Jugando que si a retirarse, que si a solo dejar los escenarios, que si a solo dejar el estudio, Donald Glover al final ha estado a lo tonto casi cinco años trabajando en el que viene con la premisa de ser su disco más ambicioso… y también el último como Childish Gambino. Y de hecho toda esa confusión, la misma que existe entre el Glover actor, director, productor, escritor y guionista y el Gambino cantante y performer, puede sentirse como el verdadero vehículo de un trabajo que en principio es conceptual y acompaña a una película homónima aún por estrenar, escrita, dirigida y protagonizada por el propio Glover, pero que realmente carece de concepto alguno. El comediante convertido en rapero convertido en artista y convertido después en guionista y director de culto –“I’m the new Spike Lee”, suelta en la apertura– de Atlanta se desquita con todos los géneros que ha tocado alguna vez, del pop-rap al funk soul, retoma algunos de los sketches que dejó en “3.15.20” (2020) y se arrima a la épica oscura de Kanye West en “Yeezus” (2013) y al expresionismo de las producciones de JPEGMAFIA para firmar su último gran batiburrillo, una obra grandilocuente, irónicamente elevada, caótica y desordenada que capta bien la inseguridad –la falsa seguridad, más bien– de un tipo que siempre entendió la industria musical como un playground en el que jugar a hacerse culturalmente relevante, pero que acabó consiguiéndolo cuando cambió los micrófonos por las cámaras y concibió “Atlanta”, a la postre una de las mejores series de los últimos años. Al final de esa crepuscular y veraniega “Steps Beach” que produce Steve Lacy –con ese vibra tan Frank Ocean–, un diálogo entre Glover y la actriz Jessica Allain que parece sacado de un corte de la película dice así:
–¿Puedes pescar? –No. –¿Puedes hacer fuego? ¿Puedes cazar? –Puedo cantar. –Eres un inútil.
En “Yoshinoya”, además, dice “I’m allergic to this rap shit / Made a song, but spent more time writin’ the caption / I’m an actor, you can put that on set, I’m about that action”. Y en cierto modo se lee, como sucede a lo largo de todo “Bando Stone And The New World”, una necesidad imperante de asesinar al personaje de Gambino, perdido en la indeterminación musical, y de satisfacer su propio ego, “tan grande como el lago Tahoe” como él mismo confiesa en “Dadvocate”. Es uno de los pocos momentos verdaderamente confesionales del disco y, por la sinceridad con la que parece dirigirse a su hijo, también uno de los pocos donde podemos asegurar que es Glover quien habla, no Bando, no Gambino, no el irrelevante Cody LaRae que aparece en una “Lithonia” que toma la forma de una sonrojante ópera pop-punk. En general, y obligado por una necesidad de resaltar todo lo que hace musicalmente y dotarlo de una cierta –y muchas veces impostada– profundidad, ni la personalidad de un Gambino que siempre termina poniéndose esquivo e impersonal consigue servir como hilo conductor de un trabajo demasiado disperso genéricamente, con muchas voces –todas refinadas, eso sí, por la mano delicadísima de Michael Uzowuru, colaborador de Frank Ocean y Rosalía– y casi el mismo desconcierto. Un disco, también, al que le falta todo el contexto de la cinta que lo acompaña, y en el que por supuesto permea el espíritu cinemático de su concepción como banda sonora, como sucede en el viaje de “No Excuses” por un funk global a lo Khruangbin, que coquetea hasta con una sambita; en la más olvidable y ambiental “We Are God”, que parece continuar algunas líneas de los borradores de “3.15.20”; o en el seudodub psicodélico “Happy Survival”, en el que, esta vez sí, estampan su firma Khruangbin.
En cualquier caso, Glover consigue que las canciones giren, más o menos, en torno a las cosas que más le preocupan en los últimos años: la paternidad, la relevancia o la irrelevancia, el cambio climático y que le siente tan bien la marihuana y, claro, no pueda dejarla –es el tema central de “Got To Be”, un pastiche industrial que samplea a The Prodigy junto a un clásico fundacional del Miami bass, el “I Wanna Rock (Doo Doo Brown)” de Uncle Luke–, así como dejar claro que está por encima de la gente que no lo considera rapero. Es curioso, y un poco contradictorio también: la mejor canción de “Bando” –con permiso de ese cosplay de The Postal Service que es una “Real Love” que puede no aportar nada pero que está demasiado bien hecha– es “Yoshinoya”, un rap en el que asume que el rap no es algo que se le haya dado nunca demasiado bien.
Todo lo bien que funciona “Yoshinoya” se contrapone con una “Talk My Shit” que literalmente tienen que venir a salvar Amaaraae y Flo Milli, y en la que el registro de trap oscuro y cannábico juega en contra de Gambino, que no consigue concretar su personalidad mientras glitchea sin saber si transformarse en Drake o en Kendrick Lamar: precisamente la guerra abierta entre ambos también es protagonista en el disco porque enterrar la carrera de Drake debe estar siendo el big topic rapero de 2024… Hay más referencias, pero en “Can You Feel Me”, junto a su hijo Legend, que hace alguna otra que aparición y también tiene papel en la película –otro call back a Kanye, que en su último álbum incluyó un tema con su hija North West–, dice directamente “we made a child, you made a mistake”, en alusión clara a la paternidad que el canadiense mantuvo en secreto hasta que Pusha T expuso el sarao en “The Story Of Adidon”. En general, una de las cosas que deja claras su “último” trabajo es que, ni con “This Is America” –que hizo ruido de más por lo espectacular de su videoclip y que nunca fue tan buena canción, no está de más recordarlo; otra victoria para Glover y otro intento frustrado para Gambino–, recordaremos este proyecto por sus canciones de rap. Si acaso por su peculiar carisma y por cómo ha sabido siempre quedarse cerca del pop y de la parodia, además de por la funkydelia de “Redbone”. Dan de sobra para brindar. ∎