Así, el cambio de perspectiva radical que de las enseñanzas de “La leyenda del tiempo” se destiló hace que seguir el reguero de su influencia sea tarea vana. No se limita a discos o grupos concretos, sino a toda una concepción musical que aún sigue dando frutos. Incluso muchos que no saben hasta qué punto tienen su simiente en ese trabajo.
Por su parte, Camarón volvió a encontrarse con Paco de Lucía. Entregó nuevos discos que lo reconciliaron con su público, en parte por ser menos aventurados, en parte porque aquel fue asimilando “La leyenda del tiempo”, y se asentó un cada vez más descontrolado culto a su persona. Daba igual que sacara álbumes mediocres y dudosamente producidos como
“Te lo dice Camarón” (1986) o cantara como un gigante. Una idolatría sin fuero le seguía por donde pisaba, con aficionados que habían abandonado toda exigencia en su juicio de José Monge, situado por encima del bien y del mal. Una exaltación que oculta su figura más de lo que ayuda a justipreciarla y que llegó a su cenit con la publicación de
“Soy gitano” (1989). La expectación previa a su salida fue enorme y las ventas se dispararon mucho más allá de lo que un disco de flamenco hubiera conseguido jamás. Paradójicamente, la salud de Camarón declinaba, sus anteriores problemas con las drogas le pasaban cuentas y, al poco de la grabación de su último disco de estudio,
“Potro de rabia y miel” (1992), las complicaciones de un cáncer lo mataban el 4 de julio de 1992 en un hospital de Badalona.
El duelo subsiguiente rinde testimonio de la dimensión que había alcanzado este gitano de San Fernando: el hombre que había tendido el puente entre uno de los patrimonios culturales más ricos y desconocidos del país y la mayoría de su sociedad. Una aventura de la que “La leyenda del tiempo” es argumento y jalón insoslayable y que, junto al resto de su biografía y de su discografía, hizo de Camarón uno de los mitos más poderosos de la historia musical española.∎