Álbum

Bonnie Prince Billy

The Purple BirdNo Quarter-Domino-Music As Usual, 2025

“I made a place”, proclamaba Bonnie Prince Billy en 2019. Como Bill Callahan, el cantautor otrora maldito de la raíz norteamericana descubría el calor del hogar, la luz del sol, la caricia de la brisa y todas esas pequeñas cosas que, tras las aventuras derrotistas de una vida atribulada, se confirman como la verdadera razón detrás de todo esto. Y ahí ha seguido desde entonces, ofreciendo trabajos colaborativos y ahondando, con sus últimos discos en solitario, en esa idea de comunidad que sustenta una vida tranquila y conducida, en definitiva, por los raíles del amor, del otro. “The Purple Bird”, su nuevo álbum, asienta aún más su presencia musical en la que es su segunda casa, Nashville, donde ya grabó “Keeping Secrets Will Destroy You” (2023), y lo hace poniéndose excepcionalmente al servicio de un productor externo, el capo local David “Ferg” Ferguson, colaborador habitual de Johnny Cash o John Prine y, más recientemente, de Sturgill Simpson, Margo Price o Dan Auerbach. Billy lo conoció en las sesiones de grabación de las “American Recordings” de Cash y desde entonces mantienen una amistad sólida –“Ferg” llegó a tocar en la boda de Bonnie liderando una banda tributo a la leyenda country Merle Haggard–, pero ahora estrechan aún más, al menos en lo musical, su relación.

Junto a él, y comandando una banda espectacular formada por “los mejores músicos de Nashville” que a veces parece comandarlo a él, Will Oldham va un paso más allá y ofrece el que es canónicamente su gran disco de country. De country con mayúsculas, además, dejando en anécdota casi cualquier otro intento del genial compositor en abrazar la tradición sureña desbordando los límites de la americana y el folk y renunciando prácticamente por completo a cualquier atisbo de electrificación. Acordeones, tablas de lavar, flautillas irlandesas, arpas, mandolinas, banjos, pianos o pedal steel guitars asisten aquí como piezas fundamentales a un ritual de reconciliación que recorre varios espectros prototípicos del género: de la balada desiderativa y reflexiva que es “Boise, Idaho” a la celebración en línea y casi bautismal de “The Water’s Fine”; de la pastoral flautística de “Downstream” a la polca de “Guns Are For Cowards” –que en su tono festivo es, sin embargo, un cruento alegato antiarmas–; del alt-country de “Tonight With The Dogs I’m Sleeping” a las vibras apalaches de “Is My Living In Vain?” o el punto zydeco de “Our Home”.

Y aunque haya alguna brizna de la oscuridad del viejo Oldham como punto de partida, todas las canciones aquí terminan floreciendo en un precioso crisol de color y sonido poniendo siempre la belleza y la esperanza por delante: “Maybe we’ll always be this way / After our horrific night comes bright day”, canta en la enorme “London May” mecido por las cuerdas de Matt Combs, los pianos de Mike Rojas y las voces cálidas de Brit Taylor –rising star en esto del country con D.O. en Nashville– o Pat McLaughlin. En “Boise, Idaho”, sentencia: “Nadie sabe realmente cuál es la mejor forma de vivir la vida / Tiene que haber una forma mejor de cómo yo estoy viviendo la mía”. Y en su busca va, down the road, durante todo “The Purple Bird”.

Lo espiritual, así, en esa reconexión con uno mismo y con la comunidad que supone este nuevo álbum, se convierte en el río por el que discurren todas las canciones y, más allá, todas las preocupaciones de un Oldham maduro que ha aprendido a aceptar que la vida, pase lo que pase, sigue adelante mientras haya alguien con quien cruzar la mirada. “Turned to dust / In God we trust / We’re rolling on”, dice en la apertura con una brillantez en su voz quizá nunca antes oída, y abre con ello la presa de un continuum de reflexión y emoción que siempre va a ir orillando unas aguas en las que bañarse solo no tiene ningún sentido. “It’s time to remember that we all live downstream”, canta acompañado por una leyenda del género como John Anderson en “Downstream”. El agua, metáfora central, puede fluir o golpear, como decía Bruce Lee, pero sobre todo aparece aquí como una figura de limpieza, exaltada por su capacidad redentora y también por un cierto carácter igualador. Una invitación –“Come on in, the water’s fine”– a vivir en el tránsito mismo hasta un desenlace inevitable: “No, no, por supuesto que no: no todo ha sido en vano. Nada es en vano porque más allá de la carretera está la gracia eterna”. ∎

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