Michelle Zauner logró con sus dos primeros discos como Japanese Breakfast, los fascinantes “Psychopomp” (2016) y “Soft Sounds From Another Planet” (2017), la resonancia que no tuvo como voz y guitarra de los indie rock Little Big League. Pero aquellos (grandes) álbumes parecen casi borradores de lo que viene a ofrecer con “Jubilee”, que no es otra cosa que la mejor versión de sí misma hasta la fecha: directa y depurada en la melodía, cargada de musicalidad extra, empujada por un ansia de salir adelante claramente contagiosa.
Después de aquellas obras marcadas por el luto (su madre falleció de cáncer de páncreas en 2014), Zauner ha preferido, esta vez, ponerse seria con el renacer. “Quería volver a experimentar el gozo puro y sin adulterar de la creación”, ha dicho en un comunicado. Ya desde el título del álbum, es la hora de aceptar y celebrar y, con suerte, acabar siendo una fuerza (aún más) positiva en el mundo.
Esa voluntad casi festiva (y decimos “casi” porque JBrekkie será melancólica o no será) se muestra plenamente en la inicial “Paprika”, canción sobre el subidón de cantar canciones para otros. Su ritmo de marcha celebratoria es, al parecer, un homenaje al corte “Parade” de la banda sonora de Susumu Hirasawa para “Paprika, detective de los sueños” (Satoshi Kon, 2006). Esa trompeta y trombón, por otro lado, son puro Beirut. La propia Zauner, estudiante de teoría musical en los últimos tiempos, ha ayudado a componer los arreglos de viento y cuerda que cruzan el álbum.
En la bailable “Be Sweet”, Zauner se deja ayudar por Jack Tatum (de Wild Nothing, en coros muy Cut Copy, guitarra eléctrica o programaciones) para crear un hit funk-pop en toda regla. La alegría de la narradora es relativa: antes, su amante debería empezar a ser más dulce con ella. “Be Sweet” hace buen díptico con el delicado roller disco de “Slide Tackle” (“así que sé bueno conmigo / tú y y yo siempre lo pasamos bien”). El saxo parece de Joseph Shabason (Destroyer, The War On Drugs), pero, si nos fiamos de los créditos, corre a cargo de Adam Schatz, de Landlady.
“Savage Good Boy” aparte, el resto del disco se basa en baladas y medios tiempos con verdadero gancho. La clase de canciones que no costará escuchar pronto en alguna serie. Los Shazams del mundo buscarán de dónde surge el estribillo de anhelo de “Kokomo, IN” (“si alguna vez regresas / de donde sea que hayas ido a parar / y aunque no dure / sabes que estaré aquí siempre”), el imponente beat de “Posing In Bondage”, las cuerdas de “Tactics” o el solo de guitarra que cierra “Posing For Cars” y el disco. Son diez canciones, ni una más ni una menos, todas ellas redondas, inmediatas, capaces seguramente de llevar a Zauner a otra dimensión popular.
Y por si el disco no fuera suficiente, están el libro y la película: Orion Pictures acaba de adquirir los derechos de “Crying In H Mart”, sus exitosas memorias sobre crecer siendo asiático-estadounidense y su relación con su madre. Solo ella debería hacer la banda sonora. ∎