Álbum

Dellafuente

Lágrimas pa otro díaMAAS, 2023

A Dellafuente más que una crítica musical habría que dedicarle un documental en Netflix. Un true crime en el que nos asomásemos al misterioso caso del vecino del quinto que escondía un secreto: en realidad no era un aburrido oficinista, sino que se trataba de un artista que, parapetado detrás de unas sempiternas gafas de sol, amasaba millones de oyentes en Spotify. El nombre podría ser “Chino: detrás de las gafas. La historia de Dellafuente”, y comenzaríamos con sus inicios musicales, compartiendo sus canciones él mismo en el foro de habla hispana más importante; pasaríamos por la creación del Dellafuente FC; llegaríamos a su autoimpuesto semirretiro industrial, que no musical, y, sin duda, uno de los momentos culminantes sería el lanzamiento de “Lágrimas pa otro día”.

Pero dejando de lado este pequeño paréntesis de ensoñación guionista, y volviendo a la crítica musical, el de Granada ha lanzado, como le gusta hacerlo a él, con alevosía, una nueva referencia en la que hace acopio de una solución a priori peligrosa: un álbum menú VIPS. Es decir, del mismo modo que en esta famosa cadena de restauración encuentras en carta una hamburguesa, un taco, un steak tartar y una pasta, Dellafuente se ha desmarcado con un álbum en el que lo mismo te topas con una bachata, con un corrido tumbado o con una bossa nova. ¿El potencial riesgo? Acabar siendo material para hilo musical. ¿Será este el caso?

La persona artística de Dellafuente evoca inteligencia, sutileza y una sensibilidad para saber tomar las decisiones correctas. Así que aunque “Lágrimas pa otro día” tiene un cierto deje a retales, a estar construido con parches sonoros, el resultado final no abruma ni empacha, sino que encaja y se queda en un punto justo previo al abismo de lo barroco. Es operístico, pero no caótico. Y aunque en ocasiones adolece de cierta incoherencia, se compensa con un dinámico viaje por geografías musicales, con joyas de por medio como “Carameloraro”, por el aporte certero de las colaboraciones –tanto a nivel vocal como en producciones, con nombres que son apuestas de futuro y ya de presente, como Ralphie Choo, rusowsky y vatocholo– y por la presencia –aunque no siempre de manera constante, todo hay que decirlo– de aquello que hace único a Dellafuente.

Y quizá el mayor pero del álbum es que lo que hace único a Dellafuente se diluye un poco al salir del territorio en que lidera y es único y diferencial para entrar en palos más competidos y en los que la combinación de géneros más tradicionales con aportación rap está más vista. Pero, en cualquier caso, estamos ante un disco maduro pero sin tomarse demasiado en serio a sí mismo y que nace, claramente, para el directo: para ser disfrutado por el público presente y, también, por quien lo interpreta. Un disco que con banda en vivo cobrará, seguro, su máxima expresión. Porque combina momentos intimistas con otros de elevación musical, de sarao y de fiesta de sobremesa que se va de las manos. Y, de tanto en tanto, frases interpretadas por Dellafuente para cantarlas desgañitándose.

Hay un punto en la carrera de todo artista –cuando hablamos de arte en mayúsculas– en que siente la necesidad de hacer cosas diferentes. O de hacer obras más personales y menos sometidas a designios comerciales. Este álbum tiene un poco de eso. Y también mucha alma y sentimiento. Que es de lo que va la música al fin del día. ∎

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