Álbum

Escuelas Pías

Ven a morir a casaEl Genio Equivocado, 2025

Sevillanos atípicos, como podría serlo también Sr. Chinarro, Cristian Bohórquez y Davis Rodríguez son los integrantes de Escuelas Pías, un dúo que tiene, sin embargo, más puntos en común con otros andaluces atípicos (gaditanos, para más señas), los recordados Ursula (sin tilde), que con el alter ego de Antonio Luque. Escuelas Pías, de hecho, sin ser tan experimentales como aquellas bandas de Foehn Records de los últimos años del siglo XX (Balago, los citados Ursula), que nos mostraron el espejismo de una España post-rock, sí que tiene su origen en aquel epicentro, ya que Cristian Bohórquez pasó por Blacanova, una de las bandas de la escudería Foehn, aunque cuando Bohórquez entró (después de haber formado parte de Trisfe) lo hizo cuando el grupo ya formaba parte de la cartera de El Genio Equivocado. Bohórquez y Rodríguez habían coincidido previamente en Sundae, una banda de influencias shoegaze a lo My Bloody Valentine, y, tras su disolución, en 2015, decidieron seguir adelante como dúo, bajo el nombre de Escuelas Pías.

En la entrevista con Rubén Izquierdo para Rockdelux (nº 358, febrero de 2017), publicada tras el lanzamiento de su primer álbum, Davis Rodríguez decía que tenían claro que querían componer “canciones bonitas, de melodías delicadas y estribillos reconocibles”. Y si eso era así entonces, lo sigue siendo actualmente, con la publicación de su cuarto disco largo, “Ven a morir a casa”. Este, en concreto, además, es verdaderamente largo: una hora y nueve minutos, con veintiuna piezas en total. En su portada explican el motivo de la dimensión del proyecto: “A lo largo de tres décadas (1982, 1992, 2002), tres personajes se verán asediados, seducidos y aterrorizados por un ente cósmico que se presenta ante ellos para concederles sus más ansiados deseos”. Con el objetivo de hacer algo distinto en su trayectoria, decidieron crear la banda sonora de una película imaginaria de terror. De ahí que, de las veintiuna piezas, solo ocho sean canciones propiamente dichas. Pero eso no quiere decir que los trece instrumentales sean meramente “incidentales”, porque no subrayan, en realidad, imagen alguna, sino que están concebidos, en realidad, como canciones sin voz.

Pese a esa “excusa” de proporcionar base musical a una supuesta película de terror, lo cierto es que en ningún momento se escapan de los parámetros dream pop por los que son conocidos y por los que se les quiere. En todo caso, el “sueño” que ahora pretenden inducirnos es apenas un poco más inquieto que en lo que ellos es normal: no busques equivalencias musicales con la incomodidad que transmiten las bandas sonoras que John Carpenter (a quien ellos citan) compone para sus propias películas, o las de Colin Stetson para “Hereditary” o “Texas Chainsaw Massacre” (o la de Bobby Krlic para “Midsommar”). Aunque sus títulos hablen de “Monstruos en la oscuridad”, de una “Feria de los horrores” o de una “Niña de videoclub”, lo que sobresale es su delicada languidez habitual, con momentos álgidos como “Popular” o “Señora”, o excepcionalmente más briosos como “This Man”.

Esta historia nos ofrece un paisaje brumoso con el que buscan trasladarnos a su hipnótico mundo interior, envolviéndonos en una atmósfera melancólica y nostálgica y convirtiéndonos en espectadores de un viaje sonoro más ensoñador que terrorífico. ∎

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