Álbum

DJ Koze

Music Can Hear UsPampa, 2025

El arranque de “Music Can Hear Us” abraza de lleno el topic pospandémico de que “nature is healing”: a lo largo de sus primeros veinte minutos, y partiendo de una meditación sufí que abraza el ambient trance y que conecta con la etapa de James Holden con The Animal Spirits –“The Universe In A Nutshell”, título bastante clarificador–, DJ Koze entrega algunas de las producciones más orgánicas de su carrera, canciones con todas las letras, con instrumentación rica y profusa, y se rodea de artistas afines y de la escena local como quien compra en la frutería del barrio para defender el producto de proximidad. Guitarras de sabor afro en ida y vuelta con Latinoamérica propulsan ese híbrido entre el alté y los ritmos andinos que es “Pure Love”, mientras Damon Albarn se descojona dándole a la pista algo de autenticidad; Sophia Kennedy y la banda folk The Düsseldorf Düsterboys cantan en alemán sobre amor, primavera y flotar en caídas libres en producciones que podrían encajar en los repertorios de Panda Bear –“Der Fall”– o de Jamie xx –“Wie schön du bist”–. En el fondo no es nada nuevo, porque Koze, Stefan Kozalla, siempre ha sido un poco hippie: dentro de la paleta minimal techno de sus primeros trabajos para el sello Kompakt ya había un deje de orientalismo y espiritualidad, y a partir de “Amygdala” (2013), su primer álbum bajo el paraguas de su propio sello, Pampa, esta idea de trance y de ascensión ha estado presente en su música de forma constante y evidente. Pero quizá nunca había entrado tan peligrosamente en el terreno de la new age, perdido entre tanto tópico worldbeat.

Menos mal que ese organicismo, de algún modo, se corrige en “Tú dime cuándo” (obviamente, cómo no, sin acentos en el título), una bonita balada glitcheada en la que la voz de Sofia Kourtesis aparece abrazada por una cibernética distorsión, una interferencia. No es que la naturaleza desaparezca del todo, y va a seguir habiendo invitados, instrumentos y canciones, pero sí se convierte en una especie de recuerdo nostálgico de lo que teníamos, necesario en la búsqueda de otros planetas habitables. A partir de aquí, el cuarto trabajo largo de Kozalla se convierte en el mapa mundial de “Super Mario World”, una galaxia en la que conviven ecosistemas distintos –el deep house, el post-dubstep, el ambient, el amapiano, los progressive breaks…–, pero bajo el mismo prisma de un sol neopsicodélico y radiactivo. Se convierte en una búsqueda de la naturaleza, del naturalismo que oculta un espacio exterior opresivo o un futuro distópico, y no se baña en sus fuentes con la despreocupación del que sabe que, pase lo que pase, habrá ingresos en la cuenta corriente cada final de mes. En “Unbelievable” –uno de los mejores momentos del disco–, la voz de Ada parece estar rescatada de una radio antigua desde una estación espacial; “What About Us” recuerda al mejor Dntel y a Thom Yorke en otra gran balada espectral construida como un collage de refracciones digitales; en “A dónde vas?”, distintas tradiciones de latin jazz son lanzadas al espacio exterior en un globo sonda, a ver si en algún lugar/momento del espacio/tiempo ponen a bailar lento a algunos alienígenas.

No deja de resultar curioso que sea “Vamos a la playa” el tema que cierre esta sección más extraterrestre para adentrarse, por fin, en el club y, sobre todo, en dinámicas más bailables: “Vamos a la playa, la bomba estalló”, canta la austriaca Soap&Skin con un extraño acento español. Habla, con tono androide, de radiación, de viento radiactivo… “Vamos a la playa, al fin el mar es limpio, no más peces hediondos, sino agua fluorescente”. El colapso de la naturaleza se convierte en el detonante, así, de una reconexión con lo esencial vía carburadores pisteros. Y sí, “Die Gondel”, después, podría ser el reverso radiactivo de Nicolás Jaar, y donde el chileno saca la navaja del noise, el teutón activa subgraves atómicos reminiscentes de sus tiempos techno. “Brushcutter” se inscribe en los progressive breaks de gran pantalla marca Bicep convocando hedonismo hi-fi, y “Buschtaxi” ofrece, tras una minuciosa elaboración de tech-house orgánico que se adentra en la jungla y que haría estremecerse a Baiuca o Nicola Cruz, el drop más satisfactorio del disco, suave como integrarse en el flujo de la corriente vital, emocionante incluso.

Es, en mucho, un aterrizaje, y devuelve al disco a algo parecido a la tierra, con sus resonancias tecnológicas y sus anacronismos glocales. “Aruna”, al final, dibuja otro collage de guitarras afro que recuerda a la reciente reunión de Holy Tongue con el productor Shackleton –“The Tumbling Psychic Joy Of Now” (2024)–, y “Umaoi” termina en una Hokkaido de videojuego con el grupo vocal local Marewrew fundiendo los cantos upopo de la tradición ainu con el doo-wop. La naturaleza, ha entendido DJ Koze, nunca podrá ser sanadora en una sociedad construida en torno a la polución, la destrucción, el enfrentamiento y lo viral. No es ella la que tiene que sanarnos. Somos nosotros los que deberíamos sanarla a ella. ∎

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