Eric D. Johnson nunca ha sido de los que se quedan quietos, igual que los murciélagos frugívoros (traducción literal de Fruit Bats), que saben cuándo descansar y cuándo salir a volar. También cambian de colonias y árboles, como él cuando anda inventándose folk celeste junto a Josh Kaufman y Anaïs Mitchell en Bonny Light Horseman (y de paso llevándose nominaciones a los Grammy). Recordemos que también dejó su estela en Califone, Vetiver y The Shins. Y sí, todavía sigue buscando otra forma de volar en la penumbra. “Baby Man” es un álbum íntimo, pero en lugar de ofrecer una aproximación depurada o esencial del sonido de Fruit Bats, su introspección se presenta a una escala épica. Algunas canciones son más pegadizas que otras, pero todo se transmuta en su versión más minimalista-maximalista. Lo consigue con el productor Thom Monahan (Pernice Brothers, Vetiver…), viejo cómplice que ya había empujado a Johnson hacia paisajes más expansivos en uno de sus mejores trabajos –“Gold Past Life” (2019)– y que en “A River Running To Your Heart” (2023) ejerció de caja de resonancia. En “Baby Man” vuelven a encerrarse juntos, pero esta vez para desnudar las canciones hasta dejarlas en hueso y alma.
El primer tema, “Let You People Down”, aterriza con el aleteo torpe de alguien arrepentido que teme decepcionarte. Ese miedo a defraudar atraviesa el disco entero, y aquí aparece comprimido en una píldora amarga pero de un lirismo fantástico. “Two Thousand Four” es una canción sobre la juventud que se lanza a la carretera para encontrar su lugar. Acompañada del piano y esa voz aguda sufri-melódica, nos acerca a su espíritu redentor: algunos se salvan en la montaña, otros en la ciudad, otros encontrando familia o su paz interior. Y entonces llega “Stuck In My Head Again”, uno de los sencillos, que se desliza interminablemente en un túnel oscuro. La voz de Johnson se quiebra guitarra en mano y acabas atrapado en su bucle.
La letra de un hombre adulto confesando que a veces se siente más torpe que cuando era un crío ocupa el título del cuarto tema y el de toda la entrega. La segunda estrofa introduce la metáfora de lo inalcanzable: “The more you want it, the less you have it / like tryin’ to catch a rabbit by the hair”. Aquí, al piano, los distintos matices de su voz suenan más brillantes, incluso más expuestos. Un tema rotundamente maravilloso. Después llega otro de sus grandes adelantos a guitarra: “Creature From The Wild” en un homenaje a su perro callejero mexicano, héroe doméstico y excompañero de vida, que os adelantábamos aquí. En mitad del viaje también surge “Puddle Jumper”, nacida casi por accidente de un mensaje de texto y transformada en una de las baladas más devastadoras del disco.
Entre tanta desnudez, y ya en la recta final, nos encontramos con “First Girl I Loved”, clásico de 1967 de The Incredible String Band, interpretado con la misma ternura que franquea el disco entero. “Moon’s Too Bright” refleja el insomnio y la bronca consigo mismo, pura vulnerabilidad a la luz de la luna. Y “Building A Cathedral” abre la pregunta de qué dejamos en este mundo: ¿un templo o apenas un cobertizo?
Finalmente, el artista originario de Chicago nos entrega “Year Of The Crow”, un blues áspero en el que convierte al cuervo en símbolo de tránsito y misterio. No es un cierre amable, ni siquiera da la sensación de concluir del todo, como si se quedara la canción a medias, pero resulta precisa para un álbum que se desviste hasta la médula. Con “Baby Man” Johnson nos sienta frente a su voz y nos obliga a mirarle con rayos X. La respuesta a “si todo esto merece la pena” es un “SÍ” incómodo y enorme: la de un compositor que sigue torciéndote o alegrándote el día con sus versos. A veces todo a la vez. Todavía su absoluta familiaridad no puede pasarse por alto ni su vertiginoso falsete, a veces extenuante. Tampoco hasta ahora ningún álbum suyo había reclamado tanta atención: aquí hay que moverse como un murciélago, guiándote por sus vibraciones. Nos vemos en la próxima caverna. ∎