En el último disco de Doja Cat, la artista caminó por una carretera llena de baches. Con “Scarlett” (2023), el propósito de la angelina era hacer un álbum de rap serio, más “masculino” y enfadado, alejándose de la estética rosa y suave de su música pop anterior. Eso, por supuesto, produjo mucha controversia: tras una acusación de plagio y varios enfrentamientos con sus fans, Doja reveló que todo lo anterior a “Scarlett” era solo para ganar dinero, expresando así su insatisfacción con la música pop. Ahora, sin embargo, parece resarcirse de sus palabras, y desanda el camino andado. Tras un disco más reactivo que creativo, Doja Cat ha querido pegar un volantazo y volver a un terreno pastel. “Vie”, su quinto álbum de estudio, plantea ese regreso, pero no desde el terreno híbrido y contemporáneo que la hizo brillar en “Hot Pink” (2019) o “Planet Her” (2021), sino desde una apuesta sencillamente retro: un ejercicio de estilización ochentera con sintetizadores, saxos y baterías programadas que apelan a los referentes afroamericanos del género. Si ha de reducirse todo a una única influencia, esta sería Prince.
Lo primero que se percibe es un intento de ligereza. Doja quiere divertirse de nuevo, desprenderse del peso de la polémica y el resentimiento y, aunque no es fácil, lo consigue en varios momentos. “Vie”, que en francés significa “Vida”, habla de dejar de romantizar el amor en sí mismo para abordarlo desde un punto de vista terrenal. “AAHHH MEN!”, que contiene un sampleo del tema principal de “Knight Rider”, muestra esa primera exasperación que produce la realidad: Doja Cat habla del amor entre el hip hop y el pop, preguntándose si “es gay o solo está enfadada”. Hay destellos de espontaneidad y humor, ese rasgo que siempre la separó de la competencia, por todo el trabajo: en “Couple Therapy” se cuestiona si lo que le molesta es el TDAH, su pareja o sus “amigos locos”, y en el estribillo de “Gorgeous” repite que “es un crimen ser fantástica”. Sin duda, si el disco se resumiese en un solo tema, este sería “Silly! Fun!”, porque, definitivamente, eso es lo que Amala Zandile Dlamini está buscando ahora mismo. Cero pretensiones (se supone).
“Knight Rider” no es la única referencia que se cuela en el trabajo. “Lipstain” incorpora un fragmento de “(You’re My) Aphrodisiac” de Dennis Edwards, y “Come Back” utiliza un fragmento de “Body Double” de Pino Donaggio. Al insertarlos selectivamente, Doja y su equipo contextualizan el ambiente ochentero, cimentando la atmósfera retro del álbum con varias piezas reconocibles que pertenecen al imaginario colectivo de esa década. El problema, sin embargo, es que no todo fluye con naturalidad. En buena parte del disco, el homenaje a los ochenta se convierte en corsé: las canciones suenan competentes, pero menos juguetonas, como si Doja estuviera más ocupada en cumplir con una estética que en dejarse llevar por su instinto. La producción, por supuesto, corre a cargo de Jack Antonoff: tan recta como poco significativa. Brillante en los acabados y coherente en la dirección, pero con una presencia apenas determinante.
Doja Cat y SZA vuelven a encontrarse en “Vie” tras el éxito global de “Kiss Me More”, y lo hacen en “Take Me Dancing”, un tema en el que SZA aparece en plan cameo, aportando un contrapunto cálido y relajado sobre una base de synth-funk juguetona que mira de reojo a la pista de patinaje de los ochenta y acaba en un solo de saxofón predecible. En definitiva, no todas las ideas funcionan, pero en conjunto “Vie” transmite la ligereza que Doja parecía necesitar: canciones que se permiten ser divertidas, sin más. ∎