CRIM tenía preparada flotilla, pertrechos y ruta para celebrar su décimo cumpleaños en puertos de aquí y allá, pero el cataclismo pandémico impuso dique seco. En lugar de resignarse, el grupo catalán decidió abrir esclusas para que la nave de su aguerrida creatividad siguiera desplazándose y convocó en el camarote de oficiales a viejos compañeros. Tras el brindis, ya en el puente de mando, les invitó a que estamparan su variopinta caligrafía en un cuaderno de bitácora que por primera vez –versiones aparte– registraba textos en inglés. CRIM se aferró desde el principio a la lengua materna porque no esperaba abandonar la línea costera de Tarragona. Y ha mantenido ese rumbo con firmeza incluso en sus largas rachas de bonanza por aguas internacionales. La desventura vírica, qué paradoja, propicia un álbum festero, colectivo y anglófono en el que el cuarteto revisa diez canciones imperdibles de su repertorio. Diez de las crestas que lo coronan.
Pletórico de principio a fin, “10 anys per veure una bona merda” compendia las líneas argumentales que han articulado la narrativa de una banda más ecléctica de lo que parece. La energía renovable del hardcore atraviesa partituras siempre contagiosas como “A Song And A Promise” –que interpretan a medias con Olga de Toy Dolls– y “Paper Boats”, en la que participan sus vecinas barcelonesas Violets. El torneo de estrofas librado por Adriá Bertrán y Guillermo Izquierdo –de los thrashers manchegos Angelus Apatrida– en “Eternal Cold” acentúa el tono heavy de la original y confirma su destreza con la dialéctica metalera. Como el punk sigue siendo la brújula que les guía, clavan la callejera “Welcome My Enemy” en compañía de Sucker de los berlineses Bad Co. Project. Y el cambio de idioma hace más explícito todavía el influjo de Social Distortion en “Blue Blood, Red Sky”, junto a Cecilia Boström de The Baboon Show, la canción que cierra este agradecido paréntesis en una trayectoria que podría servir de ejemplo a muchos. ∎