Reedición

Big Star

Complete ThirdOmnivore, 2016
Alex Chilton (1950-2010) y su eterna leyenda. Un disco problemático pero brillante que podría ser el resumen de su accidentada vida artística. “3rd” (grabado en 1974; publicado en 1978) –periódicamente recuperado, reensambaldo y rebautizado– nunca se “completó” hasta esta edición: “Complete Third” es la versión explicativa de una obra cumbre del rock de la década de los 70s. Marcos Gendre comentó este escalofriante viaje al abismo de un Chilton en estado de gracia. Escogida mejor reedición de 2016 en el Rockdelux 357.

Definitivamente, “The Life Of Pablo” (2016) de Kanye West no es el primer LP de cancionero mutable. Hace ya cuatro décadas que “3rd” (1978) –también bautizado como “The Third Album” (1978), “Sister Lovers / The Third Album” (1987) y “Third / Sister Lovers” (1992)– comenzó su trasiego a través de diferentes ediciones que, conforme se iban sucediendo, aportaban más argumentos para realzar su leyenda. Llegados a este punto, “Complete Third” se erige como la versión definitiva, pero con matices. Para empezar, no estamos ante la toma original del álbum; en realidad, nunca la hubo. Lo que sí nos ofrece esta edición –de momento, publicada como triple CD y en versión digital– es la posibilidad de adentrarnos en las sesiones de grabación hasta el punto de mostrarse como un documental sonoro. Tales pretensiones espeleológicas no tienen nada que envidiar a esfuerzos de investigación tan meticulosos como “The SMiLE Sessions” (2011) de los Beach Boys y “The Bootleg Series Vol. 11. The Basement Tapes Complete” (2014) de Bob Dylan.

La expansión respecto a las ediciones, oficiales o no, aporta más pruebas –hasta veintinueve piezas inéditas se han sumado a todas las ya conocidas– sobre el terrible final de Big Star. De hecho, por si aún no había quedado claro, aunque se anuncie como si fuera de Big Star, este es un trabajo de Alex Chilton, lo cual queda rubricado en las dos escalofriantes tomas acústicas de “Big Black Car” o en la desasosegante mezcla alternativa que John Fry hizo para “Holocaust”. Ejemplos de tal calado emocional refuerzan la sensación impúdica de contemplarnos como testigos del desmoronamiento al que estaba abocado Chilton, cuyo derrumbe mental se materializa más atrozmente entre las demos del primer CD, muestras que, debido a su reluciente acabado final, desechan la leyenda sobre el supuesto caos total que dominaba las sesiones. Semejante revelación potencia el legado de un disco imposible al que, por fin, ya podemos reconocer desde lo más profundo de su abismo. ∎

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