Daniel Bejar –o
Destroyer– siempre ha estado ahí, revoloteando en un segundo término y sin hacer excesivo ruido, aunque ya ha entregado algunas piezas de envergadura como
“Your Blues” (2004) y
“Destroyer’s Rubies” (2006) y forma parte de los siempre respetables The New Pornographers. Que la obra de Bejar todavía no haya trascendido más posiblemente se deba a una sana falta de prejuicios que lo mismo le permite abrazar el folk de alambre oxidado que el empapelado de estampado glam o las escaladas de ambientes electrónicos. Y la apertura de miras no es un buen salvoconducto en una época que exige productos hechos en serie y con el código de barras perfectamente calibrado. Pero los degustadores de lo especial siempre han sabido detectar en las canciones del canadiense un toque de distinción que salía a la superficie a pesar, muchas veces, del envoltorio tosco con que se presentaban. Ahora, después de un par de EPs –“Bay Of Pigs” (2009) y “Archer On The Beach” (2010)–, llega la continuación de
“Trouble In Dreams” (2008), un disco notable que insistía en su cacería de las sombras de Bowie, Bolan y otros ídolos del glamur setentero.
Suena
“Kaputt”. Primer interrogante: ¿es un disco irónico? Probablemente la pregunta no sea la adecuada, pero es la inevitable mientras el lector de CDs expulsa ambientes sofisticados y evocadores que parecen ideados para florecer en un local de lujo rodeado de hermosas damas y cócteles de nombres impronunciables. Un colchón de espuma ochentero que busca lo anacrónico como medio de redención contemporánea. “Kaputt” chapotea en un rock suave de pespuntes jazzísticos y hace malabarismos con montañas de migajas que parecen disparadas tras una buena digestión de las obras más cromadas de Steely Dan, Prefab Sprout, Roxy Music –los crepusculares, los de “Avalon” (1982)–, Scritti Politti, Sade, Hall & Oates, los Fleetwood Mac de “Rumours” (1977) y, también, algunas ráfagas del Boz Scaggs de la cosecha de 1976, la de “Silk Degrees” (¿alguien se acuerda?). O sea, rock de texturas deliberadamente antirock, soul aclarado con ojos azules, jazz de corbata de seda. Una opción estilística que en manos de Bejar escapa de la alargada sombra del pastiche y remonta el vuelo en canciones absolutamente memorables que se acurrucan entre bajos gomosos, percusiones cimbreantes, teclados de espuma y guitarras elásticas.