En el ámbito de las músicas experimentales existe la tendencia, compartida por artistas, críticos y responsables de los sellos discográficos, de convertir esta música en algo excesivamente cerebral o abstracto, algo que muchas veces ni siquiera insinúa tal inmensidad en su realidad sonora. Pero lo que caracteriza a claire rousay es lo contrario: una aproximación más “humana” a la creación experimental mediante la emoción, el humor y la honestidad.
La compositora canadiense-estadounidense está centrada en las “grabaciones de campo”: siempre lleva consigo una grabadora Zoom H5 de cuatro pistas, que casi cabe en la mano. Y cuando no está con ella grabando por la calle, está registrando prácticamente todo lo que le pasa en su vida, 18 horas al día… No es, por tanto, extraño que de 2019 al momento actual en su Bandcamp haya… ¡41 referencias!, la mayoría de las cuales son largas, como álbumes tradicionales. Desde luego, es imposible que todo ello consiga trascender, pero lo cierto es que el personaje ha crecido exponencialmente en estos seis, ya casi siete, años, hasta el punto de figurar en la portada de la más prestigiosa revista de músicas “raras” (‘The Wire’, en su número de noviembre de 2025).
No es para menos: claire rousay es una de las más fascinantes renovadoras de la música ambient actual, una figura que podría recordar la obra de William Basinski, si no fuera porque la belleza de la obra de rousay es cálida y emotiva, frente a la hermosa frialdad de Basinski.
En su trabajo siempre hay algo claramente identificable que renuncia a intentar “trascender el mundo” para, en cambio, sumergirse más profundamente en él... Si fuera posible la comparación, con ella no hablaríamos tanto de arte sonoro como del sonido de un amigo leyéndote una página de su diario. De hecho, mientras que la mayoría de los artistas experimentales rehúyen las narrativas personales o los modos confesionales, claire se inclina por ellos y se anima a calificar su música como “emo ambient”, un término tan sincero como irónico.
El resultado de su trabajo consigue ser a la vez apasionante y tierno, incluso cuando sabemos que está compuesto a partir de fragmentos de los materiales más mundanos, ya sea el sonido de un teléfono vibrando sobre una mesa, la voz de un amigo crepitando en un archivo de buzón de voz exportado o su propia voz cantando filtrada a través de capas de Auto-Tune. Es emocionante ver cómo transforma, por ejemplo, un sonido captado en su habitación, una nota de voz o un fragmento de guitarra en algo rico en sentimientos: ella es capaz de sacar todo un mundo de significado de lo que la mayoría de la gente consideraría “nada”, sin explicarlo en exceso ni intentar adornarlo con el lenguaje conceptual que se lee en las notas de un álbum.
Publicado después de “sentiment” (2024) –lo más cerca que claire rousay ha estado nunca de editar un álbum pop a su nombre–, “a little death”, es, en sus propias palabras, “un retorno a lo que considero mi esencia como solista, una renovada dedicación a aquellos métodos de trabajo que considero más acordes con mi visión de la música y el sonido”. Y lo define también como el capítulo final de una trilogía de discos que comenzó con “a heavenly touch” ( 2020) y siguió con “A Softer Focus” (2021). Sin embargo, mientras que los dos álbumes anteriores utilizaban grabaciones de campo como fuente sonora principal o figura central en las composiciones, aquí actúan más como trampolines, entrelazándose tímbricamente con fragmentos hablados –algunos de los cuales están sampleados de sus conciertos en directo– y, distribuidos a lo largo de todo el álbum, con interludios breves y cuidadosamente compuestos de cuerda que nos sumergen en campos sonoros que recuerdan al post-rock de principios de este siglo, junto con percusiones pensativas y guitarras melódicas que entran y salen de foco –las que suenan en “night one” y “somewhat burdensome” evocan las formas pop, pero se alojan más profundamente en el tejido de sus composiciones y sus dinámicos arreglos–. Es imposible seguir el hilo de una sola voz, pero de vez en cuando se vislumbran palabras o frases, como si estuviéramos siendo invitados al mundo privado de la artista.
Colaboradores recientes y habituales como More Eaze, Gretchen Korsmo, Matthew Sage, Andrew Weathers y Alex Cunningham actúan como una biblioteca de muestras a lo largo del disco, manipulando interpretaciones antiguas y nuevas para convertirlas en elementos que encajan en sus orquestaciones. La podríamos considerar, en ese sentido, como una “comisaria artística” de sonidos encontrados, grabaciones de campo y ruidos desechados, en el sentido de ordenar y organizar ese posible caos, porque el disco completo está compuesto por unas 600 muestras o piezas grabadas unidas sin que en ningún momento se aprecie sensación de caos alguna. ∎