Provenientes de Pittsburgh, feeble little horse ya dejaron claro que se salían de la media habitual en “Hayday” (2022), su más que notable debut en largo, donde las guitarras de Ryan Walchonski y Sebastian Kinsler deslumbraban por su facilidad para enredarnos en su magnética heterodoxia atonal.
Para su nuevo LP, los ingredientes son tan claros como bien diversificados. Ruidismo lo-fi, baterías destartaladas y la voz neutra juguetona de Lydia Slocum entre misteriosas dicciones entrecortadas y letras, de su puño y letra, ancladas entre la depresión y la religión.
La primera pregunta que surge al dejarse hipnotizar por su aparente actitud do it yourself desastrada es si se puede hacer más con tan pocos elementos. La verdad, resulta complicado llegar a imaginarlo. Para ejemplo, “Freak”, primer peldaño de este disco. Luego, es el turno de “Tin Man”, en la que las atonalidades acústicas añaden un contrapunto la mar de excitante. En la crecida de este corte es donde se palpa la influencia de My Bloody Valentine, a quienes ya versionaron en “Modern Tourism” (2021), su EP de debut. “Tin Man” es un caramelo envenenado de esos que hace tiempo no se degusta dentro de la ortodoxia noise pop.
Por su parte, “Steamroller” es una pequeña obra maestra, donde la electricidad se nutre, al mismo tiempo, de un cariz brutalmente enmarañado y orgánico.
Pero feeble little horse es mucho más que un grupo buscando ensanchar la liturgia noise pop. En “Heaven” recuerdan a The Moldy Peaches tocando twee pop en slow motion. Y es que en su vertiente lo-fi es donde la experimentación adquiere un peso mayor. Desde otro extremo, son capaces de embutirse en filigranas pop como “Paces”, en la que Slocum demuestra que también ha bebido de las explosiones bipolares melódicas patentadas por Kristin Hersh.
En todo momento, se mantiene la capacidad de sorpresa hasta el final, ya sea en los afilados acordes asiáticos desplegados en “Sweet” o en las subidas post-grunge armadas en la dualidad acústica-noise de la brillante “Slide”.
En otra muestra de intuición divina como “Healing”, la cacharrería funciona más allá de la electricidad como una especie de experimentación acorde a las chifladuras electroacústicas urdidas en los años cincuenta y sesenta por las experimentadoras del sonido que trabajaban en BBC Radiophonic Workshop.
El resto de piezas armadas en este álbum subrayan la excelencia de un artefacto de impacto duradero. Canciones que tanto pueden perderse en la locura vocal naíf de “Pocket” como de introducirnos en los bucólicos pastos acústicos de “Station”, para rematar la jugada con “Heavy Water”, o cómo hacer del credo anti-folk el filtro ideal para alcanzar pastos de belleza tan poco usuales como los desplegados por Sonic Youth en sus piezas más reposadas de mediados de los noventa.
En total, poco más de 26 minutos para once canciones que cabalgan sobre el encanto surgido de la incorrección celestial heredada de la gran tradición surgida desde The Shaggs hasta Beat Happening. ∎