmente reseñable, como lo es la participación de Lucas Jaubet (de Hojas por el Barrio) en “El rock and roll pasó de moda”, donde aporta su voz con timbre propio y algún que otro sonido gutural.
Los aplausos inundan desde el primer segundo de “Lo quiero mucho a ese muchacho”, himno clave de Bestia Bebé, una canción que muestra ese lado afectivo y protector de la banda sin caer en la sensiblería. Si esta abraza al otro, “Un documental sobre mí” es el consuelo que uno se da cuando no queda nadie alrededor. Y si todavía queda algo adentro, “Vamos a destruir” lo saca todo con una catarsis absoluta.
No estuvimos allí, pero nos imaginamos el pogo en “Fiesta en el barrio”, que abre paso a las presentaciones de Tucu y Nina y a la recomendación de escuchar la banda de esta última, Rojo Venecia. Antes del desate en “El descontrol”, Tom invita a irse “a la concha de su madre” a los que están “choreando”. Después, la frase que despega su tema “Omar”, “International Superstar Soccer Deluxe” –uno de los videojuegos de fútbol más icónicos de los noventa–, conecta con la tribuna popular para los hinchas más fervientes. “Wagen del pueblo” y “Pancho y Tony” cierran el recital con un “al menos lo intentamos” y un agradecimiento a todos los amigos. Y es que, entre tema y tema, asoman los “gracias, che” y los coros de estadio que ya son marca registrada.
Extraña que se hayan quedado fuera “Qué clase de ciudad es esta” o “El amor ya va a llegar”, pero también es buena señal: Bestia Bebé ya es una de esas bandas en las que no entran todas las que querríamos que suenen. La carátula, diseñada por Fernando Sawa, muestra a su conocido Eddie Argento (referencia directa a la mítica mascota de Iron Maiden) flotando sobre el Konex mientras Buenos Aires arde. La producción, en cambio, queda en manos de Felipe Quintans, hermano de Tom. En definitiva, el disco suena a banda tocando, con cuerpo, con gente, con ruido de verdad. Bestia Bebé no bajan un cambio ni un centímetro de calidad: van con todo, canción tras canción. Después de tantas giras, cambios, lesiones y vueltas, merecían un disco que suene como suenan ellos cuando están en su salsa y acá está. ∎