Aunque su material propio apenas se había hecho notar hasta ahora, en los últimos años Coby Sey se ha convertido en un nombre habitual en la órbita de gente como Klein, Kelly Lee Owens, Kwes y Dean Blunt. También ha colaborado con Lafawndah, Cosha y la London Contemporary Orchestra. Pero es sobre todo su relación con Tirzah y Mica Levi la que le ha valido el aura de alguien capaz de acercarse a la música con una perspectiva oblicua, de construirla a partir de una reacción en cadena de destellos inesperados.
Como parte de ese triángulo creativo, Sey demostró en “Devotion” (2018) y “Colourgrade” (2021) –los dos discos de Tirzah, creados a partir de un estrecho proceso colaborativo entre los tres– que esa visión no-lineal es intrínseca a su forma de entender la producción, la composición y la instrumentación. En esos temas, Sey desvalijaba el canon del R&B como si desmontara el motor de un coche, y esa aproximación a la música regida por una idiosincrasia propia es común a “Conduit”. La diferencia está en que este primer proyecto en formato largo a su nombre prioriza la primera persona para convertir un bastidor sonoro fluctuante y magmático en un vehículo de pensamientos en cascada sobre la necesidad de encontrar refugio en lo colectivo ante la hostilidad que parte tanto del entorno como de dentro de uno mismo.
De ascendencia ghanesa, Sey creció en el barrio de Lewisham, en el sur de Londres; un distrito marcado por la violencia racista y con una profunda tradición de resistencia entre las generaciones jóvenes de la diáspora caribeña y africana en el último tercio del siglo XX. La motivación política que da relieve a la mayoría de las letras de “Conduit” está cimentada en la historia de la lucha antirracista de Lewisham.
En 1977 unos quinientos miembros del Frente Nacional se reunieron en New Cross para desfilar hasta Lewisham, donde se encontraron con una contramanifestación de más de cuatro mil personas, convocada por líderes sindicales y grupos antirracistas y antifascistas bajo las siglas All Lewisham Campaign Against Racism And Fascism (ALCARAF). Hacia la segunda mitad de los 70, aquellos barrios se habían convertido en un foco del acoso de la extrema derecha británica en Londres a la comunidad negra, y el choque de aquellas dos manifestaciones dejó más de cien heridos y doscientos arrestos.
Cuatro años después, trece chicos y chicas negras murieron calcinados y veintiséis sufrieron quemaduras graves cuando se incendió el piso de New Cross en el que celebraban una fiesta de cumpleaños. Uno de los supervivientes del incendio se suicidó dos años después. A pesar de que los primeros informes de la policía apuntaban a que el fuego había sido provocado por algún tipo de objeto en llamas lanzado desde el exterior, la investigación nunca llegó a prosperar y jamás hubo sospechosos, ni mucho menos detenidos, en relación a aquellas muertes. Un tío de Coby Sey estaba en la fiesta, pero se fue a casa antes de que ardiera el apartamento porque al día siguiente tenía que entrenar con su equipo de fútbol.
En “Conduit” Sey trae a la memoria aquellos hechos, profundamente enraizados en las calles donde creció, para ensanchar el plano en una conversación más amplia sobre raza, identidad, desigualdad, espacio urbano y salud mental a través de su propia experiencia como hombre negro en la Inglaterra actual. Su fraseo hablado anhela un diálogo con quien escucha al otro lado; parece interpelar al oyente directamente, como si dejara flotar el silencio durante unos segundos, esperando algún tipo de respuesta.
“Conduit” está partido en dos mitades. Los primeros cuatro temas guardan una simetría evidente entre sí, mostrando dos caras distintas de un registro emparentado con la herencia del grime. “Etym” y “Mist Through The Bits” abren el lote con abscesos de distorsión, ritmos secos y cortantes y la dicción llena de intención y gravedad de Sey, que resuena entre las cavidades sonoras. La sensación de asfixia se disipa en “Permeated Secrets” y “Dial Square (Confront)”, que sirven como un reverso aséptico de esos dos primeros cortes tan desconcertantes como impresionantes.
La segunda mitad del proyecto rompe esa ilusión de equilibrio con una secuencia mucho más heterogénea, en continuo estado de flujo, que da la oportunidad a Sey de demostrar una versatilidad extraordinaria tendiendo cables entre el dub techno (“Night Ride”), la balada deconstruida (“Onus”), la colisión entre free jazz y la cadencia hip hop de “Response” –perpetrada junto a Ben Vince, CJ Calderwood y Ben Rainey en una sola toma de diez minutos– y la placidez ambient de “Eve (Anwummerɛ)”. Aunque la voz y la palabra vertebran casi todos estos cortes, son la instrumentación y las decisiones de producción las que hacen fermentar toda su emoción y peso expresivo con un perfil sonoro poroso y desafiante.
A través del spoken word y versos que saltan entre pasado y presente, en un tira y afloja constante entre el diario personal y el trauma colectivo, Sey abre un caudal de energía en bruto, cruda y honesta, inspirado por igual –según él mismo ha admitido– en la virulencia de Public Enemy que en la pasión descarnada de Miles Davis o la fuerza cegadora de Sonic Youth. Su discurso no busca ningún tipo de validación, sino una reacción más impulsiva, visceral y honesta. A pesar del aparato de efectos sonoros, no hay balas de fogueo, sino una necesidad imperiosa de documentar y trascender la experiencia. ∎