Como sucediera en aquel prometedor debut que fue “El mal de la juventud” (2021), Emilia, Pardo y Bazán vuelven a mostrar un talento singular a la hora de construir potenciales himnos indie pop dispuestos a captar la complicidad generacional. De momento no han gozado de la misma suerte en estas lides que, pongamos, Niña Polaca, a la hora de llegar a un público mayor, pero sus canciones poseen todos los ingredientes para conseguirlo. Son robustas, pegadizas, imprevisibles por el eclecticismo de estilos, eficientes en su ejecución, épicas con poso amargo, coreables sin provocar sonrojo, y todas ellas incluyen algún momento lírico ingenioso que el oyente puede retener y hacer suyo.
En estos tres años de camino desde el disco anterior, los de Talavera de la Reina han perdido un poco de la mala baba política que afloraba en temas como “12 de octubre”, “Madriz Central” o “No logo”. O, tal vez, han decidido rebajarla adrede en un segundo álbum que, a su manera, tiene algo de conceptual. Los diez nuevos temas –que casi nunca llegan a los tres minutos de duración– flotan en torno a las mismas obsesiones: personas precarias, ya entradas en la mediana edad pero que estiran su juventud hasta lo máximo posible, que recurren al hedonismo como vía de escape ante sus desazones sentimentales y el peso invisible que el tardocapitalismo impone sobre nuestras vidas cotidianas. “Preocúpate mañana”, que contiene frases tan agudas como “Qué buena suerte / que estemos todos igual de mal”, puede ser la más paradigmática en este sentido.
Lo que cantan Emilia, Pardo y Bazán son temas universales, sobrexplotados en la música pop, sí, pero las letras de Sergio Sanguino consiguen darle la chispa diferencial adecuada al poner el típico lloriquismo indie de la escuela posplanetera en el espejo y enfrentarse a ello a través del humor. Es un reírse de sí mismo que puede servir para distanciarse un poco. La ironía, como alguien escribió, es el refugio de los románticos desencantados, pero, al tiempo, Sanguino no da la espalda a la visceralidad y al drama. En ese constante equilibrio entre la comedia y la tragedia, el bailar y el llorar, se percibe una sensación de verdad.
El arranque engancha, con dos hits en potencia como “Electrodomésticos” (con un aire muy Pulp) y “Nube Kinton”, en la que, por momentos, parece que van a reproducir con la guitarra la melodía de sinte de “Enola Gay”, de OMD. “Treinta metros”, trotona y juguetona, es menos convincente pero tiene interés por su comentario social sobre lo difícil que es hacer el amor en una infravivienda. “No merece la pena” y “Me derretía (del Palmar a Los Caños)” abren la cara B con ese mismo aliento de urgencia melódica. La segunda de ellas, además, tiene un desenlace que me recuerda al de “Our Mutual Friend”, de The Divine Comedy, otra posible referencia lírica sobre el trabajo del grupo. Hay temas que palidecen más, como “Qatar 2022”, cuyo recurso de usar símiles futbolísticos me parece demasiado manido, aunque la utilización de unos “oé oé oé” tan bien integrados en letra y melodía –algo que, por algún motivo, me recuerda a Los Lagos de Hinault, otro grupo de mentalidad similar– le confieren cierta gracia. Es probable que la contribución de Carlos Hernández en la producción haya sido importante. La manera en que se ensamblan las voces de Sanguino y Paula García (a la vez, bajista), en conjunción con las guitarras y sintes de Pepe Sánchez y la batería de Ada Martínez, es otro de los grandes valores de un grupo que sigue a punto de explotar, esperando formar parte de la fiesta prometida. ∎