Desde que apareció, “Untrue” (2007) alcanzó un estatus de culto que no ha dejado de revalorizarse con el tiempo. Y merecidamente: pocos discos han logrado conjugar pasado y futuro así, creando una aleación tan perfecta entre la desolación y la euforia. Aunque ese aún es su último álbum como tal, Burial ha demostrado que la magia sigue intacta a lo largo de todos estos años, introduciendo alteraciones en esa fórmula magistral para expandir su vocabulario sonoro más allá del dubstep y el UK garage, adulterando house, techno, trance, R&B y prácticamente cualquier otro género adyacente a la pista de baile en una constelación de EPs y maxis en constante expansión que justifica sobradamente que la secuela de “Untrue” en formato largo aún no se haya materializado.
Como parte de ese portentoso corpus pos-“Untrue”, el productor de Londres ha insistido en hundirse en la faceta más ambiental de su sonido en temas como “Subtemple”, “Beachfires”, “State Forest” o “Dolphinz”. El EP “Antidawn” profundiza en esa vertiente para dotarla de una mayor nitidez y hondura sin renunciar a esos tics habituales que se han convertido en una marca de fábrica para Burial. Moldeado a partir de viñetas sintéticas que toman forma y se disuelven como columnas de vapor, fragmentos de voces anónimas y samples de sonidos cotidianos completamente reconocibles (el ruido de la lluvia y el viento en la calle, un mechero dando fuego o el crepitar del vinilo), este es su material más abstracto. Puede que también el más valiente.
Por entidad, peso y minutaje (el EP supera los 43 minutos), estos cinco cortes podrían haberse convertido en el tercer álbum de Burial. Pero el producto final está lejos de lo que el mundo esperaba de ese disco, por lo que puede que él haya querido liberarse de esa presión y atenuar las expectativas dejando claro que no se trata de ese proyecto. Porque los primeros minutos del lote bastan para saber que este registro de Burial es la cara opuesta de himnos cargados de dopamina como “Claustro”, “Chemz” o “Dark Gethsemane”.
“Antidawn” apenas tolera la presencia furtiva de los ritmos: hay bombos que aparecen por detrás por momentos como latidos de gorrión, prácticamente imperceptibles en la mezcla. Sin embargo, hay una energía latente común a todo el catálogo anterior de Burial, con reminiscencias de la experiencia catártica del club. Es como si ese recuerdo persistente del éxtasis sudoroso y nocturno que alimenta su sonido se hubiera borrado, dejando una cicatriz, una huella en su subconsciente. Como la amnesia. Como el pueblo en el fondo del pantano.
Al principio, resulta difícil aferrarse a nada tangible en la escucha y prima la desorientación. Es una parte fundamental de la experiencia: como al deambular sin rumbo por el campo completamente sumido en la niebla, los ambientes gaseosos, los órganos y los samples corales se intercalan sin ninguna noción de estructura. Cuando aparecen retazos de melodías, son apenas instantes que se desvanecen sin previo aviso, haciendo que reine la sensación de cierta aleatoriedad. Es un truco recurrente en Burial y nunca lo había llevado tan lejos como aquí.
Con el tiempo y tras repetidas escuchas, es posible empezar a distinguir ciertos patrones. Hay una cadencia, una corriente constante que da equilibrio al conjunto. Es como si la música fuera capaz de respirar y sentir por sí misma; como si Burial hubiera conseguido dar vida a una consciencia autónoma a partir de ese repositorio de recuerdos y sensaciones que parece afanado en fabricar como productor.
Al centrarse por completo en el diseño sonoro, ralentizando las dinámicas y dejando a un lado el efectismo y los picos de adrenalina, Burial ha logrado entrar en contacto con su esencia más pura. De algún modo, “Antidawn” conecta con su forma más primaria, con su cerebro reptiliano, con un primer impulso vital. ∎