El título y la portada no pueden ser más explícitos. Caetano Veloso quiere hablarnos de las cosas que pasan por su cabeza, un coco que en castellano le va que ni pintado. El héroe del tropicalismo exprime sus ideas y su historia en el primer disco en estudio con canciones nuevas desde “Abraçaço” (2012). Nueve años que han servido para comprobar que cada vez corre más rápido el tiempo y que este se acaba, si tenemos en cuenta que Veloso se acerca a los 80 años. Pero él está muy satisfecho de su intensa vida. Así no para de cantar “vale la pena haber vivido” en “Cobre”, cuyas cuerdas solemnes le dan una pátina de banda sonora que remite a los días en que el jazz maridó con la bossa nova, con una voz que se quiebra en los agudos, aportando un plus emocional digno del gran crooner latino que es.
Su deseo era crear un espectáculo de música y danza a partir del tema “Meu coco”, pero la pandemia frustró el proyecto. Al final ha sido un disco más íntimo, grabado en su estudio casero de Río de Janeiro, en estrecha colaboración con Lucas Nunes, un amigo de su hijo pequeño Tom, con el que comparte la banda Dônica. En el disco también participan su otro hijo, Moreno, además de Jacques Morelenbaum y su hija Dora, entre otros colaboradores, como el arreglista recientemente fallecido Letieres Leite, que pone su maestría al servicio de “Pardo”, canción que ya se conocía versionada por Céu, en su álbum “APKÁ!” (2020), en clave de pop moderno; Caetano, en cambio, le da una pátina de clasicismo, de nuevo entre la samba, los arreglos orquestales sofisticados y una percusión que remite a los blocos afro, todo ello presidido por su magnética y temblorosa voz. En otra canción conocida, “Noite de cristal”, que grabó su hermana Maria Bethânia, actualiza la letra y la sirve con un arreglo orquestal digno de estándar, salpimentado con percusión a lo bloco afro –no en vano cita en la letra a Olodum y Carlinhos Brown– y una discreta guitarra que remite al sonido blaxploitation.
Las letras están influenciadas por una avalancha de pensamientos, de recuerdos almacenados y desbloqueados. Así la titular “Meu coco”, que abre el disco, está inspirada en nombres de mujeres de resonancia mítica y africana, como Luana o Janaína, esta última el equivalente brasileño de la diosa del mar Yemanyá. Dice“somos mulatos híbridos y mamelucos e muito mas cafuzos do que tudo mai” en una letra que le inspiró João Gilberto, quien, al preguntarle por su identidad, contestó “somos chineses”. Presidida por las percusiones de Márcio Vitor y los arreglos orquestales de Thiago Amud, la canción acumula referentes: Simone Raimunda, bella modelo bahiana de los años 60 de nombre artístico Luana. También menciona a Leila Diniz (1945-1972), famosa actriz que puso de moda el nombre de Janaína al bautizar así a su hija. Y habla de hacer feliz al mundo con la ayuda de “Naras, Bethanîas, Elis, Noel, Caymmi, Ari” antes de enterrarlo todo en el “arca de Zumbí”, el mítico Zumbí dos Palmares, líder guerrero de los esclavos negros del Nordeste de Brasil.
El primer single, “Anjos tronchos”, es una canción de matiz rockero, la única, con oportuno solo de guitarra, que habla de los efectos negativos de la tecnología; aunque afirma que no sabe si está muy autorizado a hablar de ello porque no la usa mucho, ya que no tiene ni smartphone ni está en las redes sociales; con una letra que habla de Silicon Valley, de la adicción, de los algoritmos, de escuchar música de Schoenberg, Webern y Cage y también de Miss Eilish, que lo “faz tudo do cuarto com o irmão”.
Cada canción es un mundo. “Não vou deixar”, presidida por el groove de un piano eléctrico, incide en el funk carioca, incluyendo a la vez un robusto arreglo de chelo y un final casi techno, en una letra inspirada por “no lo dejaré”, que se repetía a modo de mantra obsesivo el día que fue elegido Bolsonaro. Tanto que cuando el hijo de unos amigos se lo oyó decir les dijo a sus padres “o vovô tá nervoso” (“el abuelo está nervioso”), una frase que convirtió en el estribillo. Su faceta de abuelo se hace aún más presente en “Autoacalanto”, canción de cuna inspirada por su nieto –cuyo padre Tom lo acompaña a la acústica– con la que se calma a sí mismo canturreándola para dormir. Otro tema sugerido por niños es “Enzo Gabriel”, un nombre muy común en Brasil, con un sugestivo arreglo, que suena entre melódica y acordeón, y una letra que insiste en la identidad al hablar de “yanomami, luso o bantú”.
Morelenbaum, haciendo gala de un romanticismo incurable, brilla en “Ciclâmen do Líbano” con un arreglo que, acorde con el título, desarrolla una sonoridad medio oriental. Moreno Veloso pone la percusión a “GilGal”, recurriendo a los ritmos del candomblé, en un emotivo ejercicio retrospectivo con una letra plagada de referentes: Pixinguinha, Jorge Ben, Djavan, Wilson Batista, Carlos Lyra, Milton Nascimento y hasta postrarse a los pies de Os Tincoãs, una banda de Bahía célebre en los años 70. Y no falta la samba, aunque “Sem samba não da”, escrita en honor al gran maestro Pretinho da Serrinha y con el acordeón forró de Mestrinho, no solo va de nostalgia, ya que es un verdadero decálogo de los nuevos nombres del rap, trap y del funk de las favelas, a los que confiesa haber descubierto gracias a su hijo Zeca, un experto del underground brasileño. Así la letra se convierte en un “who is who” con las apariciones de Duda Beat, Gabriel do Borel, el dúo Anavitória, la trágicamente desaparecida a los 26 años Marília Mendonça, Ferruquem, Gloria Groove, Maiara & Maraisa, el rapero Djonga, MC Cabelinho, Baco Exu do Blues, Hiran, Majur y TZ da Coronel –todos ellos disponibles en streaming–, además de guiños a Simone & Simaria, Léo Santana y un recuerdo al pelourinho de su natal Bahía con el bloco femenino Didá. Tampoco falta el fado en “Você - Você”, con la colaboración de la portuguesa Carminho, en un disco caleidoscópico y lleno de detalles para saborear lentamente, algo difícil ante el alud de novedades que bullen en internet. ∎