Y
Bruce Springsteen hizo crac. Se rompió. Tras el
tour de force del (doble)
“The River” (1980), su quinto álbum en estudio, y la consiguiente gira, el llamado “futuro del rock’n’roll” no las tenía todas consigo, rodeado de dudas personales y de espinosos recuerdos pasados (su nada plácida relación con su padre). Y echó el freno. La industria quería (siempre quiere) más, aprovechar la euforia del disco previo y elevarlo definitivamente al podio de estrella mundial. Pero el de Nueva Jersey insistió en ralentizar la marcha, reflexionar y purgar los fantasmas que lo carcomían por dentro. El resultado, nada plácido, fue
“Nebraska”, publicado el 30 de septiembre de 1982. Un álbum incómodo, sin florituras, descarnado, crudo. Sin la E Street Band y grabado con los mínimos recursos técnicos, sin singles –aunque en Europa sí aparecieron dos–, sin gira y sin entrevistas promocionales. Un disco en blanco y negro inspirado conceptualmente –se ha dicho hasta la saciedad– en los escritos de Flannery O’Connor y en la narrativa de filmes como “La noche del cazador” (Charles Laughton, 1955) y, sobre todo, “Malas tierras”, el debut de Terrence Malick estrenado en el otoño de 1973. Musicalmente, las coordenadas miraban al blues primitivo y al folk de los Apalaches, a Robert Johnson, Woody Guthrie y Hank Williams.
Aislado en una finca de Colts Neck (Nueva Jersey) y con la única asistencia del ingeniero Mike Batlan. Con una TEAC Portastudio 144 de cuatro pistas y un par de micrófonos. Guitarra acústica, voz, armónica, algo de percusión, mandolina y glockenspiel. El resultado, filtrado por una Echoplex para lograr efectos de eco (todo esto está perfectamente detallado en
este artículo de Guillem Vidal, en el libro de Warren Zanes “Deliver Me From Nowhere” y en el reciente
biopic de Scott Cooper).
Las canciones, microrrelatos de asesinos, marginados y perdedores, dirigían su mirada al lado menos amable de Estados Unidos: un álbum de fotografías sonoras que se podrían acompañar con instantáneas de Walker Evans, Dorothea Lange, Robert Frank y Weegee. Springsteen se zambulló en estas vidas rotas, agrietadas y golpeadas y su identificación produce, sí, escalofríos. De hecho, como el Boss ha confesado en varias ocasiones, las canciones de “Nebraska” las escribió y las grabó para él, no esperaba compartirlas con ningún tipo de audiencia. Necesitaba vomitarlas en una especie de exorcismo que no tenía absolutamente nada que ver con las expectativas del
rock’n’roll way of life.
“Nebraska ‘82: Expanded Edition” –cuatro CDs o cuatro vinilos + Blue-ray; magnífica edición con abundante información, fotografías, letras de las canciones y texto a cargo de Erik Flannigan; ya se encargó de anotar
“Tracks II. The Lost Albums” (2025)– se adentra (muy) detalladamente en la génesis que llevó al álbum final, empezando con un disco de nueve
outtakes –que se abre con la demo de
“Born In The U.S.A.”, ya escuchada en
“Tracks” (1998)– y que incluye cortes como
“Downbound Train”,
“The Big Payback”,
“Working On The Highway” y
“Pink Cadillac”: algunos acabaron en el LP siguiente:
“Born In The U.S.A.” (1984), el bum definitivo.