Ghouljaboy no hace música: más bien, es arquitecto del lore. El artista gaditano lleva tiempo diseñando un universo propio en el que la realidad se funde con la ficción y, de fondo, hay guitarras emo y rock industrial. Después de cuatro discos de estudio y tres EPs, “Dante Technicolor” busca, de forma más o menos consciente, la fusión de todos esos mundos paralelos dentro de uno solo. Así, es un disco que reúne las claves sonoras y temáticas de “El Rascal” (2020), “Ciudad portuaria” (2020), “dreamcore” (2022) y “OH NO SYZYGY!” (2023) proponiendo una mitología unificadora. No es tanto una evolución como una síntesis: en la realidad de Ghouljaboy, el tiempo no es tan lineal como circular. Muchas cosas suceden al mismo tiempo, pero “Dante Technicolor” está en el centro de todo.
Hablando de ese punto equidistante entre circunferencias concéntricas, parece imposible que “Dante Technicolor” no remita a los infiernos. Sin embargo, y a diferencia de lo que sugiere el título, no hay una referencia directa al infierno de la “Divina comedia”, sino a un tipo de abismo contemporáneo protagonizado por el aislamiento, el trabajo precario y la ansiedad urbana. Jordi Arroyo interpreta en este caso a un personaje llamado Dante, en el que reúne rasgos de identidades anteriores (Fausto de “El Rascal” o Johnny Rico de “Ciudad portuaria”, entre otros). Más que un alter ego, parece funcionar como una herramienta narrativa: una forma de representar el conflicto interno entre el deseo y la creatividad en contraposición con la alienación fruto de una vida precaria. Así, la figura del artista encerrado en un estudio subterráneo, aislado y componiendo en ciclos insomnes no es solo parte del proceso, sino también parte del relato. La narrativa se filtra en la forma de hacer y viceversa: Arroyo compone a horas intempestivas, a las afueras de un polígono industrial y en un local cubierto de humo. No hacer la música oscuro-depresiva que hace sería impensable.
Por tanto, el sonido del álbum responde a esta misma lógica de actuación, pero ante todo se supedita a una necesidad cohesiva. Si bien no se articula en torno a un solo género, mantiene una coherencia que se apoya en las texturas densas, las atmósferas nocturnas y una producción que bebe del drone pero también del sad trap de Yung Lean. Así, el ambient, la electrónica experimental, el breakbeat o el city pop no aparecen como recursos episódicos, tal y como sucedía anteriormente, sino que son lenguajes ya interiorizados con naturalidad dentro de un marco pop muy específico. Por ejemplo, en “Dante” se entremezclan el post-punk de “dreamcore” con el gusto por la electrónica que aparecía en “El Rascal” (algo parecido sucede en el desarrollo de “Ángel exterminador”, que directamente acaba en trap), mientras que en “Plan de escape” se unen un bajo de city pop a lo “Ciudad portuaria” con las melodías más carismáticas de “OH NO SYZYGY!”. Uno de los aspectos más criticables dentro de la discografía de Arroyo solía ser que cada trabajo parecía un ejercicio de estilo autónomo, independiente y firmado por un artista distinto al anterior; ahora, por fin, parece sentirse seguro después de tantos años de estudio, y se permite la confluencia de todos ellos. Más que sorprender por lo que hace, interesa por cómo lo articula: todos los elementos del disco están al servicio de una lógica común. El resultado es un trabajo hermético, con momentos de realismo mágico, que hace que su propia imaginación como narrador no se coma su faceta de músico. Se va por las ramas, pero por fin empieza a marcar los límites que definen su sonido. ∎