Álbum

Beyoncé

BeyoncéColumbia-Sony, 2013
Si hay un género pop que ha sacado pecho en los últimos años, ha sido el R&B. Su refundación estética y emocional la ha liderado una nueva generación de voces y productores –de Frank Ocean a Miguel, de How To Dress Well a inc.– que se ha mirado en el espejo de sus ídolos, adueñándose de la imagen devuelta y transformándola con ritmos más fríos, sintéticos y monocromos, en una forma de expresión más desnuda y honesta, la única capaz de funcionar como correa de transmisión de un contenido lírico crudo, inflamado y más cercano al corazón que a la entrepierna. Ese enorme caudal de talento, sinceridad y sonidos avanzados ha calado hondo en Beyoncé, plenamente asentada en su estatus de icono global y toda una industria en sí misma, inspirando el más íntimo y descarnado de sus discos, grabado en secreto durante un año para poder lanzarlo sin previo aviso en cuanto estuviera terminado.

Más que un intento por reclamar un trono que nadie le ha negado, “Beyoncé” es un primer plano sin miedo a mostrar demasiado, un espectacular despliegue de formas y brillos –los ritmos y los sintetizadores envuelven por completo su voz, que cede en perfección técnica para ganar en expresividad, espontaneidad y calidez, y cada corte cuenta con un elaborado equivalente visual a cargo de directores como Hype Williams o Pierre Debusschere– que lo sumen todo en un tono nocturno y velado. Revestida en charol negro, Beyoncé se deshace de esa imagen de diva enfundada en un vestido largo de Michael Kors en una recepción de Obama para liberarse de fantasmas del pasado –una infancia hipotecada por la obsesión del éxito que la llevó a recorrer concursos de belleza y talent shows– y del presente –la reconquista de su cuerpo y su sexualidad tras dar a luz a su hija, la rebelión contra el sometimiento de la mujer en la sociedad moderna y la presión constante del ansia de una imagen perfecta– en un intento por retomar el control de su vida y su carrera: mitad modelo de conducta, mitad producto de consumo.

Respaldada por una intachable nómina de compositores y productores –Timbaland, Pharrell Williams, Justin Timberlake, The-Dream o el desconocido BOOTS, que regala dos de los momentos álgidos del álbum: “Haunted” y “Blue”, dedicada a su hija–, Beyoncé abandona esa obsesión por los tiempos lentos del correcto “4” (2011) para dejarse arrastrar por pesados ritmos de hip hop sureño en la impresionante “Drunk In Love”, una noche con Jay-Z en la cocina, revolcándose entre botellas de Burdeos, o las explosivas “Partition” y “***Flawless”. Lo hace sin renunciar al legado del R&B clásico en “No Angel” –coescrita y coproducida por Caroline Polachek (Chairlift)–, “Rocket” o la elegante “Superpower”.

Esa ambición por encontrar la belleza en la imperfección y redescubrir la fuerza del cuerpo femenino y su poder como fuente de placer no deja de ser una contradicción, ya que Beyoncé vuelve a asumir los estereotipos de género que pretende derribar, algo que, por otro lado, no hace que el disco se tambalee, pues es lo más sólido, sensual y sincero que ha grabado nunca. ∎

Etiquetas
Compartir

Contenidos relacionados