Álbum

Fred again.. & Brian Eno

Secret LifeOpal-Text, 2023

El aplauso para Fred Gibson –Fred again..– en los últimos años ha sido sonoro y unánime. Y seguramente más que merecido. Es el artista que mejor retrató mediante la serie de álbumes “Actual Life”, publicada entre 2021 y 2022, las miserias de la millennialidad –y, de rebote, de alguna generación más– durante la pandemia, el descalabro y esperanza que supuso salir del confinamiento y también la vuelta a la nueva normalidad.

La prensa especializada alabó su collage sonoro, la frescura de los loops. El público lo acogió simplemente como un amigo más. Eran tantas las ganas de ver sus grabaciones de YouTube traducidas al directo que, cuando empezó a girar, el aquelarre fue unánime. Algo de esa fiesta debió gustarle a Gibson: en “Actual Life 3 (January 1 – September 9” (2022) perdió parte de su sello emo para ganar trote pistero. Si la gente pide fiesta, pues fiesta. Sus últimas alianzas, junto a Skrillex y Four Tet, no han hecho más que confirmar lo muy evidente: en directo es más divertido el chumba que los sintes melódicos.

Afortunadamente, alguien le ha parado los pies al británico, devolviéndole a un lugar donde sigue teniendo mucho que decir. Ese alguien no es un cualquiera: perteneciente al Salón de la Fama del Rock, figura esencial de la música ambient, Brian Eno le ha dicho a Gibson que música para drogas químicas ya hay mucha, pero que de arte sonoro el mundo anda más falto. De esta mezcla de generaciones, una colaboración que hacía tiempo que venía gestándose (Gibson trabajó como compositor en dos largos que Eno produjo junto a Karl Hyde en 2014), ha nacido “Secret Life”, un disco que tiene lo mejor de ambos pero que probablemente decepcionará a los seguidores de los dos artistas.

El álbum, cuarenta y cinco minutos de producción delicada, sofisticada y por momentos algo esnob, por qué no decirlo (hace falta algo más que buenos cascos para escuchar algunos detalles de ciertos pasajes; se incluye una versión de “In My Secret Life” –como “Secret”–, de Leonard Cohen, y un raro Justin Vernon en “Safety”, casi inaudible), tiene un espíritu intrépido (hay teclados tubulares de Eno y los flamantes requiebros de Gibson) y también… lánguido. Hay una pátina suavísima de ritmo. Tan solo algún audio de WhatsApp de álbumes anteriores de Gibson –para hooligans– y algo menos de espíritu de vanguardia de algún punto de la trayectoria de Eno. Es un disco solemne pero lento. Los que vayan sin preconcepciones de qué quieren de uno u otro productor pueden disfrutar del camino. Evidentemente, bien trabajado. ¡Valiente en algunos puntos! “Pause” son dos minutazos de silencio.

Hay también momentos narrativos osados: “Cmon” y “Trying”, por ejemplo, siendo esta última la más especial del largo. Un sintetizador en delay, un grito aletargado, una profundidad abisal que sirve hoy en día como pausa: para correr, para meditar, para follar. Que sirve para casi todas las cosas para las que han servido siempre las obras buenas y longevas. ∎

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