Álbum

Fino Oyonarte

ArrecifeBuenaventura, 2023

Está claro: a Fino Oyonarte le ha embargado el pop. Pero no ese pop turbopropulsado a lo Bob Mould que tan bien irradiaba su “Océano” en el último álbum de Los Enemigos, “Bestieza” (2020). No. Más bien el de hechuras clásicas que remite al vademécum de Brian Wilson y demás apóstoles y acólitos mundiales del sunshine pop californiano. Ese que aquí delinean tan bien Germán Salto o Señor Mostaza. El de los ritmos gráciles, los pianos saltarines, las armonías vocales de encaje de bolillos y esas trompetas de velas hinchadas, como las que iluminan aquí la inaugural “A tu lado”. Un continente que cobra plena concordancia con el contenido, porque si lo que caracterizó su debut en solitario (Sueños y tomentas”, 2018) fue el tono confesional, autoexploratorio y taciturno, lo que da razón de ser a este “Arrecife” es la jovialidad. Aunque no exclusivamente.

Es un disco plenamente radiante, al menos en su primer tramo. De los que justifican carreras y otorgan pleno sentido a la palabra evolución, más cuando hablamos de un músico tan experimentado, que está dando con la mejor versión de sí mismo tras más de tres décadas en el tajo. Fueron muchos años tocando el bajo en Los Enemigos y produciendo a Los Planetas, Lagartija Nick, Mercromina y tantos otros, sin reclamar primer plano. Y lo hace ahora con más argumentos que nunca. Hay un palpable optimismo en sus textos y una deliberada entrega al amor en su forma más genuina y amplia. “Bajo la tempestad no me pienso quedar, ni aguantar un día más, es la hora de vivir el momento como si fuera mi último aliento”, dice en una “Tempestad” cuya literalidad tiene poco que ver con la de “Atrapado” (2018), por ejemplo. Quizá porque aquellas tormentas no son estas tempestades. O al menos no lo parecen. Allí había desengaño. Aquí hay júbilo. Desde la serenidad, ojo, de quien sabe lo que es perder a algunos de sus seres más queridos: sus padres fallecieron poco antes de la grabación. Desde la templanza de quien ha vivido ya mucho. Con sus matices, eso sí.

Repiten, en cualquier caso, los precisos arreglos de cuerda de Phillip Peterson (Lady Gaga, St. Vincent, Lana Del Rey), la batería de Alfonso Luna, el bajo de Caio Bellveser, las guitarras de Xema Fuertes, la percusión de César Verdú (quien también coproduce) y los teclados de Nacho Olivares, todos dando vida a un repertorio vivaz y palpitante, que también delega aún en esa acústica sensibilidad melódica tan a lo Elliott Smith que irrumpe en “Avanzar” o “Tan lejos”. Y con una tercera vía añadida: la que evocan las atmósferas extrañamente hermosas, magnéticas en su propia turbiedad, de “Naufragar” o “Embarcadero”. Ambas alfombran el camino para “La vida es un sueño”, enorme balada al piano que sirve de cierre, está a la altura de la trascendencia que evoca y eleva el listón de esta reválida a la estatura de obra mayor, de esas que seguramente haya que tener en cuenta cuando termine el año y se imponga hacer balance, por su forma tan brillante de orbitar en torno al paso del tiempo, el oficio y la muerte, desde un ángulo que hace de la supervivencia puro gozo. ∎

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